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Una oferta electoral que aún resta ordenar

En un contexto de mucho enojo de la gente con la dirigencia política -por los malos resultados que esta última ha venido teniendo en la administración de la cosa pública (y razones no le falta)-, la política tiene que avocarse a una tarea que es natural y necesaria para todo proceso electoral en una democracia, que es la elaboración de la oferta que se le pondrá a disposición al electorado para que pueda elegir la mejor opción, o al menos la menos mala.

El proceso de elaboración de la oferta electoral tiene un inconveniente atractivo, en este contexto de enojo ciudadano, de mostrar a políticos preocupados por ocupar lugares en la oferta electoral. Pero hay que decirlo, y remarcarlo, es necesario que ocurra. Sobre todo porque de este proceso se supone que salen los mejores (al menos es la idea), aquellos que cada partido, organización y espacio considera que son la mejor expresión para ofrecer a la gente.

En el oficialismo el proceso es especial. Allí no se discute qué candidato ofrece la mejor versión competitiva para el espacio (quién mide más), sino que lo que se busca es lo que necesariamente tiene que buscar esa fuerza por su naturaleza constitutiva: quién complementa mejor a Cristina Kirchner.

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El kirchnerismo tiene la paradoja de que es el accionista mayoritario de la sociedad política del peronismo, pero no puede encabezar la oferta electoral del espacio, por lo menos desde 2011. ¿Por qué?, por su alto nivel de rechazo en la sociedad, que repele la posibilidad de juntar más votos que los que tiene. Por ello está condenado a estar disimulado en la oferta de su espacio, a buscar alguien que complemente su potencial electoral y a quedarse secundando la oferta principal, como lo hizo Carlos Zannini con Daniel Scioli en 2015 o Cristina con Alberto Fernández en 2019.

En ese contexto, se vuelve insostenible la candidatura de Fernández. Si Alberto no puede revalidar el apoyo de Cristina para ser candidato (lo que se ha vuelto obvio), pero aun así pretende serlo, está condenado a juntar un dígito de votos, lo que sería un papelón inédito para un presidente en ejercicio. Sin Cristina ningún candidato mide, sólo se busca quién tiene el potencial de ampliar más la base electoral de ella.

El aspirante natural es Sergio Massa, que puede juntar el aval de Cristina y posee un nivel de conocimiento y capacidad de juntar apoyos en el resto del peronismo que le permiten ser un buen complemento. Siempre que la economía lo deje, porque la performance de su gestión económica, con la inflación subiendo y la actividad languideciendo, no parece ser una opción muy atractiva. Pero tiene la ventaja de la falta de competidores. Quizá allí radica el sostenimiento de los elogios del kirchnerismo hacia su gestión a pesar de los resultados, un elogio destinado más a evitar que Massa flaquee en su voluntad de ser candidato que a aplaudir los resultados de su política económica.

Por el lado de la oposición, hay dos realidades distintas: la de Juntos por el Cambio (JxC) y la de Javier Milei. Los primeros intentan definir las candidaturas del espacio, el segundo intenta armar el espacio para su candidatura.

El proceso de definición de candidaturas dentro de JxC ha sido muy perjudicial para el espacio. El convencimiento de que el que se imponía en la interna sería prácticamente el candidato ganador de la presidencia (y motivos para creer ello no les faltaba) ha llevado a que esa disputa se haya vuelto destructiva de la identidad del espacio. Quizá ello haya apurado la decisión de Mauricio Macri de bajarse para ordenar algo la discusión.

La lógica de una discusión interna de este tipo puede versar sobre las diferentes estrategias para conseguir un mismo objetivo o puede versar sobre los atributos, capacidades y temperamentos de los diferentes candidatos de un espacio. Pero esa discusión no puede transmitir la sensación de que hay proyectos o propuestas programáticas distintas, porque puede generar el riesgo de dispersión presente o futura de los apoyos del espacio.

De hecho, en JxC se viene dando una paradoja producto de no entender el tipo de dinámica que debe gobernar una discusión interna. El señalamiento programático del sector halcón (el sector más liberal) hacia el sector paloma (el sector más socialdemócrata) ha provocado un sostenido deterioro del caudal del espacio, producto de una migración de votantes liberales de JxC hacia Milei.

Lo curioso es que esa migración ha venido perjudicando especialmente al sector halcón, quien no ha esgrimido públicamente una desautorización hacia esa migración. Los dirigentes halcones le dicen a los votantes halcones que JxC está lleno de palomas, y los votantes halcones se van a votar un espacio que ofrece mucha mayor nitidez en términos de representar lo que ese electorado más liberal demanda. Mientras los dirigentes halcones no hagan un señalamiento público de desautorización de esa migración (critiquen a Milei), es posible que esa migración no se detenga, perjudicando precisamente al sector halcón que pierde votos suyos en la interna del espacio.

Mientras eso ocurre, Milei ha venido creciendo a fuerza de recoger el apoyo de los desencantados de la política. Hoy junta casi el mismo porcentaje de adhesiones de lo que representó el voto blanco y el voto nulo en 2001. En aquella ocasión, si el voto bronca hubiese sido un partido político, habría sacado el 24% de los votos.

Pero se trata de un candidato que no tiene espacio, entendido ello como una estructura organizativa (poder legislativo, poder territorial) que, en caso de ganar, no podrá garantizar condiciones mínimas de gobernabilidad. Todo un factor de riesgo para que el sistema pueda procesar un triunfo suyo. Algo que por ahora sigue estando lejos, pero cuya probabilidad de ocurrencia ha dejado de ser cero hace tiempo.

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