Si tienes más de 40 años, es probable que recuerdes dónde estabas el 15 de septiembre de 2008, el día en que Lehman Brothers quebró. Fue uno de los primeros de muchos momentos impactantes durante la última crisis financiera global, una época marcada por corridas bancarias, desplomes y quiebras, cuando las grandes economías cayeron en algunas de sus recesiones más profundas desde la Gran Depresión. Los empleados atónitos de Lehman, que abandonaron las oficinas del banco de inversión de 158 años de antigüedad llevando sus pertenencias en cajas de cartón, llegaron a simbolizar a los millones que perdieron sus empleos, hogares y ahorros de toda la vida en un desastre que destruyó billones de dólares en riqueza. Hubo múltiples culpables de aquel caos pero, como ocurre en tantos colapsos financieros, el mercado inmobiliario estuvo involucrado. En 2006, el aire salió de la burbuja inmobiliaria estadounidense, impulsada por los supuestamente seguros valores respaldados por hipotecas, que se habían vendido por todo el mundo e incluían préstamos hipotecarios de alto riesgo ("subprime"). A medida que aumentaban los incumplimientos y ejecuciones hipotecarias, el valor de estos títulos se desplomó, dejando a los inversores con pérdidas abrumadoras y provocando el pánico en los mercados financieros. En los meses posteriores al estallido de la crisis, los rescates gubernamentales y amplias reformas comenzaron a reconstruir el dañado sistema financiero. Hoy, los grandes bancos están mejor capitalizados. Los mercados están más regulados y los inversores, más protegidos gracias a aquellas reformas. Y sin embargo, cada mes trae advertencias que recuerdan a aquellos tiempos de tribulación. Crecen los temores de que el mercado inmobiliario vuelva a verse sacudido, esta vez no por prácticas crediticias arriesgadas, sino por el aumento de desastres relacionados con el clima que ponen presión sobre aseguradoras y otras instituciones financieras clave. "El valor de las propiedades eventualmente caerá -igual que en 2008- haciendo tambalear la riqueza de los hogares", señalaba "Next to Fall", un informe de diciembre sobre cambio climático y seguros del Comité de Presupuesto del Senado de EE.UU., entonces presidido por los demócratas. "Estados Unidos podría enfrentarse a un shock sistémico similar a la crisis financiera de 2008 -o incluso mayor-". En enero, la Junta de Estabilidad Financiera, creada para vigilar el sistema financiero global tras la crisis de 2008, señaló que el seguro se estaba volviendo más costoso y escaso en áreas propensas a desastres y que los "shocks climáticos" podrían desencadenar una agitación mayor en los mercados. A inicios de febrero, el presidente de la Reserva Federal, Jay Powell, advirtió que la Fed también veía a bancos y aseguradoras retirándose de zonas de alto riesgo. "Si avanzamos 10 o 15 años, habrá regiones del país donde no se podrá obtener una hipoteca. No habrá cajeros automáticos [ni] bancos con sucursales", dijo ante el Congreso. "No sé si es un problema de estabilidad financiera, pero ciertamente tendrá consecuencias económicas significativas". Menos de dos semanas después, Warren Buffett dijo a los accionistas de su conglomerado Berkshire Hathaway -que incluye varias aseguradoras- que los precios del seguro de propiedades habían subido debido a un aumento importante en los daños causados por tormentas violentas. "El cambio climático puede estar anunciando su llegada", afirmó. "Algún día, cualquier día, ocurrirá una pérdida aseguradora realmente asombrosa -y no hay garantía de que sea solo una por año-". Después, mientras Europa vivía el marzo más caluroso de su historia, Günther Thallinger, miembro del directorio de Allianz, el gigante asegurador alemán, advirtió que las temperaturas globales estaban acercándose rápidamente a niveles en los que las aseguradoras ya no podrían operar, generando "un riesgo sistémico que amenaza los mismos cimientos del sector financiero". "Si el seguro deja de estar disponible, otros servicios financieros también dejarán de estarlo", escribió en un post de LinkedIn que fue noticia. "El valor económico