De la nada, una luz roja se encendió en las cancillerías de los países de la región y de EE.UU. cuando las protestas que los bolsonaristas incubaron durante los últimos dos meses, se transformaron en un hecho sin precedentes y pusieron a Brasil en el centro de una crisis institucional. El presidente Luiz Inacio Lula da Silva se pregunta ahora quienes son leales a su gobierno y quienes no. Su mirada se posa sobre las fuerzas armadas, acicateadas por los manifestantes para que desconozcan el resultado electoral y destituyan al jefe del PT. Una investigación del Washington Post publicada el fin de semana, que apunta al jefe del Ejército, general Julio Arruda, como uno de los que impidió arrestar a manifestantes que habían acampado frente al Cuartel General, agitará aún más sus temores. Lula logró un rápido respaldo interno y externo. Y ahora analiza de qué manera cortar el lazo entre las protestas y sus referentes. El hecho de que no haya un liderazgo visible, más allá de las posturas críticas que ha manifestado el propio Jair Bolsonaro, es uno de los factores que más preocupa a la coalición de gobierno. Todas las acciones fueron coordinadas dentro de enormes grupos de Telegram y Whatsapp, que no hicieron más que recoger el enojo de muchos ciudadanos con los valores que representa la izquierda moderada de Lula, apoyada (y contenida) ahora por el acompañamiento del PSDB de Fernando Henrique Cardoso, consagrado en la figura del vicepresidente Gerardo Alckhim. El problema es que las redes sociales son un entorno frágil para la política, porque los mensajes no suelen ser 100% fiables y porque más allá de la libertad de opinión, no se caracterizan por aportar argumentos sólidos, sino todo lo contrario. No existen pruebas de que los comicios brasileños hayan sido fraudulentos. Pero la masificación de ese discurso engañoso terminó con una masiva invasión a las sedes de los tres poderes de Brasil. Lula tendrá ahora que agregar un desafío relevante a su gestión: desactivar esa marea desbordante para evitar que se repitan estos "alzamientos" ciudadanos. Sin dejar de mirar este nudo interior, el mandatario brasileño también comprendió que debía enviar una señal "tranquilizadora" al exterior. Después de varios días de devaluación del real brasileño, el ministro de Economía Fernando Haddad anunció un programa de recortes para bajar el déficit primario. Un remedio clásico para problemas recurrentes de América latina. Lula se define como un hombre de izquierda, pero no anda con vueltas cuando se trata de despejar incertidumbres.