

Cristina lo hizo a su modo. Eligió a la persona en la que deposita la mayor confianza después de su hijo Máximo para que acompañe, vigile y controle una eventual presidencia de Daniel Scioli. Carlos Zannini es el abogado con el que comparte las cenas. El que le transmite las decisiones de la Presidenta a los ministros, a los legisladores y a los gobernadores peronistas. No tiene territorio ni poder propio. Por eso es el hombre ideal para que prolongue el poder real del kirchnerismo más allá de diciembre. Jamás tendrá un proyecto personal que se vuelva independiente y desafíe el edificio armado por Cristina.
Pudo ser Máximo Kirchner o pudo ser Axel Kicillof. Scioli ya estaba resignado a que Cristina le pusiera un regente a su gestión en caso de que llegue a convertirse en presidente. Pero la elección de Zannini como acompañante de la fórmula presidencial es todavía una provocación mayor. El abogado cordobés que viene de la izquierda setentista y pasó en la cárcel algunos años de la dictadura no tiene votos ni carisma ni atracción personal que pueda reforzar las chances del gobernador que prometía continuidad con cambio.
La apuesta de Cristina es continuidad con continuidad. No hay margen de independencia ni de diferenciación cuando el único proyecto es la permanencia en el poder a cualquier costo.