de regiones enteras -costeras, áridas, propensas a incendios- comenzará a desaparecer de los balances financieros", agregó. "Los mercados revalorarán, rápida y brutalmente". No existe un único escenario sobre cómo los costos del seguro inmobiliario podrían desencadenar un caos financiero provocado por el clima. Pero aquí hay uno que ha surgido de conversaciones que mantuve este año con más de 20inversores, analistas financieros, expertos regulatorios, ejecutivos de seguros, científicos e investigadores. Todo comienza con el número de aseguradoras que se retiran de estados de EE.UU. pasando de un goteo a una inundación, y no solo en estados propensos a desastres como California. En todo el país, los propietarios de viviendas enfrentan primas disparadas o la imposibilidad de renovar su cobertura a medida que las aseguradoras enfrentan una sucesión implacable de incendios, tormentas y huracanes. Los gobiernos, faltos de liquidez, intentan cubrir los huecos con más esquemas de seguro de último recurso. Pero estos planes suelen costar más y cubrir menos, creando una nueva y dura realidad para miles de propietarios: el valor de su casa familiar, que había subido año tras año, ahora empieza a hundirse. El contagio se extiende porque necesitas seguro para obtener una hipoteca, así que a medida que desaparece la cobertura, también lo hace la presencia de los bancos. Estado tras estado, se vuelve imposible encontrar una sucursal bancaria. Algunos prestamistas abandonan completamente el negocio hipotecario. Unos pocos comienzan a reportar grandes pérdidas. Y Estados Unidos no está solo. El caos climático se intensifica en el extranjero, sacudiendo aseguradoras, bancos y mercados inmobiliarios desde el sur de Australia hasta el norte de Italia. Ciudad tras ciudad, la gente se encuentra viviendo en casas que valen menos de lo que pagaron por ellas. Cada pago mensual de la hipoteca se siente como un esfuerzo que no rinde frutos. En un inquietante recordatorio de la crisis pasada, comienzan a subir los impagos hipotecarios, junto con las ejecuciones y la morosidad en tarjetas de crédito. Pero esta vez, es diferente. A diferencia de otros desastres financieros, la causa subyacente no es financiera, es física, y no está claro cómo ni cuándo terminará. Christopher Waller, gobernador de la Reserva Federal de EE.UU. designado durante el primer mandato de Donald Trump, ha sido uno de los escépticos. "El cambio climático es real, pero no creo que represente un riesgo serio para la seguridad y solidez de los grandes bancos o la estabilidad financiera de Estados Unidos", dijo en una conferencia en Madrid sobre desafíos económicos y financieros en 2023. Waller argumentó que los valores de las propiedades se desplomaron tras la disminución de la población en ciudades estadounidenses como Detroit sin amenazar la estabilidad financiera. ¿Por qué una caída en ciudades costeras afectadas por la subida del nivel del mar sería diferente? Además, las pruebas de resistencia de la Fed, que asumen habitualmente una caída de más del 25% en los precios inmobiliarios de EE.UU., han demostrado que los mayores bancos podrían absorber casi 100.000 millones de dólares en pérdidas sobre préstamos garantizados con bienes raíces, además de otros 500.000 millones en otras posiciones. Incluso los expertos que ven un problema creciente de seguros impulsado por el clima no aseguran que esto llevará automáticamente a colapsos abruptos como en 2008. Así lo resumió Dave Jones, ex comisionado de seguros de California: "Con el tiempo verás más insolvencias de aseguradoras, más aumentos de precios y menos disponibilidad de seguros, más incumplimientos hipotecarios, caídas en el valor de los activos y congelamiento del crédito; en vez de un evento catastrófico único donde varias instituciones financieras quiebren a la vez". Aunque añadió: "Existe cierto riesgo de eso también". Sin embargo, hay consenso en un punto inquietante: el caos financiero impulsado por el clima, aunque ocurra lentamente, podría ser más amenazante que el de crisis pasadas, porque no sería causado por fracasos financieros que