No hace falta magia, sino fijar metas posibles y cumplirlas entre todos
La Argentina celebró ayer 40 años de vigencia de la democracia. La fecha recuerda la histórica elección ganada por Raúl Alfonsín en 1983, un acto que clausuró una de las etapas más oscuras de la historia argentina y abrió paso a la búsqueda de un destino de crecimiento y desarrollo. Pero como suele suceder en los períodos de recambio presidencial, el aniversario genera la oportunidad ideal para analizar avances y retrocesos.
Si la evaluación tuviera metas cuantitativas, no hay duda de que hay varios rubros en los que estamos lejos de poder festejar. Lo que no hay que perder de vista es que un país no puede ser juzgado solo "nominalmente". Porque en el camino, el mundo también cambió y la Argentina se adaptó y superó muchos de los desafíos que debió enfrentar en estas cuatro décadas.
El poder militar, tal como se lo conoció, desapareció como factor de poder. Eso es algo que no todos los países de la región pueden anotar como un activo. La sombra que este sector proyectaba en el pasado sobre la continuidad de los gobiernos se esfumó por completo. Queda aún por definir un nuevo rol para las fuerzas militares, ajustado a épocas en las que los conflictos internos o fronterizos desaparecieron y en las que preocupa más la defensa de los recursos naturales y el apoyo a la sociedad civil, tanto en situaciones de fragilidad social como de catástrofes naturales.
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En salud, educación y justicia, lo que aparecen son déficit estructurales que demandan rediseños y consensos. Pero hay una estructura que ha sabido dar respuesta a las necesidades esenciales. La pandemia causada por el Covid ha sido un desafío que demostró que el sector público y el privado pueden actuar de forma articulada cuando hay una emergencia que obliga a dejar a un lado la pugna de intereses.
Donde seguramente la insatisfacción sea más visible es en el frente económico. Pero una vez más, lo que no falta no son los recursos, sino una forma eficaz de organizarlos.
Desde 1983 a esta parte, la Argentina potenció un inusual proceso de extracción de capital privado: en lugar de hacer crecer el ahorro para ponerlo al servicio de desarrollo, creó las condiciones para que la sociedad lo retirara de circulación y lo pusiera a resguardo del Estado y de sus recurrentes necesidades de financiamiento. Con este escenario, el precio de cada crisis se hizo más grande, porque los recursos para levantarse y arrancar otra vez sí o sí tenían que ser conseguidos por el sector público a través de más impuestos o más deuda.
En estos 40 años, la sociedad perdió confianza en su clase dirigente, sin asumir que protegerse de ella hace cada vez más intrincado salir del círculo vicioso de la economía. No hacen falta planes mágicos ni milagros. Ponerse metas posibles y cumplirlas de a poco es una buena forma de darnos una nueva oportunidad.
Raúl TrÃboli Pisi
Señor Hernan de Goñi: o usted nos toma por estúpidos a los lectores del Cronista, o usted vive totalmente alejado de la realidad Argentina. En cualquier caso, su editorial, me parece lamentable, por decir lo menos.