Opinión

Volver a las aulas: una tarea de reconstrucción

La ausencia de la presencialidad escolar demostró lo necesario e irremplazable del aula en el proceso social de aprendizaje.

Entre las múltiples evidencias que podemos citar sobre el daño que causa la ausencia de la presencialidad escolar, hay un factor que multiplica tanto el riesgo potencial como la dificultad en la recuperación progresiva de las clases presenciales: ¿Cuál era el estado de la educación pública antes de la pandemia?

No solo debemos calcular los desafíos del nuevo proceso educativo, de una nueva presencialidad escolar después de mucho tiempo de ausencia de los alumnos en las aulas, y de un contexto social frágil, sino que, además, el sistema escolar público arrastraba importantes dificultades al momento de comenzar la crisis sanitaria.

Partiendo de las graves asimetrías que existían antes de la pandemia, se vuelve fundamental calcular que, luego de un año y medio de una educación online y una presencialidad escolar intermitente (en donde la diferencia social entre los alumnos define el acceso que pueden tener a los procesos de educación online), la readaptación de los educandos en el contexto escolar es un nuevo desafío que deben enfrentar los docentes y directores de las instituciones escolares en todo el país.

El problema no solo consiste en el largo tiempo sin regularidad presencial en las escuelas, sino que esto se agrava por las formas disímiles en que los alumnos pudieron transitar la virtualidad.

La falta de regularidad, sumado a las dificultades del acceso tecnológico de los alumnos para asistir correctamente a las clases virtuales, plantean problemas muy grandes a la comunidad educativa.

Según datos de las Pruebas Aprender del año 2017, para el caso de las Ciencias Sociales, se observa que un 43,5% de los estudiantes de hogares de nivel socioeconómico (NSE) bajo, alcanza niveles de desempeño avanzado/satisfactorio, y el 25,9% se ubica por debajo del nivel básico. Mientras que en la totalidad de estudiantes cuyos hogares pertenecen al nivel socioeconómico alto, un 85,0% se ubica en los niveles avanzado/satisfactorio y el 4,5% por debajo del básico.

Esto refleja las enormes asimetrías entre los niveles más altos y más bajos de aprendizaje en relación al contexto socioeconómico.

Para el caso de las Ciencias Naturales, notamos diferencias similares e igualmente graves, entre los estudiantes cuyos hogares se ubican en el NSE bajo, un 46,8% alcanza niveles de desempeño avanzado/satisfactorio, y el 24,0% se ubica por debajo del nivel básico. De la totalidad de estudiantes cuyos hogares pertenecen al NSE alto, un 85,3% se ubica en los niveles avanzado/satisfactorio, mientras que un 5,1% en el nivel por debajo del básico.

Lo que nos reflejan las estadísticas es que, al momento de pausar el sistema educativo e ingresarlo a la "nueva normalidad" escolar, veníamos de una desigualdad fenomenal acumulada a lo largo de muchos años. Si no interpretamos la magnitud del problema antes de la pandemia, mucho más complejo será readaptarse y reconstruir una normalidad educativa que mejore los índices tanto sociales como pedagógicos. La tarea es enorme y la necesidad apremiante.

Una reconstrucción integral del sistema educativo, requiere inevitablemente una redistribución fenomenal de fondos públicos, especialmente para abordar un problema que atraviesa conflictos burocráticos, infraestructurales e incluso laborales. Toda reforma integral debe ser necesariamente transversal. No solo se necesitan mejores escuelas y una mayor estructura de contención social, necesitan readaptarse a una nueva realidad sanitaria, en un contexto de gran fragilidad social.

La pandemia también sacudió las bases de una estructura social muy castigada. Las diferencias en el aprendizaje que nos indican las Pruebas Aprender, son las mismas falencias en la calidad de acceso a la educación virtual entre las capas más altas y más bajas del tejido social.

Winston Churchill decía que "el precio de la grandeza es la responsabilidad", ¿puede existir acaso una mayor responsabilidad que reparar el sistema socioeducativo? ¿Necesitamos un Plan Marshall para la Educación Pública?

Claramente son preguntas que formulamos para la clase dirigente. El destino de los fondos que se asignan dependen de la responsabilidad con la que se ejecutan.

Nuestro país sabe muy bien lo que es el gasto social, sin embargo, después de décadas de invertir, con un alto costo económico, fiscal y distributivo, nos encontramos en un esquema que no parece ofrecer mejoras sustantivas.

Pensar en una reconstrucción, es también pensar en la responsabilidad de hacer una tarea ágil y efectiva, es decir exitosa. Una tarea que requiere una descripción clara de la problemática, y una ejecución eficiente de los recursos que se asignen.

Cada una de estas tareas representan enormes desafíos de liderazgo político. En una Argentina que se presenta cada vez más compleja y socialmente más volátil, no podemos darnos el lujo de seguir evadiendo las grandes cuestiones que nuestra sociedad necesita encauzar.

Una reconstrucción es un nuevo punto de partida, es una reparación ética, social y económica de aquello que por distintos motivos no funcionó.

Generemos un consenso superador, hablemos claramente de las prioridades nacionales, y reparemos (integralmente) la educación pública.

Las generaciones futuras lo agradecerán.

*Abogado. Docente de Derechos Humanos desde la Perspectiva Internacional, Facultad de Ciencias Jurídicas y Políticas, Universidad de Ciencias Empresariales y Sociales (UCES)

Noticias de tu interés

Compartí tus comentarios

¿Querés dejar tu opinión? Registrate para comentar este artículo.