normalmente van seguidos de una recuperación, sino por emisiones de carbono globales que el mundo lleva más de 30 años intentando reducir. "Este tipo de riesgo climático no es cíclico. Va en una sola dirección", dice Ben Keys, profesor de bienes raíces y finanzas en la Wharton School de la Universidad de Pensilvania. "Así que no se necesita necesariamente un shock tan grande, si es un shock permanente, para tener un efecto grave y a largo plazo en los precios de las viviendas y otros activos". Esta idea de una huella climática persistente sobre el sector inmobiliario -uno de los activos más antiguos y valiosos- marca un cambio en la forma en que algunos expertos ven el concepto relativamente nuevo de inestabilidad financiera causada por el clima. La historia de por qué se produjo ese cambio y lo que significa, puede parecer lejana cuando caen misiles en Oriente Medio y Ucrania, y las calles de la mayor economía del mundo se llenan de protestas contra el autoritarismo. Pero a largo plazo, esta podría ser la historia más importante, precisamente porque es tan difícil prever su desenlace. Durante muchos años, los analistas pensaban que había dos formas en que el calentamiento global podría afectar la estabilidad financiera: los riesgos físicos del clima extremo y los llamados "riesgos de transición" derivados de políticas públicas o tecnologías que perturben las inversiones en combustibles fósiles al acelerar el paso a economías más verdes. Ambas amenazas están conectadas: si los riesgos físicos se intensifican, podrían, en teoría, impulsar políticas climáticas más estrictas que a su vez profundicen los riesgos de transición. Pero los peligros físicos solían parecer más lejanos cuando surgió por primera vez la idea de problemas financieros causados por el clima. Mark Campanale fue uno de los primeros en pensar en un colapso climático y en los riesgos de transición. Era un analista de inversiones sostenibles en Londres en 2007 cuando empezó a advertir sobre la amenaza del "carbono inutilizable": los combustibles fósiles que no podrían ser usados si se pretendía mantener las temperaturas globales a niveles seguros. En ese entonces, los gobiernos empezaban a actuar, aprobando leyes como la pionera Ley de Cambio Climático del Reino Unido de 2008, que contiene una meta legalmente vinculante para reducir emisiones. Campanale sostenía que se podría formar una "burbuja de carbono" a medida que los gobiernos fijaran objetivos de emisiones incompatibles con la cantidad de pozos petroleros, plantas de carbón y otros activos fósiles que se financiaban en todo el mundo. Una vez que se lanzaran políticas para cumplir esos objetivos, decía, los inversores que siguieran apostando por los combustibles fósiles se quedarían con activos varados y grandes pérdidas. En otras palabras, serios riesgos de transición. Un think tank que cofundó en 2010, Carbon Tracker, ayudó a popularizar la idea. En un informe de 2011, señalaba que el potencial de CO de las empresas fósiles que cotizaban en Londres era más de 10 veces superior a todo el carbono previsto para ser emitido hasta 2050 según los objetivos climáticos británicos. La idea prendió. Los periodistas financieros la cubrieron. Los académicos organizaron congresos sobre el tema. Los activistas la usaron y presionaron para que los reguladores la tuvieran en cuenta. En septiembre de 2015, la burbuja de carbono llegó al horario estelar. Mark Carney, entonces gobernador del Banco de Inglaterra, dio un discurso sobre el riesgo de los activos fósiles "varados" y la exposición "potencialmente enorme" de los inversores británicos. Carney -hoy primer ministro de Canadá- sugirió que las empresas divulguen más información sobre su huella de carbono para evitar un "momento Minsky climático": un colapso de mercado súbito tras una larga bonanza alimentada por inversiones arriesgadas y apalancadas, en referencia a las teorías del economist estadounidense Hyman Minsky. El discurso fue trascendental para Campanale, cuyo think tank se ha expandido a temas como sobrepesca, químicos y agua, además del carbono. "Por supuesto que me encantó que el