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Economía Bolsonaro: el Brasil de la recesión feroz y el desencanto

Con este resultado ya incorporado en los precios, ayer los inversores decidieron llevarse por el momento sus ganancias en Brasil. Y fueron suculentas. El Bovespa venía de ganar 34% en dólares en las últimas seis semanas mientras que el real había trepado 16%. Así y todo, desde mayo, cuando largó la campaña presidencial, el real pierde todavía 9% contra el dólar y la bolsa arrastra un rojo del 4%. Pero al menos por ahora, con el resultado fresco, los pronósticos auspiciosos abundan, con apuestas a subas de hasta 40% para las acciones en los próximos dos meses si Jair Bolsonaro, el nuevo presidente, cumple con la agenda que esbozó.

Es una agenda que, tras la recesión feroz de los últimos años, debería poner a Brasil en una senda de fuerte crecimiento. El PBI viene de contraerse más de 3% en 2015, al igual que ocurrió en 2016. De hecho, el producto brasileño perdió 10% desde el tercer trimestre del 2013 hasta el segundo trimestre del 2017. Pero Brasil está saliendo del pozo. La expectativa es que crezca 1,3% este año y 2,5% el que viene.

Para eso es vital que Bolsonaro ataque el problema del déficit fiscal, que se ubica en torno al 7% del PBI, tres puntos arriba del promedio de la región, cuando en 2002 era del 2% (si bien en 2015 llegó al 10%). Y en consecuencia, el creciente endeudamiento que busca cubrir esa brecha y que se acerca al 80% del PBI. Hoy está en 77,2%, desde 74% en diciembre del año pasado y 70% en diciembre del 2016, una dinámica que muchos temen se vuelva pronto insostenible.

Uno de los reclamos más claros en este sentido es avanzar con la reforma jubilatoria que Michel Temer no pudo empujar. Es que alrededor de dos tercios del presupuesto se destina exclusivamente a pagar pensiones, salud pública y sueldos públicos. El costo de las jubilaciones equivale al 12% del PBI. Subir los impuestos no parece viable, con el desempleo en 12%, el nivel más alto en 30 años y seis millones de personas que perdieron su trabajo en cuatro años.

A todo esto, el freno brusco de la actividad derivó en una rápida desinflación, que permitió bajar las tasas desde 14,25% a 6,5% anual para habilitar esta recuperación en ciernes. Hoy la inflación empieza a acelerarse muy levemente, pero sin perspectivas de una depreciación del real, el mercado no ve que haya apuro por endurecer la política monetaria. En septiembre, los precios subieron 0,48%, récord para ese mes desde 2015.

En los primeros nueve meses de este año la inflación fue de 3,34%, casi el doble del 1,78% que marcó en el mismo período de 2017. En los últimos 12 meses, el incremento fue de 4,53%, la primera vez en el año que queda por encima de la meta de 4,5% (con una tolerancia de 1,5%). En 2017, la inflación fue de 2,95%, la más baja desde 1998.

La agenda de Bolsonaro ahora promete atraer nuevos flujos de inversiones. El banco central estima que el superávit de la cuenta financiera se va a expandir a u$s 33.700 millones en 2019 desde 13.800 millones en 2018 y 6.100 millones en 2017. Pero podría quedarse corto, creen algunos analistas. Claro que en el otro extremo, las promesas podrían quedar en el camino ante la tentación de eliminar el límite al crecimiento del gasto que en 2016 lo ató a la inflación y conseguir fondos vía más deuda o imprimiendo dinero. Brasil volvería a caer así en una de esas viejas trampas que la Argentina también conoce muy bien.

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