
A ngela Merkel advirtió durante semanas, por no decir meses, que nadie debía esperar una solución al estilo big bang para la crisis de la eurozona. Ese estilo no tiene nada que ver con la manera de pensar de la canciller alemana. Cuando David Cameron, el primer ministro del Reino Unido, pidió una bazuca para terminar con la crisis, el comentario no cayó bien en Berlín. Aparte de que las palabras de Cameron estaban acompañadas de la insistencia de los británicos en decir que no contribuirían con dinero, creó expectativas perjudiciales en el mercado financiero y temor entre los cautos votantes germanos.
Merkel ha repetido que la crisis fue causada por un exceso de endeudamiento gubernamental acumulado a través de décadas, y sólo podía resolverse con un largo y lento proceso para restaurar la disciplina fiscal. También significaba establecer estrictas normas a futuro para evitar que los países de la eurozona vuelvan a quedar al borde de la quiebra.
La canciller trabaja paso a paso, sin declaraciones de alto perfil. Y odia las cumbres. Por eso no tiene buena química con Nicolas Sarkozy, el presidente francés, más inclinado a ocupar el centro de la escena. Pero los poderes centrales de Europa, Alemania y Francia, están condenados a cooperar.
De todos modos, Merkel también es muy efectiva operando en las cumbres, porque insiste en prepararse mejor que los demás. Es meticulosa y obstinada, pero también buena mediadora. La última maratón de reuniones que produjo el paquete de medidas anunciadas el jueves es un buen ejemplo de su estilo. El resultado no fue un disparo de bazuca de billones de euros para impresionar a los mercados. No se trató de una solución inmediata a la crisis ya que mucho depende de otros jugadores, incluyendo bancos internacionales y bonistas, y otros gobiernos del área del euro. Pero la impronta alemana es evidente en las conclusiones, al imponer la disciplina presupuestaria y fortalecer las normas futuras. Todos los socios de la moneda común se han comprometido a poner un freno a la deuda al estilo germano que requiere un presupuesto equilibrado en sus constituciones.
La supervisión de los planes de gasto nacional será la norma en adelante, y Olli Rehn, el comisionado europeo responsable de los asuntos económicos y monetarios tendrá nuevos poderes para alertar sobre el exceso de gasto de las naciones. A Silvio Berlusconi, primer ministro italiano, cuya deuda soberana es la más grande del continente, se le dijo que la Comisión Europea evaluará las reformas prometidas y controlará su implementación.
Merkel también se aseguró de que no habrá un explosivo refuerzo del Fondo de Estabilidad Financiera Europeo, de 440.000 millones de euros. Por empezar, se negó rotundamente a contemplar cualquier incremento en la garantía financiera alemana para el fondo de rescate de la eurozona, que es de 211.000 millones de euros. Y bloqueó el último intento de Sarkozy por alentar al BCE a proveer liquidez ilimitada al fondo de estabilidad.
La canciller llegó incluso a persuadir a sus socios de contemplar la posibilidad de enmendar los tratados europeos para convertir la disciplina presupuestaria en una ley europea, algo que la mayoría de ellos mira con horror. Su último mantra meticulosidad, no velocidad parece haber tenido su recompensa. Sin embargo, tanto en su país como en el exterior, se ha señalado que su lentitud empeoró la crisis inmediata.
Frank-Walter Steinmeier, el vicecanciller en su anterior coalición con los socialdemócratas, la acusó en el Bundestag de demorar una acción rápida, lo que agravó la amenaza de contagio de la crisis griega y sembró en Alemania el temor a que la eurozona se convierta en una unión de transferencia de fondos financiada por Berlín.
Merkel debe convencer al Bundestag por anticipado siempre que se precise un nuevo programa de rescate o un cambio en las reglas del Fondo de Estabilidad Financiera. Es posible que esto fortalezca su posición en Bruselas, al asegurar que no habrá solidaridad sin duras condiciones. También podría asegurar que haya mucha redacción germana en las normas, pero hace que el proceso de negociación europeo sea mucho más complicado. Pero los mercados financieros no lo entienden ni les gusta.