gobernador usara nuestro enfoque en su discurso de 2015, porque mostraba el impacto de nuestro análisis", dice. Otros no estaban tan entusiasmados. Los escépticos veían un intento de colar políticas climáticas en la regulación bancaria. Los activistas temían que Carney confiara demasiado en los mercados privados para resolver un problema que requería impuestos al carbono, límites al uso de fósiles y otras políticas públicas robustas. Muchos predecían que esas políticas nunca serían implementadas a la escala necesaria. Y aunque lo fueran, los valores de los activos fósiles caerían gradualmente en vez de colapsar, permitiendo a los inversores ganar dinero mientras tanto. Además, si alguna vez hubiese un colapso de los fósiles y muchos inversores perdieran todo, ¿por qué causaría una crisis sistémica? Eso no pasó tras el estallido de las punto.com a inicios de los 2000, cuando muchos accionistas quedaron en rojo. Aun así, el discurso de Carney marcó un punto de inflexión. Si un banquero central se tomaba en serio el riesgo financiero climático -sobre todo el peligro de una transición desordenada-, ¿cómo podría ignorarse? Y el gobernador del Banco de Inglaterra no estaba solo. En 2017, ocho bancos centrales y supervisores financieros -incluyendo los de China, Alemania, Francia y el Reino Unido- lanzaron lo que se conocería como la Red para el "Verdeamiento" del Sistema Financiero. El grupo pronto sumó más de 100 miembros, incluyendo a la Reserva Federal de EE.UU. y el Banco Central Europeo. La idea de que un mundo más cálido podía afectar la estabilidad financiera se volvió común. De repente, los bancos centrales hacían pruebas de resistencia climática en los sistemas bancarios, tomando en serio los riesgos de transición tanto como los físicos, si no más. Este análisis sigue en desarrollo. Una revisión integral de la ONU sobre pruebas de resistencia señaló el año pasado que, en general, los sistemas financieros podrían afrontar tanto los riesgos físicos como los de transición, pero que probablemente las consecuencias potenciales estaban subestimadas. Los críticos han sido más directos y dicen que demasiados modelos de pruebas de estrés excluyen riesgos como los puntos de inflexión climática: umbrales en el sistema terrestre que, una vez superados, desencadenan cambios dramáticos e irreversibles, como la pérdida del casquete de hielo antártico o de la selva amazónica. "La consecuencia es que los resultados que arrojan los modelos son demasiado benignos", dijo el Instituto y Facultad de Actuarios del Reino Unido en 2023. "Es como modelar el escenario del Titanic chocando contra un iceberg pero sin considerar que el barco podría hundirse y dos tercios de las personas a bordo podrían morir". Recientemente, Norges Bank Investment Management de Noruega -el mayor fondo soberano del mundo- dijo que algunos modelos convencionales daban estimaciones "increíblemente bajas" de las pérdidas por riesgo climático físico, mientras otros análisis sugerían consecuencias mucho más graves. Los modelos siguen mejorándose y los bancos centrales siguen trabajando en lo que Christine Lagarde, presidenta del BCE, llamó el año pasado el "nuevo tipo de riesgo sistémico" provocado por amenazas climáticas y ambientales. Pero resultó que había otro peligro que también debía abordarse: el riesgo Trump. La carrera de la administración estadounidense para desmantelar las políticas climáticas desde que Donald Trump asumió en enero ha sido asombrosa. La declaración presidencial de "emergencia energética nacional" para promover los combustibles fósiles y la orden de volver a salir del Acuerdo de París fueron solo el principio. La administración luego despidió a científicos de agencias de clima y meteorología y preparó planes para recortar el monitoreo de gases de efecto invernadero. Los republicanos en el Congreso han buscado derogar créditos fiscales para energía limpia y otros elementos clave de la Ley de Reducción de la Inflación de Joe Biden. Lee Zeldin, director de la Agencia de Protección Ambiental, dijo que los esfuerzos contra el cambio climático eran un "culto" al comenzar el