La victoria de Luis Inacio "Lula" Da Silva consolidó la tendencia electoral que comenzó en la pandemia y que ya se cumplió en diez países americanos: otra vez perdió el oficialismo.

La pandemia que mantuvo en vilo al mundo durante dos años debilitó a casi todos los gobiernos sin importar el signo ideológico y el de Jair Bolsonaro, por lo visto, no fue la excepción.

Sucedió en Dominicana con el triunfo de Abinader, Luis Arce en Bolivia, la vuelta del expresidente Manuel Zelaya de la mano de su mujer, Xiomara Castro, que ganó en Honduras, la derrota de Trump en Estados Unidos, la caída de Lenin Moreno en Ecuador, del ultraderechista José Kast en Chile, de Martin Vizcarra en Perú y el regreso de Luis Lacalle Pou en Uruguay.

Y así como en Estados Unidos no ganó Biden, sino que perdió Trump y en la Argentina, Cristina regresó como vicepresidente por los desaciertos de Mauricio Macri, Lula anoche ganó por las desinteligencias del gobierno de Bolsonaro.

Nota que debería tomar Guillermo Lasso en Ecuador, que ya suma un 80% de imagen negativa a apenas un añoy medio de gestión y deja crecer a un Rafael Correa que cada vez consolida más su proyección positiva como otro presidente que podría volver a gobernar.

En Brasil, una magra diferencia (1,9 millones de votos a favor de Lula sobre un total de 156 millones de electores) dejó al líder del PT, con 77 años y tras veces meses de cárcel, por tercera vez en el poder. Fue, sin dudas, el ballotage más polarizado de la historia de Brasil: tanto en 2002 como en 2006, Lula ganó con más del 60% de los votos y en primera vuelta.

El domingo pasado, el resultado reflejó también la profunda grieta que divide en dos al país: un tajo político que ahora deberá suturar Lula y en el que ya se enfocó en su primer discurso como presidente electo.

Bolsonaro estuvo muy cerca de tener un segundo mandato. De hecho, en el segundo tramo de la campaña enfocó un discurso que le permitió dar consistencia a su voto. Aunque no le alcanzó para ganar; sí achicó las diferencias: en la primera vuelta perdió por seis millones de votos, contra los dos que lo dejaron afuera en la segunda.

¿Y el resto? Los otros candidatos se "repartieron" la grieta: siete "indecisos" eligieron a Bolsonaro y tres a Lula. Fue mucho, pero no suficiente.

Es que ya en las investigaciones de campaña se desprendía lo que el electorado brasileño buscaba: reivindicar al Lula que se "unía" a los pobres, la determinación con la que ejerce el poder fueron atributos más poderosos que su imagen de político mentiroso, corrupto e ineficiente, las calificaciones negativas que generaba su nombre en los trabajos preliminares.

Al revés, Bolsonaro tuvo sus cartas de triunfo en la lucha contra la corrupción, en la vehemencia de su discurso patriótico y la "mano dura" que tanto defienden sus seguidores.

Atributos que chocaron de frente contra las opiniones negativas que desprende su persona: que habla sin pensar, su "fama" de hacer quedar mal a Brasil en el mundo y que se olvida de los pobres, su talón de Aquiles.

En lo que fue una jugada electoral precisa, el cambio de posición de Lula con respecto al aborto también influyó en el resultado del domingo. Tanto él como Bolsonaro coincidieron en rechazar la interrupción voluntaria de embarazo, enfocados en sumar votos del sector evangélico -el 30% del electorado- que siempre fue más fiel al ahora expresidente.

Pero, ¡atención! Este triunfo es solo brasilero. Por más que a través de las redes, publiquen fotos o hagan declaraciones públicas Cristina Kirchner o el presidente Alberto Fernández no podrán capitalizar este regreso. Poco queda de aquella "marea rosa" de gobiernos de izquierda, de Hugo Chávez a Néstor Kirchner- durante la década del 2000, de líderes regionales que proyectaban la Patria Grande.

El contexto actual es muy distinto al que vivió Lula entre el 2003 y el 2010. De hecho, su vice electo Gerardo Alckmin fue en 2006, su rival desde la centroderecha. Pero el regreso del PT sí traería un alivio a la economía argentina, ya que se podría equilibrar mejor la balanza bilateral y recuperar algo del protagonismo que la Argentina tuvo en el pasado en su relación comercial con Brasil. Un "aventón" que, seguramente, capitalizaría la economía de la Argentina el año que viene, un año clave.