

El participación de Mauricio Macri en la jornada de la Asociación Empresaria Argentina (AEA) no tuvo un clima muy diferente al que reina en el resto de la sociedad. La recepción fue cortés, pero fría. Los responsables de las principales empresas nacionales tuvieron tiempo para cruzar algunas palabras en privado con el primer mandatario, a quien veían por primera vez después de las PASO. Avisaron que pondrán el hombro en lo que puedan, porque necesitan que la economía se estabilice para no seguir perdiendo más ventas ni patrimonio. Pero será difícil que eso se traduzca en gestos explícitos de apoyo a su persona. De hecho, mientras el jefe de Estado pronunció su discurso, primó el silencio atento. Los aplausos estuvieron limitados al saludo de llegada y cuando mencionó las medidas que había adoptado Hernán Lacunza, que estaba presente en la sala.
Jaime Campos, titular de AEA, transmitió el pensamiento global del nucleamiento empresario. El foco de su presentación no fue lo que está haciendo el gobierno actual, sino lo que debe hacer el que vendrá. La agenda enumerada no contuvo sorpresas, ya que se basa en alcanzar consensos macroeconómicos amplios, y generar una sustentabilidad fiscal que permita liberar las energías del sector privado. Entre los pocos reconocimientos explicitados, se incluyó todo lo hecho en desarrollo energético y de infraestructura, y el acuerdo entre la Unión Europea y la UE.
Los hombres de negocios ya admitieron, con desazón pero a la vez con realismo, que tienen que empezar a prestarle atención a Alberto Fernández. Varios ya tomaron contacto, pero sus propios asesores anticipan que el estado actual de incertidumbre financiera no permite anticipar ningún escenario. Por las dudas, Campos también incluyó en su mensaje referencias más políticas para un eventual gobierno de distinto signo: planteó que para darle previsibilidad al accionar empresario hace falta plena vigencia de la República, Justicia independiente, división de poderes, un Congreso que refleje la pluralidad y libertad de prensa, entre otros aspectos.
En la Casa Rosada, la aparición de algunas señales de calma financiera empezó a encender la ilusión de que los milagros son posibles. El camino a recorrer, de todos modos, es tan desafiante como escalar una montaña solo con pies y manos. El malhumor social caló mucho más profundo de lo que mostraba el instrumental que manejaba Marcos Peña. Y aunque hubo ideas para corregir la estrategia, ningún plan prosperó. Ni siquiera cuando Cristina Kirchner neutralizó la polarización con la nominación de Alberto Fernández. Pero a no entusiasmarse: aunque el paciente se estabilice, no va a salir de terapia intensiva.