desmantelamiento de reglas que limitaban la contaminación de plantas eléctricas. Por separado, Trump firmó resoluciones del Congreso para anular los esfuerzos de California para impulsar autos eléctricos y acabar con la venta de vehículos nuevos a gasolina para 2035. Susecretario de Energía, Chris Wright, publicó en línea: "El alarmismo climático ha tenido un terrible impacto en las vidas humanas y la libertad. Debe quedar en el basurero de la historia". Nada de esto significa que la transición energética verde, con todas sus potenciales consecuencias para la estabilidad financiera, haya muerto. El año pasado, la inversión mundial en la transición superó los 2 billones de dólares por primera vez. Casi el 40% provino de China, el gigante de la energía limpia, que invirtió más que EE.UU., la UE y Reino Unido juntos. Mientras tanto, los riesgos físicos del clima, que parecían más lejanos que los de transición, son cada vez más visibles. Lluvias torrenciales paralizaron Dubái en abril pasado y forzaron la evacuación de miles en China. Cientos murieron meses después cuando el tifón Yagi azotó el sudeste asiático. En octubre, Florida aún lidiaba con los destrozos de dos enormes huracanes que azotaron el estado con apenas 13 días de diferencia, cuando el desastre golpeó la provincia española de Valencia. Más de 200 personas murieron tras un diluvio que dejó un año de lluvia en pocas horas. Menos de tres meses después, el mundo fue testigo de gigantescos incendios forestales que causaron caos en Los Ángeles, matando a decenas y arrasando miles de hogares, incluidas mansiones de celebridades de Hollywood. La destrucción no se ha detenido este año. En marzo, líderes de Corea del Sur dijeron que los incendios eran los peores en la historia del país, mientras Japón ordenó evacuar a miles por los peores incendios en décadas. Canadá ha sufrido evacuaciones masivas y Australia ha enfrentado inundaciones que, según funcionarios, golpearon el crecimiento económico. Este mes, autoridades emitieron alertas de calor extremo en América del Norte, Europa y Asia. No se vislumbra una tregua en un mundo cada vez más caliente. El año pasado, por primera vez, la temperatura media global alcanzó los 1,5°C por encima de los niveles preindustriales durante 12 meses consecutivos. En los próximos cinco años, los científicos dicen que existe la posibilidad de que suban hasta casi 2°C por primera vez. Ninguno de estos eventos ha provocado una inestabilidad financiera sistémica. Las tarifas impuestas por Trump tuvieron un efecto mucho mayor en los mercados. Pero el número creciente de desastres ha comenzado a cambiar la forma en que los expertos consideran los problemas financieros impulsados por el clima. "Siempre pensé que el riesgo de transición era el mayor para el sistema financiero, porque puede tomar la forma de cambios muy bruscos que provocan enormes pérdidas", dice Patrick Bolton, profesor de finanzas y autor principal de una influyente publicación de 2020 encargada por el Banco de Pagos Internacionales y el Banco de Francia, que advertía que el cambio climático podría causar la próxima crisis financiera sistémica. "Pero creo que lo que hemos visto con los incendios de LA y otros desastres inesperadamente destructivos es que ya estamos en el territorio donde los riesgos físicos pueden amenazar al sistema financiero". Los bancos han hecho una reflexión similar, dice un estratega de servicios financieros que lleva casi una década trabajando en pruebas de estrés climático. "Durante años se asumió que los activos varados y otros riesgos de transición serían la mayor amenaza", me dijo. "Pero la magnitud de los desastres climáticos extremos en los últimos años ha forzado a reconsiderar porque muestra que los riesgos físicos están intensificándose mucho más rápido de lo que se esperaba". Lord Adair Turner, ex presidente de la Autoridad de Servicios Financieros del Reino Unido que ayudó a rediseñar la regulación bancaria tras la crisis de 2008, ha llegado a una conclusión similar, aunque desde otro punto de partida. Siempre le costó imaginar que una crisis financiera seria pudiera