Más allá del optimismo del mercado, los inversores todavía tienen turbulencias que superar
Es necesario moderar el impulso de las narrativas de convergencia. No hacerlo puede resultar e n una relajación prematura de los esfuerzos necesarios para superar los desafíos a corto plazo.
El primer semestre de 2023 fue testigo de una sorprendente dispersión económica y financiera, tanto dentro de los países como entre ellos. Al haberse revertido parte de esta dispersión en julio, existe una tendencia creciente a pronosticar la convergencia en el periodo venidero, y el conjunto de resultados favorables que ello conllevaría, desde mejores resultados en materia de crecimiento e inflación hasta una rentabilidad de la inversión gratificante. Sin embargo, hacerlo ahora sería prematuro e imprudente.
Los signos de convergencia aparente se multiplican tanto en el ámbito económico como en el financiero. Veamos un ejemplo:
Reino Unido, rezagado durante mucho tiempo en la reducción significativa de su inflación, sorprendió favorablemente con sus datos publicados en julio, más bajos de lo esperado, alimentando la esperanza de que ahora convergerá relativamente rápido hacia tasas de inflación más bajas que se registran en otras economías del G7.
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Con la acción de política ampliamente esperada para finales de esta semana, el Banco de Inglaterra (BoE, por sus siglas en inglés) podría unirse al Banco Central Europeo (BCE) y a la Reserva Federal en la convergencia hacia subas de tasas de 25 puntos básicos, tras una amplia gama de resultados en junio. Entre ellos, una subida de 50 puntos básicos para el BoE, un aumento de 25 puntos básicos para el BCE y una tasa sin cambios para la Fed.
Después de quedarse bastante rezagado frente al Nasdaq, fuertemente tecnológico, el índice Dow Jones de empresas industriales y de consumo más tradicionales, ha recortado distancias en las últimas semanas.
En el plano internacional, tras registrar unos resultados notablemente inferiores a los de las economías avanzadas y emergentes, las acciones chinas superaron a ambas en julio.
Por último, lo que algunos consideraban un alarmante discurso sobre el desacople [decoupling] entre China y Estados Unidos ha dado lugar a la noción aparentemente más reconfortante de una reducción del riesgo que no afectaría al crecimiento y el comercio ni causaría gran inestabilidad financiera.
Este creciente discurso sobre una menor dispersión económica y financiera alimenta naturalmente el optimismo económico y del mercado. De hecho, cuanto más tiempo persista, más podría reducir la incertidumbre y disminuir la volatilidad dentro de los países y entre ellos. A su vez, esto mejoraría las perspectivas de soft landings a escala nacional y mundial, relajaría las presiones sobre las tasas de interés y las divisas y permitiría que la próxima suba de los precios de los activos estuviera liderada por títulos con valoraciones menos infladas. Además, con la posibilidad de que se produzcan entre ellos toda una serie de bucles de retroalimentación positiva, resulta tentador creer que en la segunda mitad del año se disipará la incertidumbre sobre la economía y los mercados mundiales.
Por mucho que esperemos que todo esto se materialice, sería más prudente prever un camino lleno de baches. Basta con pensar en algunos de los factores que complican la convergencia que parece estar produciéndose.
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A falta de una mayor contribución de las medidas que estimulen la oferta, el BoE aún tiene un duro camino por delante en su lucha contra la inflación. Mientras tanto, el BCE y la Fed, más avanzados, se encuentran en la última fase de su misión antiinflacionaria, y ambos tendrán que elegir entre cumplir su objetivo común de 2% de inflación y mantener la estabilidad económica y financiera.
Los desafíos de los bancos centrales van más allá. En los próximos meses, el Banco de Japón se enfrenta a la delicada tarea de hacer algo más que un ajuste a su régimen de política de control de la curva de rendimientos, cada vez más distorsionador. Mientras tanto, es probable que el impacto acumulativo de las subas de tasas en otros lugares afecte con mayor dureza a un amplio conjunto de actividades apalancadas en fase de maduración y a empresas zombis cuya viabilidad financiera requiere reestructuraciones financieras o reducciones coercitivas de la deuda.
En un mundo en el que el sector manufacturero está sometido a presiones y el excedente de ahorro se está agotando, el apoyo fundamental para las ganancias de precios en todo el mercado carecerá de la energía del pequeño grupo de títulos que se montan sobre una enorme ola secular (pensemos en la inteligencia artificial y otras innovaciones y pensemos también en las grandes tecnológicas tradicionales).
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Dado que los retos de crecimiento de China son tanto cíclicos como seculares, la estrategia tradicional del gobierno de turboalimentar los mercados mediante estímulos fiscales y monetarios resultará menos eficaz y más distorsionadora, frustrando una rápida convergencia del mercado.
Por último, es muy difícil que EE.UU. se desvincule de China sin un grado considerable de desacoplamiento.
Deberíamos hacer todo lo posible por moderar el impulso de las reconfortantes narrativas de convergencia. No hacerlo no sólo se traduciría en una relajación prematura de los esfuerzos necesarios para superar los desafíos a corto plazo. También nos dejaría en una posición aún peor para afrontar los problemas estructurales a los que se enfrenta nuestra generación y las de nuestros hijos y nietos.
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