Opinión

Kirchnerismo, ¿revival de peronismo-antiperonismo?

El atentado contra la Vicepresidenta llevó a revisar antecedentes de este tipo de hechos en la historia argentina. Es así como en la segunda mitad del siglo XIX se ubicaron dos.

El primero es el que sufrió Sarmiento en su Presidencia -que como sucediera con Cristina Kirchner, no lo percibió cuando se trasladaba en su carruaje y ya afectado por cierto grado de sordera-, frente al cual ordenó dejar en libertad inmediata a los agresores que habían sido detenidos después de realizar disparos que no dieron en el blanco.

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El segundo lo sufrió Julio Argentino Roca durante su primera Presidencia. Cuando se dirigía a abrir las sesiones ordinarias del Congreso, recibió una fuerte pedrada en la cabeza que lo hizo leer su discurso en forma abreviada, dada la conmoción que había sufrido, y con la cabeza vendada en forma improvisada. El agresor, detenido en el acto, también se vio beneficiado por la decisión del Presidente de dejarlo en libertad inmediata.

Ambas decisiones se adoptaron con la intención de pacificar y evitar represalias, y quizás tuvieron lugar porque los protagonistas tenían todavía fresca la experiencia de los costos en vidas y la crueldad desatada durante las guerras civiles de la primera mitad del siglo XIX.

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Ahora, en las primeras décadas del siglo XXI, esta actitud respecto a quien atenta contra la vida presidencial (en este caso vicepresidencial), resulta impensable.

Pero el tenso clima político que se ha ido gestando en los años recientes, puede tener como referencia el que tuvo lugar en el cuarto de siglo que va de 1945 a 1970, en función del fenómeno peronismo-antiperonismo, al cual se parece cada vez más el que protagonizan el kirchnerismo y el antikirchnerismo.

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Desde fines de los años 40, el país vivió una fuerte polarización y antagonismo político, que ante todo era de esta característica, pero que también se insertaba en la problemática social.

En los comienzos de la década del 50, el fracasado golpe de 1951, el frustrado atentado contra la vida de Perón y la bomba que estalló en la salida del subterráneo en Plaza de Mayo cuando se realizaba una concentración peronista, así como la muerte de un dirigente opositor en una sesión de tortura en Santa Fe y la detención del dirigente político opositor más importante, que era Ricardo Balbín, fueron hechos que marcaron el tránsito del antagonismo político al campo de la violencia.

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Fueron años en los cuales el diálogo oficialismo-oposición se hizo imposible. Esta situación derivó en una suerte de guerra civil de baja intensidad que se prolongó de junio de 1955 a junio de 1956.

Comienza con el fracasado golpe que tiene lugar en 1955 para matar a Perón, que los golpistas suponían en la Casa de Gobierno (en realidad estaba en el subsuelo del Ministerio de Guerra). En ese contexto, el bombardeo a la Plaza de Mayo que produce centenares de víctimas entre los militantes peronistas, fue una masacre premeditada para historiadores peronistas, y un efecto colateral no buscado en la visión de los antiperonistas. Esa noche, extremistas peronistas queman las iglesias más simbólicas de la Ciudad de Buenos Aires. Las cárceles se llenan con centenares de opositores y sacerdotes.

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Perón percibe el riesgo de la guerra civil. Cuando dirigentes gremiales reclaman armas para los obreros sindicalizados, el Presidente se las niega. Cuando un Consejo de Guerra dispone el fusilamiento de los líderes del golpe militar derrotado, lo rechaza.

Ricarod Balbín y Juan Domingo Perón.

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Perón entonces intenta un diálogo cuando es demasiado tarde. Dos meses después estalla una nueva insurrección militar con apoyo minoritario en las Fuerzas Armadas, pero amplio respaldo en el sector antiperonista de la sociedad civil. Se combate durante cuatro días, con epicentro en Córdoba. Los muertos se cuentan por decenas. Participan los "comandos civiles", integrados por quienes no pertenecían a las Fuerzas Armadas. Triunfa el golpe y asume el gobierno de facto presidido por el General Eduardo Lonardi. Las cárceles comienzan a llenarse con centenares de peronistas. Antes de cumplir los dos meses, Lonardi es desplazado por un "golpe dentro del golpe", que lleva al General Pedro Eugenio Aramburu a la Presidencia. La represión sobre el peronismo se acentúa.

En este contexto, en junio de 1956 tiene lugar un movimiento militar peronista encabezado por el General Juan José Valle, del que participan algunos grupos de civiles. El alzamiento, mal organizado, fracasa y sus líderes y algunos participantes son fusilados, en el marco de la ley marcial y por orden del gobierno de facto. Este hecho puede considerarse el final de esta guerra civil de baja intensidad con el triunfo del sector antiperonista.

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Pero catorce años después, en 1970, el asesinato de Aramburu como primera acción de la organización Montoneros, mostró un efecto político retardado con características de venganza, que fue uno de los factores precipitantes a la violencia que asoló al país en los años 70.

Conscientes de la necesidad de evitar una nueva ola de violencia entre peronismo y antiperonismo, en 1973 Perón regresa al país y tiene un histórico encuentro con el dirigente radical Ricardo Balbín, que había sido el opositor más caracterizado dos décadas antes. El "abrazo" entre ambos selló el ciclo de la confrontación peronismo-antiperonismo. Al morir Perón el 1° de julio de 1974, el discurso de despedida de Balbín refuerza el final de este ciclo de fuerte antagonismo político que derivó en violencia.

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Con el restablecimiento de la democracia en 1983, ese espíritu de Perón y Balbín predomina tanto durante el gobierno de Alfonsín, como en la década de Carlos Menem. Fue un periodo de casi dos décadas en el cual las diferencias entre peronismo y antiperonismo se diluyeron en una relación de cooperación para consolidar el sistema democrático.

Con el advenimiento del siglo XXI, en forma gradual, el antagonismo político se va recreando en función de peronismo-antiperonismo. Todavía en 2007, la fórmula Cristina Kirchner-Julio Cobos es como un eco del pasado que busca dar una señal de entendimiento entre las dos fuerzas políticas más importantes.

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Pero a partir del conflicto entre el kirchnerismo y el campo, esta situación va cambiando y el antagonismo escala, hasta derivar en lo que se ha denominado comúnmente como la grieta, un estado "anímico-político" donde el diálogo se hace imposible.

Ahora, en 2022, el atentado contra la Vicepresidenta se transforma en una advertencia respecto a los riesgos de que el antagonismo político derive a la violencia, como en otra época pasó con el antagonismo peronismo-antiperonismo. En ese sentido, cabe destacar la afirmación que el 8 de septiembre realizó Mario Firmenich en un diario de España: "La provocación terrorista para la guerra civil llega al repudiable intento de magnicidio contra la Vicepresidenta". A su vez, el General retirado César Milani, dijo el 17 de septiembre: "¿Qué están buscando los pregoneros del odio de la oposición? ¿Están buscando de vuelta un baño de sangre? ¿Una guerra civil?".

La historia nunca se repite igual. Pero tenerla presente puede llevar a evitar errores. En este sentido, la actitud de Sarmiento y Roca con sus agresores fue un mensaje político muy diferente al de la confrontación peronismo-antiperonismo, a la cual comienza a parecerse la de kirchnerismo-antikirchnerismo. Hoy un encuentro entre Cristina Kirchner y Mauricio Macri como el que tuvo lugar entre Perón y Balbín, resulta impensable y eso no es un buen síntoma.

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