desencadenarse por los riesgos de transición que paneles solares o autos eléctricos pudieran suponer para las empresas de carbón o fabricantes de autos a combustión. Pero ahora cree que los riesgos físicos pueden lograrlo. "El hecho de que la gravedad de los eventos extremos esté aumentando a un ritmo que antes no entendíamos, y que esto afecte a un sector tan grande como el inmobiliario, podría dejar a los prestamistas expuestos a propiedades imposibles de asegurar que caen de precio", dice. "Si tuviera que buscar en algún lugar del mundo algo que pueda producir una crisis financiera, ahí pondría el foco". El interés de Turner en el tema no es solo académico. Preside el banco digital OakNorth y la rama europea del grupo asegurador Chubb. También fue el primer presidente del Comité Asesor de Cambio Climático del Reino Unido. Todo esto es útil, considerando la nueva información que surge en EE.UU. sobre cómo los desastres climáticos afectan al seguro de viviendas. O mejor dicho, la información que surgía. Cuatro días antes de la toma de posesión de Donald Trump, la Oficina Federal de Seguros del Tesoro de EE.UU. publicó el informe más completo sobre seguros de viviendas elaborado hasta la fecha. El análisis de 246 millones de pólizas emitidas entre 2018 y 2022 mostró que el seguro era cada vez más costoso y menos accesible para millones de estadounidenses, especialmente en las zonas más propensas a desastres. El costo promedio de las primas en los lugares con mayores pérdidas climáticas previstas era un 82% más alto que en las áreas menos riesgosas. En las zonas más expuestas también aumentaron mucho más las tasas de no renovación, donde las aseguradoras deciden no renovar las pólizas. El informe incluyó información de organismos como la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica (NOAA) y la Agencia Federal para el Manejo de Emergencias (FEMA). Ambas agencias han sufrido intentos de recortar su personal, y Trump ha anunciado planes para eliminar progresivamente la FEMA. La Oficina Federal de Seguros también desaparecería bajo un proyecto de ley presentado en enero por un congresista republicano, lo que dejaría a los estados como únicos reguladores del sector. La medida fue respaldada por líderes del sector, que calificaron el informe de enero como un esfuerzo "defectuoso" por centrarse demasiado en el cambio climático y no en otros factores que elevan los costos del seguro, como la inflación, los juicios o el traslado de personas a zonas de riesgo. Otros aseguradores señalan que, aunque los eventos climáticos extremos pueden ser significativos, la mayoría han coincidido con subas de precios de la vivienda que hasta ahora han amortiguado el impacto de las moras hipotecarias. En cuanto a los riesgos para las aseguradoras, los líderes del sector apuntan que normalmente ofrecen cobertura por solo un año, no por décadas como los bancos hipotecarios, por lo que su exposición financiera es más limitada. Mientras tanto, se están realizando esfuerzos para remodelar los mercados de seguros y hacerlos más resilientes al riesgo climático, alentar a los propietarios a construir en lugares menos peligrosos y hacer más resistentes las viviendas actuales. Debemos esperar que estos esfuerzos funcionen. Pero también hay que reconocer que muchos dependen de datos, análisis y experiencia compartida sobre los efectos del cambio climático que ahora están bajo grave presión en EE.UU.Un día después de que la Oficina Federal de Seguros publicara su informe de enero, la Reserva Federal anunció su retiro de la red de bancos centrales para el "Verdeamiento" del Sistema Financiero, responsable de gran parte del trabajo sobre inestabilidad financiera relacionada con el clima. Dos semanas después, la Oficina Federal de Seguros también se retiró, en línea con las órdenes ejecutivas presidenciales sobre "Anteponer a Estados Unidos en los Acuerdos Ambientales Internacionales y Desatar la Energía Estadounidense". Como dijo la secretaria de Agricultura, Brooke Rollins, en Fox Business: "Ya no vamos a hacer tonterías de cambio climático". Porque, según ella, "es un nuevo día".