

A tres semanas de que Sergio Massa asumiera la gestión económica, la respuesta instantánea, la que proviene de los mercados financieros, sigue siendo de moderada cautela. Cierta calma en los dólares financieros (y el blue), una leve reducción del riesgo país (de orillar los 3.000 puntos se instaló en los 2.400) algo menos de tensión en el mercado de pesos por las significativas subas de las tasas de interés y el relevante canje de títulos del Tesoro de la semana pasada, y en las últimas ruedas, una tenue recuperación de reservas que frenó al drenaje de las semanas previas.
Pero el escrutinio de los decisores económicos y financieros en relación con las promesas es horario, ya ni siquiera diario. Un "esperar y ver" de cortísimo plazo, con una fragilidad evidente y un riesgo latente de que la incipiente implementación de la razonable "agenda Massa" no llegue a tiempo para revertir la dinámica de la crisis.
Sin embargo, hay un respiro innegable, bienvenido, para aprovechar. El Gobierno se puso a centímetros del abismo semanas atrás. El instinto de supervivencia parece ahora haber ganado espacio en las decisiones oficiales. El baño de realidad que la "agenda Massa" instala en las oficinas estatales es el reconocimiento explícito del fracaso de la gestión macroeconómica.

Está claro que todos los desequilibrios siguen allí, esperando y amplificados, pero quizá lo más relevante sea el giro de enfoque que la "nueva" agenda le impone a la política.
Cuestiones elementales, como admitir las restricciones de presupuesto, antes cuestionadas y hasta banalizadas, estarían siendo reconocidas como básicas en la lucha por sobrevivir el largo año que resta. Massa lo sabe, y opera en consecuencia.
No es un programa integral, una regla explícita hacia la desinflación y un nuevo ordenamiento macroeconómico. Sin embargo, contiene elementos fiscales y monetarios que van en esa dirección. El recorte de partidas de gasto de esta semana sumado a la quita de subsidios equivale a más de un tercio de lo necesario para llegar a cumplir la meta de déficit primario con el FMI este año. Un buen comienzo. Pero las fricciones inevitablemente surgirán.
El ajuste alcanza fuertemente a la obra pública (incluyendo vivienda y transporte), a las transferencias discrecionales a las provincias, a fondos fiduciarios subutilizados. Aún no a los salarios estatales, pero es probable. Todos los frentes abren conflictos, e incluso es factible que aparezcan desertores del "proyecto", fundamentalistas de un tiempo perdido. Qué rol asumirá Cristina Kirchner en este giro hacia el realismo económico es y seguirá siendo un interrogante en tanto mantenga silencio.

Un equilibrio político de conveniencia parece haberse instalado entre ambos que, por el momento al menos, es funcional a cierta estabilización de expectativas de corto plazo.
El otro gran frente de turbulencias ya instalado en la agenda del ministro es el dilema salarial. Consciente de que una reapertura masiva de paritarias sólo realimentará el fuego inflacionario, propone sumas fijas por sector, rechazadas en masa por el sindicalismo e incluso, por el propio gobernador de Buenos Aires, que aceptó una nueva negociación salarial.
Un tema para seguir, con dos consideraciones empíricas. La primera, estabilizar los precios exige que los salarios ajusten mirando hacia adelante, no hacia atrás. Las experiencias exitosas de desinflación en el mundo así lo indican. Y la segunda, la historia económica argentina enseña que para recuperar el salario real la tasa de inflación debe ser inferior al 30% anual, un objetivo muy lejano en este contexto. ¿Qué hará Massa si las presiones sectoriales se agudizan?
Por último, las tensiones sobre la caja en dólares del Banco Central signarán el resto de la gestión de gobierno. Más allá de que se haya logrado frenar la pérdida de reservas en estos días y comience a ingresar a cuentagotas algo de prefinanciación de exportaciones, la "agenda Massa" está urgida por mostrar un puente consistente de financiamiento en dólares hasta fin de año para desactivar definitivamente los riesgos de devaluación.
Hoy el escenario de un inminente e inevitable salto discreto del tipo de cambio para ordenar el sector externo ha perdido fuerza, pero si la brecha se consolida en torno al 100% no será posible estabilizar las expectativas privadas y las fricciones continuarán.
Un ministro con más botonera y peso propio, un cristinismo que -por ahora- no ofrece resistencias profundas y un presidente que deja hacer parece ser el menú que el Frente de Todos ofrece hasta el fin de su gestión. Apenas un esquema de contención de daños, tantas veces reclamado desde esta columna, para intentar esquivar la crisis en gestación. Una apuesta que reclama conducción, firmeza en las decisiones y capacidad de negociación dentro de un gobierno que habría entendido que llegó a un límite.














