Argentina, Brasil y la moneda común: riesgos, oportunidades y 7 acciones concretas a desarrollar

La mayor integración económica regional es hoy una necesidad estratégica. Los aprendizajes que dejaron Europa y el Euro.

La llegada al gobierno del presidente Lula en Brasil abre una gran oportunidad de profundizar la integración del Mercosur y de Sudamérica en particular, en un mundo que se reconfigura en bloques regionales. La mayor integración tiene distintas dimensiones, no solamente comercial, sino productiva, infraestructura, monetaria y financiera y social.

La integración económica de los países de Latinoamérica ha sido parte de la agenda de discusión pública desde hace varias décadas, previo a la creación del Mercosur, que produjo un incremento en el comercio entre los países miembros en los años 90 en un contexto de liberalización económica.

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No obstante, luego de la consolidación de la unión aduanera y el incremento exponencial de las importaciones y exportaciones en los inicios, la consolidación de una región integrada en los diversos aspectos económicos e institucionales lleva varios años de demora, e incluso de algunos retrocesos en la última década. Esto se ve con mayor claridad en los aspectos monetarios y financieros, que lejos estuvieron de seguir experiencias de mayor profundidad como la unión monetaria de Europa. Conviene entonces realizar algunas consideraciones respecto a los beneficios que tiene avanzar en esta agenda y las principales limitaciones que encuentra hoy en día, particularmente la dedicada a sus dos principales actores: Argentina y Brasil.

Los beneficios de la integración económica entre países cercanos o interdependientes estructural y estratégicamente están ampliamente desarrollados por la teoría y la bibliografía. La posibilidad de generar economías de escala a través de la creación de mercados más grandes; el incremento en la productividad y del comercio derivado de la eliminación de cualquier tipo de barreras para los factores productivos; las ventajas institucionales de conformar un bloque con mayor poder para negociar y discutir acuerdos multilaterales con el resto del mundo; son solo algunos de ellos. Además, por la negativa, existen riesgos latentes de la ausencia de políticas de coordinación, asociados fundamentalmente a la posibilidad de que se diluyan los avances de la región en función de acuerdos comerciales entre otros actores y/o acuerdos unilaterales de los países miembros con el resto del mundo. En resumen, la agenda de integración es una necesidad y un reflejo de la interdependencia estructural de las economías.

La llegada al gobierno del presidente Lula en Brasil abre una gran oportunidad de profundizar la integración del Mercosur y de Sudamérica en particular.

A veces se confunde el concepto de moneda única con el de moneda común. Moneda única es el euro en la Unión Europea que reemplazó a las monedas nacionales. Una moneda común es una moneda complementaria a las monedas nacionales y puede ser usada inicialmente para compensar flujos de comercio entre Estados. En Europa se introdujo el ECU como unidad de cuenta europea, en coexistencia a las monedas nacionales hasta el pasaje de la fase de mercado común a la unión monetaria.

El actual Ministro de Economía de Brasil Fernando Haddad y el Viceministro Gabriel Galípolo propusieron el año pasado, previo al triunfo de Lula, la introducción del Sur como una moneda común de América del Sur para profundizar el proceso de integración y desdolarizar los flujos económicos en un contexto de crisis global.

Sin dudas el proyecto es muy valioso y será de adoptarse, una herramienta que combinada con otras medidas alternativas que promuevan mayores plazos de pago para el comercio exterior común y la profundización en el uso de pago en monedas locales, una alternativa que ayude a minimizar el uso de divisas en un contexto global complejo y en un año electoral que siempre genera una mayor demanda de divisas por cobertura.

Pensando en políticas de integración monetaria y financiera, ya sea que como última instancia se conforme o no una moneda común, existen otros factores relevantes que pueden ser positivos. Siguiendo a Lavagna y Giambiagi (1998), entre otros, se destaca el beneficio asociado a la suposición de una mayor estabilidad en términos de inflación, de tipo de cambio y también de reducción del riesgo soberano y de las tasas de interés de largo plazo, lo que conllevaría a la posibilidad de pensar en una paulatina desdolarización de la economía para Argentina.

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Esto se deriva de la idea de que, para conformar una institucionalidad común en términos monetarios, los países deberían llevar a cabo políticas macroeconómicas claras y predecibles y mantener bajo control sus fundamentales. Si bien Argentina se vería ampliamente beneficiado con una estabilización de su economía, y particularmente con la idea de una desdolarización que rompa con su característica de economía bimonetaria, también podría ser una buena política para Brasil, quién sufre con frecuencia los cambios en los ciclos de los capitales internacionales, lo que le obliga a tener una de las tasas de interés reales más altas del mundo.

Entonces, dados los potenciales beneficios de avanzar con la integración, ¿por qué existen grandes barreras para su consolidación y cuáles son las limitaciones y los riesgos actuales de profundizar esta agenda?

Pero una moneda única implica un camino que requiere avances institucionales y de coordinación de políticas productivas, fiscales, cambiarias que armonicen los ciclos económicos, más allá de una liberalización a nivel regional del movimiento de bienes, servicios, flujos de capital y de mano de obra.

Si bien Europa ha logrado una convergencia macro-financiera, ha tenido mucho menos éxito en la convergencia productiva de los distintos países, siendo aquellos de estructura menos desarrollada los más perjudicados e incluso profundizando grandes crisis en los países del sur como es el caso de Grecia, Portugal, España e Italia, ante la pérdida de relevancia de los fondos de cohesión regional.

Una moneda única implica un camino que requiere avances institucionales y de coordinación de políticas.

Esto, en una región profundamente desigual como la nuestra, con niveles de salarios estructuralmente diversos y hojas de balance comercial y estructuras productivas distintas, pero usualmente con gran déficit (particularmente Argentina respecto de Brasil) hace pensar que dicha convergencia conlleva riesgos difíciles de tomar. Y claramente ni Mercosur ni el resto de la región tiene la capacidad económica de tenerlas en el corto plazo.

Es necesario transitar el camino hacia una mayor integración, que en su fase final lleve a una moneda única, con especial énfasis en el desarrollo de cadenas productivas regionales y en una convergencia gradual de políticas y ciclo económico que tenga en cuenta nuestra realidad productiva y social y evite repetir los problemas que produjo la introducción del Euro en economías no debidamente preparadas y sus efectos al conjunto.

Se puede además avanzar en distintas iniciativas. Enumero 7 cuestiones concretas a desarrollar:

  1. Mayores plazos para la compensación de pagos y crédito recíproco regional o MERCOSUR inicialmente
  2. La profundización del pago en monedas locales (SML) con función crédito.
  3. Creación de una red de swaps entre Bancos Centrales como tienen los países del Este de Asia
  4. Mayor cooperación entre el BNDES brasileño y el BICE para infraestructura y emprendimientos binacionales
  5. Mecanismos que promuevan el seguro de crédito regional
  6. Fondos Regionales de Garantía para financiamiento pymes
  7. Integración de los sistemas de pago de Mercosur y cooperación bancaria, financiera mercado de capitales y seguros

La mayor integración regional es una necesidad estratégica fundamental para profundizar la capacidad negociadora de los Estados Nacionales y del sector privado de nuestros países en un contexto de disputa por la hegemonía global entre las grandes potencias, que profundizará la nueva globalización crecientemente proteccionista de bloques regionales.

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