
La escena es conocida: la mesa servida, las luces encendidas, los mensajes en el teléfono explotando y alguien que, entre brindis y chiste incómodo, dispara la frase que nadie quería escuchar. Un comentario político, una crítica velada, una pregunta indiscreta sobre dinero, pareja, trabajo o decisiones personales. De un segundo a otro, la Navidad o el Año Nuevo dejan de ser “felices fiestas de fin de año” para convertirse en un campo de batalla emocional.
Aunque la publicidad insista en vender una postal idílica, millones de personas no viven las fiestas como un momento de felicidad pura. Según encuestas recientes de la American Psychological Association, casi 9 de cada 10 adultos dicen que algo les genera estrés en esta época del año, y alrededor del 40 % reconoce que su nivel de estrés aumenta durante las fiestas respecto de otros momentos del año.
A esto se suma el peso económico: cerca de 7 de cada 10 personas consideran la temporada de fiestas como el momento más estresante del año en términos financieros, y más de la mitad admite que directamente “teme” la llegada de estas semanas porque siente que no va a poder sostener los gastos ni las expectativas.
La combinación es explosiva: altas expectativas, cansancio acumulado, presión económica, cuentas pendientes en las relaciones y el mandato cultural de que “hay que estar bien”. Por eso no es extraño que se hable de “tristeza de fiestas”: organizaciones de salud mental describen este fenómeno como un aumento de la sensación de vacío, soledad, ansiedad o irritabilidad precisamente en el período que va de Navidad a Año Nuevo.
Entre el ‘debería’ y el ‘quiero’
El psiquiatra Aaron Beck, uno de los padres de la psicología cognitiva, mostró hace décadas cómo los pensamientos automáticos distorsionados influyen directamente en el estado de ánimo. La época de fiestas es un caldo de cultivo ideal para este tipo de creencias: las redes sociales muestran cenas idílicas, las películas prometen reconciliaciones mágicas y la realidad, en cambio, trae sillas vacías, duelos recientes, conflictos viejos y conversaciones incómodas.
Desde la psicología positiva, Martin Seligman comparte que el bienestar no consiste en eliminar las emociones negativas, sino en desarrollar recursos internos para transitarlas: resiliencia, sentido, vínculos sanos, capacidad de disfrutar aun en la imperfección. Y Daniel Goleman, referente de la inteligencia emocional, subraya que la verdadera madurez se nota precisamente en contextos de tensión: cuando alguien es capaz de regular lo que siente antes de reaccionar y de comunicarse sin destruir al otro.

Si se cruza esta mirada con la experiencia del coaching profesional, aparece una idea clave: las fiestas de fin de año no son una prueba de “perfección familiar”; son un test de gestión emocional. No se trata de que “no pase nada”, sino de qué hacemos con lo que inevitablemente pasa.
9 decisiones que puedes tomar para disfrutar de las fiestas
A continuación, nueve decisiones concretas para evitar discusiones innecesarias en Navidad y Año Nuevo, porque, en definitiva, si vas a elegir concurrir, se trata de poder estar con la mejor disposición de tu parte, independientemente del resto.
- 1) Aceptar que no todo el mundo ama las fiestas
Hay personas para las que esta época está asociada a pérdidas, rupturas, distancias geográficas, problemas económicos o historias familiares complejas. Estudios sobre “holiday blues”, la tristeza de las fiestas, señalan que, para muchos, diciembre se vive como una etapa de duelo intensificado, más que como un mes de celebración. Recursos: Pretender que todos estén eufóricos solo suma culpa a quien ya se siente mal. Dar permiso para que coexistan alegría y tristeza, risa y nostalgia, es una primera forma de bajar la presión emocional.
- 2) Desactivar la trampa de las expectativas irreales
Albert Ellis, otro referente de la psicología cognitiva, hablaba de los “debería” que nos esclavizan: “debería llevarme bien con todos”, “debería estar feliz sí o sí”, “la familia debería ser perfecta al menos en Navidad”. Cuando esos “debería” chocan con la realidad, aparece la frustración que muchas veces se traduce en enojo o en ataque al otro. Cuestionar esas creencias sin enfadarte –“¿quién dijo que todo tiene que ser perfecto?”– es un antídoto poderoso para evitar discusiones que nacen del desencanto, no de lo que realmente ocurre en la mesa.
- 3) Planificar las fiestas pensando también en la salud mental
Encuestas de organizaciones como la American Heart Association muestran que casi 8 de cada 10 personas descuidan sus propias necesidades de salud durante las fiestas y, al mismo tiempo, reconocen que este período puede ser incluso más estresante que la temporada de impuestos. El mensaje es claro: si uno llega exhausto, sobrecargado de tareas y sin espacios de descanso, la probabilidad de estallar frente a un comentario sube exponencialmente. Dormir mejor, delegar responsabilidades y hacerte cargo de sólo una parte del todo, simplificar el menú y reducir compromisos puede ser más efectivo para evitar peleas que cualquier “técnica” puntual que termine a los gritos o yéndote inmediatamente del lugar.
- 4) Conocer y respetar los temas sensibles de la familia
El terapeuta de pareja John Gottman ha mostrado que hay asuntos “perpetuos” en toda relación: diferencias de valores, decisiones de vida, maneras de ver el mundo que no se van a resolver en una conversación, y menos aún en una cena de fin de año. Forzar esos temas en Navidad o Año Nuevo –bajo la ilusión de que “es el momento para hablar”– suele conducir al conflicto. Una estrategia más saludable es acordar de antemano que ciertos tópicos no se tocarán en esa mesa y, si aparecen, mover la conversación con delicadeza hacia otro lado.
