OPINIÓN

De Sarmiento a Alfonsín: las pasiones criminales contra los presidentes argentinos

El grosero atentado contra la seguridad personal de la Vicepresidenta nos deja un sabor amargo. El perpetrador, un ciudadano de origen brasilero, de nombre Fernando Andrés Montiel, ya gozaba de antecedentes penales por portación de armas prohibidas. La gravedad de la situación exige que las máximas autoridades del Gobierno y la Justicia investiguen los detalles de lo ocurrido, porque la sociedad merece conocer la verdad.

Más allá de la sensación de excepcionalidad que nos genera este hecho, no debemos olvidar que éste no ha sido el primer suceso violento contra una figura clave de la política doméstica. A lo largo de nuestra historia, muchos otros ex jefes de Estado fueron víctimas de similares ataques. Y fruto, seguramente, de la Divina Providencia, ninguno de esos actos terminó en un magnicidio.

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El primer ex mandatario víctima de la violencia institucional armada fue Domingo F. Sarmiento. El hecho ocurrió el 23 de agosto de 1873, cuando el carruaje presidencial cruzaba la esquina de Maipú y Corrientes y dos hombres apuntaron con sus trabucos al coche. En ese caso, las armas no dispararon porque la pólvora estaba húmeda. Los atacantes fueron arrestados por la policía e identificados como los hermanos Pedro y Francisco Guerri. Lo singular del caso es que el ilustre sanjuanino no se enteró de lo ocurrido hasta llegar a la casa de su amigo Dalmasio Velez Sarfield, a quien iba a visitar. Sarmiento, no queriendo aceptar su disminución auditiva, atribuyó no haber escuchado el revuelo a que las ventanas del coche estaban cerradas por la baja temperatura.

El siguiente agredido fue Julio Argentino Roca. Fue el 10 mayo de 1886, a poco de concluir su primera presidencia. Se dirigía al Congreso con el objeto de inaugurar las sesiones ordinarias cuando un individuo le arrojó una piedra, la cual lo golpeó en su frente. Un segundo ataque por parte del agresor fue frustrado por el entonces Ministro de Guerra, Carlos Pellegrini, que caminaba junto al Presidente. Este fue el origen de la frase de "la muñeca de Pellegrini", ya que el Ministro detuvo tomó la mano del agresor para evitar que lanzara nuevamente.

Roca fue víctima de una segunda agresión el 19 de febrero de 1891. Había concluido su primera presidencia (1880-1886) y ejercía el cargo de Ministro del Interior; cuando un menor de 15 anos, Tomás Sambrice, se acercó a su carruaje y bajo el grito de "Viva el anarquismo" desenfundo un arma y disparó. El impacto de bala, que alcanzó a tocarle la espalda, se amortiguó por el relleno de crin del respaldo del asiento. Roca descendió del transporte, persiguió al agresor hasta alcanzarlo, lo sujetó del cuello y comenzó a gritar para dar aviso a su guardia. Otro joven detenido por participar del tentado "magnicidio" fue Octavio Palacios, también menor de edad, quien casualmente era medio hermano del líder socialista Alfredo Palacios. Al igual que Sambrice y Monge (el de la pedrada del primer atentado) se trataban de esos jóvenes idealistas que soñaban en matar a mandatarios, para hacer un servicio a la patria. 

El carruaje, hoy en día, se conserva con el orificio de bala en el Museo Histórico de Luján. Roca se negó a repararlo para que permanezca como recuerdo de lo que puede pasar cuando las pasiones políticas se hacen incontrolables.

Otro que tuvo suerte, por partida triple, fue Raúl Alfonsín. El primer atentado en su contra ocurrió en mayo del '86 en la sede cordobesa del Tercer Cuerpo del Ejército. La policía halló una bomba bajo una alcantarilla por sobre la que, horas después, pasaría el auto presidencial. El segundo "milagro" sucedió en octubre de 1989, cuando un poderoso explosivo voló varios ambientes del departamento de Ayacucho al 100 (a metros del Congreso) que un correligionario le había prestado al entonces presidente radical.

El tercero fue, por lejos, el más providencial. Ocurrió el 23 de febrero de 1991, cuando el ya ex presidente se encontraba subido a un precoz palco armado en la puerta del comité radical de la ciudad de San Nicolás, en el marco de una maratónica gira proselitista por múltiples localidades de la provincia de Buenos Aires. El atacante se ocultó entre la muchedumbre, a unos pocos metros del ex mandatario. Desde esa posición le disparó a quemarropa con un revólver. Alfonsín fue salvado por su histórico custodio, Roberto Lapuyade, y otros tres partidarios que se abalanzaron sobre él y lo cubrieron por completo en el piso. 

Al igual que lo ocurrido anoche con la actual vicepresidenta de la Nación, la militancia se arrojó sobre el malhechor, reduciendo a golpes. La policía tuvo que intervenir de inmediato para evitar un linchamiento general. A pesar de todo el alboroto que generó el episodio, Alfonsín se levantó, tomó el micrófono, pidió calma y terminó su discurso. 

Lo providencial de este tercer atentado queda expreso en las declaraciones del juez Alberto Moreno, a cargo de la investigación: "La pistola estaba percutada, el plomo había salido de la vaina y se detuvo al inicio de su recorrido; circunstancia infrecuente, porque al quedar la bala en esa posición, trabo el tambor impidiendo así que este girara y se continuara la secuencia". En síntesis: se trato de un verdadero milagro de San Nicolás. El sujeto del arma se llamaba Ismael Abdala. Tenía 29 años de edad y había trabajado en Somisa y, antes de eso, en Gendarmería.

Lo ocurrido anoche con el atentado a la vida de la ex Presidenta, también es un hecho "milagroso". Las verdaderas motivaciones del brasilero Montiel deberán ser esclarecidas por la pesquisa correspondiente. Se lo debe acusar de tentativa de homicidio, mantenerlo en prisión preventiva y, luego de una ardua investigación (que debe ventilar si existieron incentivos políticos), avanzar en su condena.

El Estado debe proteger a quienes ostentan cargos institucionales, ya que cualquier atentado contra ellos resulta conlleva un ataque directo contra la vida democrática.

Las calles no pueden transformarse en escenarios de violencia armada. Nuestro país ya ha sufrido (y lo sigue haciendo) demasiado este flagelo

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