La nueva etapa

El riesgo de los fanatismos

Hay peligro de que se recree a pleno la grieta entre la derecha extrema y una seudo izquierda y tener esto una expresión callejera de largo aliento y alto voltaje entre dos fanatismos.

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Lo que va de la enfervorización al fanatismo se parangona con el paso de una alegre y controlada borrachera al alcoholismo, de un estado saludable y festivo a una dimensión patológica. 

En política los argentinos tienen una imagen o ejemplo reciente de ese tránsito y sus consecuencias. Baste mirar el camino recorrido por el kirchnerismo para tener una idea acabada de lo mencionado. Es de esperar que no se esté nuevamente frente al mismo riesgo.

La irrupción de Néstor Kirchner en la escena nacional en 2002 levantó esperanzas y, más adelante, fervor en una amplia porción de la ciudadanía, con mayorías de origen peronista, que vio en ese virtual desconocido la tabla de salvación para dejar atrás el período del menemismo.

Los fanáticos son hemipléjicos políticos que ante una misma situación ven virtud en lo propio y horror en el otro.

La rápida recuperación de la economía tras la crisis devastadora que implicó el derrumbe de la convertibilidad, su oportunismo para interpretar una demanda de revisión parcial y sesgada de la noche negra de los años '70 del siglo anterior y una sobreabundancia de demagogia, pronto hicieron de ese hombre desgarbado, un líder como no había en la Argentina desde los años ‘80, cuando Raúl Alfonsín se erigió en la figura prominente de la democracia recuperada.

Kirchner logró con su gestión y desparpajo, que conectaba con mayorías populares, engrosar y a la vez enfervorizar al sector de la sociedad que se dispuso a seguir sin cuestionamientos ni reparos los rumbos por él elegidos.

Su cónyuge y sucesora en la poltrona presidencial, Cristina Fernández, perfeccionó los mecanismos de seducción y logró consolidar el proceso de fanatización iniciado por su marido y antecesor.

El holgado triunfo alcanzado por el candidato Javier Milei en la elección presidencial del pasado 19 de noviembre debe advertir para evitar que se produzca un proceso semejante al del kirchnerismo, aunque desde otro ángulo, cuando posiblemente haya un caldo de cultivo para que eso ocurra.

Capítulo esencial para la afirmación del kirchnerismo lo constituyó el sorpresivo fallecimiento de Néstor Kirchner. Esta partida sensibilizó a la sociedad y obró para que, entonces sí, mayorías elocuentes donde se amalgamaron en especial juventudes de izquierda y otras nuevas en la política, arroparon y elevaron a la líder, con un fanatismo extremo, a unas alturas nuevamente desconocidas por décadas.

Liderazgos

Ella les dio el leit motiv: "vamos por todo". Y en ese camino se encolumnaron la organización, entonces juvenil, La Cámpora y quienes afinaban en el coro de "los pibes para la liberación", arrastrando consigo y colonizando a un peronismo vetusto y desconcertado.

Por si hiciera falta una ratificación, después de todo lo que ha mostrado la historia en materia de líderes mesiánicos, el paso de la borrachera admirativa al fanatismo fue un proceso de retroalimentación entre un líder o una lidereza que no encuentra límites -que va por todo- y multitudes inoculadas con un germen patógeno que las encarcela en sus dogmas e ideologías, que no admiten controversia. Los fanáticos son hemipléjicos políticos que ante una misma situación ven virtud en lo propio y horror en el otro.

El holgado triunfo alcanzado por el candidato Javier Milei en la elección presidencial del pasado 19 de noviembre debe advertir para evitar que se produzca un proceso semejante al del kirchnerismo, aunque desde otro ángulo, cuando posiblemente haya un caldo de cultivo para que eso ocurra.

La saturación en la sociedad que provocó el movimiento creado por Kirchner, al cabo dio como resultado, por reacción, la generación de una fuerza contraria de mayor dimensión, encarnada por Milei, un neopolítico con rasgos de líder que si no se toman los recaudos necesarios, pronto puede devenir en mesiánico. Sus modos de campaña, su discurso agresivo, compatibles con el fanatismo, impropio de un presidente respetable, deberían quedar en el pasado.

Es importante que él mismo y quienes lo rodean, lo prevengan si se advierte que está por caer en esa tentación, que en su caso puede no ser una tentación sino una lamentable reacción orgánica.

La saturación en la sociedad que provocó el movimiento creado por Kirchner, al cabo dio como resultado, por reacción, la generación de una fuerza contraria de mayor dimensión, encarnada por Milei, un neopolítico con rasgos de líder que si no se toman los recaudos necesarios, pronto puede devenir en mesiánico.

Jóvenes por la mileinización

El riesgo se agiganta por dos motivos: el triunfo de Milei se afirmó en el voto de una mayoría de jóvenes que no tenían militancia ni expresión política más que la desazón y la frustración.

Ellos aún no están organizados y seguramente, con todo derecho y por la necesidad de formar una base política para su gobierno, pronto alumbrarán una estructura, como lo hizo el kirchnerismo con La Cámpora desde el gobierno.

Es de esperar que esta estructura no sea construida con recursos del Estado y que no se fanatice sino que brinde respaldo a su gobierno y aporte ideas desde la racionalidad y la moderación. Ese sería un verdadero cambio.

El otro motivo para estar alerta es que las ideas manifestadas por Milei en su campaña y sus primeros anuncios como presidente electo colisionan -inevitablemente- con "principios" del kirchnerismo, cuando este movimiento todavía se relame las heridas de su derrota, en rigor acaecida el 3 de agosto de 2022, cuando "tiró el trapo" y se resignó a que Sergio Massa asumiera el Ministerio de Economía.

Las ideas manifestadas por Milei en su campaña y sus primeros anuncios como presidente electo colisionan -inevitablemente- con "principios" del kirchnerismo, cuando este movimiento todavía se relame las heridas de su derrota.

Es legítimo que Milei anuncie e intente llevar adelante sus políticas; para eso ganó la elección. Pero a la vez es importante el cómo: reconocer los límites de la cancha, no anunciar medidas que necesitan aprobación parlamentaria antes de iniciar discusiones o al menos presentar los proyectos en el Congreso. Tanto más si se trata de transformaciones que requieren mayorías especiales.

De no hacerlo así, puede recrearse a pleno la grieta entre la derecha extrema y la seudo izquierda que encarna el kirchnerismo y tener esto una expresión callejera de largo aliento y alto voltaje entre dos fanatismos, siendo que el fanatismo constituye uno de los peores condimentos de la política, porque solo aboga por lo absoluto, esto es, va por todo.

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