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Cuando nadie muere en la línea 620

Cuando nadie muere en la 620 aparece el show de los rambos como Sergio Berni y el juego de a ver quién es más picante, el combo de subsidios regalados, empresarios ineficientes y tarifas atrasadas. El día que matan a alguien, es lógico, se pudre todo.

Cuando nadie muere en la línea 620 y funciona como siempre, puede haber hasta unos 40 minutos de demora entre cada servicio. La gente se amontona en las paradas a lo largo del recorrido que realiza la firma Nuevo Ideal S. A. por el corazón de La Matanza, desde Lomas del Mirador hasta Virrey del Pino, pasando por Ramos Mejía, Isidro Casanova o González Catán entre otras localidades del conurbano bonaerense. Cuando nadie muere, por esas cosas del destino, sólo hay robos en la espera y también la bronca de los pasajeros frustrados por la demora puede derivar en ataques a los choferes.

Cuando nadie muere en la 620, el Gobierno gira miles de millones de fondos en subsidios a las empresas según una ecuación que se publica periódicamente en el Boletín Oficial para calcular los gastos e insumos; las compañías que gestionan unas 370 líneas reclaman permanentemente por una actualización del índice de costos sobre el que se calculan las erogaciones, una carrera permanente en un país con una inflación del 100% donde el que se demora pierde.

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Cuando nadie muere en la 620, además, los colectiveros más o menos la van llevando con un salario atado a las paritarias que define el Estado según cuánta plata envíe al sistema en la zona metropolitana, ahí donde el boleto de colectivo es 39 pesos para el trayecto más corto contra los $113 que vale en Mar del Plata o los $116 en la ciudad de Santa Fe.

Cuando nadie muere en la 620, hay mil franelas para tratar de que exista aunque sea como ilusión de cierta protección un sistema de cámaras en las 18 mil unidades que surcan el área metropolitana y que por ahora sólo tienen unas 2000 pero casi de gusto, porque sólo siete han conseguido el chip para mandar el contenido al comando central para evitar desgracias como la que esta semana terminó con la vida de Daniel Barrientos o la que hace cinco años acabó con la de Leandro Alcaraz, que había cambiado el día de laburo para ir al cumple de cuatro años de su hija.

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Cuando nadie muere en la 620, un gobierno como el bonaerense intenta con $2500 millones que finalmente se instalen esos dispositivos pero nada ocurre. Porque mientras nadie vuelve a perder la vida las federaciones de autotransporte le envían una nota el 10 de marzo al ministro local Jorge Donofrio planteando que sin una compensación en línea con la ecuación económica no hay margen para poner las camaritas, por más que se sumen al cálculo de los costos.

Y mientras nada pasa, el Estado dice que no puede hacer mucho más porque las compañías son privadas y ahí no se puede intervenir de prepo e instalar sistema de seguridad. Además, cuando nadie muere en la 620, manda el show de los rambos como Sergio Berni y el juego de a ver quién es más picante en las polémicas porque te pedí gendarmes y no me mandaste, o porque te mando y no me das bola.

Cuando nadie muere en la 620, los periodistas metemos como información de tránsito las advertencias de las empresas que reclaman pagos estatales al día bajo amenaza de menguar los servicios a la noche. De hecho la 620 sale por última vez a las 21:30 y no regresa hasta las 5:30, todo lo que deriva en más pasajeros a la deriva y hasta en menos chances de muchos jóvenes de venir a laburar desde el Gran Buenos Aires a los negocios de la Capital Federal, como dicen en el rubro gastronómico.

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Cuando nadie muere en la 620, explota el servicio de micros blue que cobran 100 pesos el boleto y te llevan a destino, o crece exponencialmente Uber, que en Silicon Valley iba a ser el futuro del transporte pero acá reemplaza al remis precario para llevar trabajadores hasta la estación de tren, mientras explica un alto porcentaje del empleo que genera esta economía.

Cuando nadie muere en la 620, en definitiva, el combo de subsidios regalados a empresarios ineficientes, con tarifas atrasadas a niveles irrisorios por una gestión del dale-que-va hace lo suyo, como en tantas otras áreas de servicios públicos en pleno deterioro y al borde del desastre.

El día que matan a alguien, es lógico, se pudre todo.


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