- 5) Entrenar la comunicación asertiva
La terapeuta, oradora TED y escritora Brené Brown, especialista el vulnerabilidad, enfatiza que la claridad es un acto de bondad. Decir “no quiero hablar de este tema hoy”, “agradezco tu preocupación, pero prefiero decidirlo a mi tiempo” o “no me hace bien ese tipo de comentarios” puede incomodar, aunque es el antídoto apropiado que previene discusiones mayores. La asertividad implica expresar lo que uno siente y necesita sin atacar ni humillar al otro. En la práctica, esa habilidad puede marcar la diferencia entre un comentario incómodo que queda ahí y dejará una marca para el futuro, y una pelea que termina arruinando la noche.

- 6) Desarrollar un “plan de contingencia” emocional
Cada persona sabe qué cosas la disparan: el comentario descalificador de cierto pariente, la comparación con un hermano, la típica broma sobre el cuerpo, la edad o la forma de vivir. Desde el coaching profesional, solemos trabajar mucho con esta anticipación: identificar los propios detonantes, ensayar mentalmente posibles respuestas, decidir hasta dónde se está dispuesto a tolerar y qué se va a hacer si la situación se desborda. Eso puede incluir desde levantarse a servir algo, cambiar de lugar, salir a tomar aire, evitar sentarse al lado de determinadas personas para suavizar los conflictos -sin negarlos- o, en casos extremos, retirarse antes de que el conflicto escale.
7) Distinguir entre poner límites y romper vínculos
Este punto es interesante, y lo apoya la terapeuta belga Esther Perel, especialista en vínculos afectivos: no hay relación sana sin límites claros. Decir “disculpa, no voy a aceptar que me hables así”, “mira, comprendo tu punto; sin embargo, no voy a justificar mis decisiones frente a toda la mesa” o “perdona, considero que no es el momento para discutir este tema” no es un ataque: es una forma de proteger la propia dignidad. Lo que rompe vínculos no es el límite en sí, sino la forma en que se comunica: gritos, humillaciones, ironías hirientes. Un límite dicho con calma, firmeza y respeto puede incluso mejorar la relación a largo plazo.
- 8) Evitar usar el alcohol como anestesia emocional
Investigaciones sobre el impacto de la Navidad en la salud mental han detectado un aumento de los problemas relacionados con el consumo de alcohol y un empeoramiento del estado de ánimo en ciertas personas durante estas fechas, aunque no sean alcohólicos dependientes. Es que el alcohol baja las inhibiciones y facilita que se diga lo que no se diría en otro contexto, muchas veces de forma agresiva e inapropiada, que puede ofender o descolocar a las personas que no consumen alcohol; e incluso incentivar peleas entre quienes sí lo hacen.
Según encuestas recientes de la American Psychological Association, casi 9 de cada 10 adultos dicen que algo les genera estrés en esta época del año, y alrededor del 40 % reconoce que su nivel de estrés aumenta durante las fiestas respecto de otros momentos del año.
Si la mesa ya es tensa, sumar desinhibición puede ser la combinación letal para una pelea. Moderar el consumo, alternar con agua y comer bien no solo cuida el cuerpo; también cuida la calidad de las conversaciones. Asimismo, funciona establecer un plan de contingencia con personas con dependencia al alcohol, para lo que conviene conversar con psicoterapeutas especialistas sobre el abordaje previo, durante y posterior.
- 9) Redefinir qué significa “pasar bien” las fiestas
Durante años se instaló la idea de que una buena Navidad o un buen Año Nuevo son esos en los que todos están juntos, felices, en paz y sin diferencias visibles. Esa imagen, además de poco realista, deja afuera a quienes eligen un formato distinto: celebrar con amigos, hacer algo más íntimo, viajar, quedarse solos por decisión propia o repartir el tiempo entre distintos grupos. La sociología contemporánea muestra que las formas de familia y de comunidad se han expandido y diversificado; sin embargo, el mandato de “la gran mesa perfecta” sigue vigente. Cambiar el foco –de cumplir un modelo social y pasar al de cuidar el propio bienestar y el de los demás– puede aliviar una enorme carga.
Todo esto no significa negar el conflicto ni silenciar lo que duele. Al contrario: se trata de elegir el momento, el lugar y la forma de abordar los temas difíciles. Pregunta clave antes de subirse a un conflicto o discusión: esa conversación ¿será constructiva en ese contexto o solo agregará tensión a una situación ya sobrecargada? En función de tu respuesta, elegir lo que vas a hacer.
Tal vez el verdadero indicador de madurez emocional en las fiestas de fin de año no sea cuántas veces se brinda, sino cuántas veces se decide no encender una mecha innecesaria. Y ya sabemos que las celebraciones de diciembre no son perfectas, y eso está bien. Puede que haya ausencias que duelan, situaciones económicas que preocupen o vínculos que sigan siendo complejos. Aun así se puede elegir otra forma de estar: más consciente, más cuidadosa, más respetuosa de los propios límites y de los límites ajenos, sin fogonear conflictos ni echar más combustible al fuego.














