Somos argentinos. Compramos dólares.

Idiosincracia enraizada a fuerza de ahorros evaporados y estafas varias, la dolarización defensiva es un reflejo nacional.

Es cierto, la liquidación de la cosecha está cerca y aplacará el nerviosismo. Es un mercado con muy poco volumen en el que el BCRA no puede marcar la cancha, no al menos a través de la venta de reservas (territorio de no intervención). La oferta del Tesoro (esos u$s 60 millones diarios pactados con el FMI), aunque previsible, módica y compulsiva, también ayudará.

Pero el trimestre electoral es otro cuento.

Aún con cepo, el BCRA tuvo que vender u$s 6.000 millones en la previa de las elecciones que consagraron a Macri. Así y todo, el paralelo subió 10% en los tres meses anterioresa los comicios hasta cruzar los $ 16 (brecha del 70%), un movimiento que dejaba vislumbrar ya el salto devaluatorio que esperaba el mercado.

En el 2011, antes de la reelección de Cristina, con una dolarización colosal que en el tercer trimestre arañó los u$s 8.500 millones (venía de u$s 6.000 millones en el anterior) y sumó casi u$s 3.000 millones más en octubre, el BCRA se desprendió de reservas por u$s 5.000 millones en cuatro meses. Eso sí, el dólar ni se movió. Planchadito.

Es un clásico que se constata incluso en la previa de las legislativas. Y cuya virulencia es siempre difícil de anticipar. Los datos muestran hoy, de todos modos, que en un contexto de recesión aguda, las compras merman y cada vez más gente vende. No porque quiera. Sino porque no llega. Será un test para nuestra propia historia.