Google, el 'karma' de la clase política argentina

El candidato más agresivo con el que compiten y pierden los candidatos de estas elecciones presidenciales es Google. Pero también, Youtube, Wikipedia, y todos los sitios y usuarios, que gracias a sus teléfonos inteligentes con 4G, recuerdan las cosas que dijeron e hicieron, y que hoy hacen sus palabras y sus promesas insostenibles.

Quizás el caso más impactante es el del precandidato a presidente por Unidad Ciudadana Alberto Fernandez. El lunes pasado Federico Andahazi reflotó un artículo que había escrito Alberto con su firma, en febrero de 2015, en el diario La Nación, titulado "que el silencio aturda a la Presidenta". Es brutal. El ex jefe de gabinete denunció a Cristina por acusar falsamente a Alberto Nisman de ser un padre desatento y un títere de la lucha de poder en el mundo de la inteligencia.

La descalificó por "indultarse a sí misma apropiándose de una mentira". Le enrostró saber desde el principio que el memorándum de entendimiento con Irán era el equivalente al indulto a los autores materiales e intelectuales del atentando contra la AMIA.

En la misma columna, Alberto la responsabilizó de encubrir la corrupción del entonces vicepresidente Amado Boudou en el caso Ciccone. Al final, Alberto volvió al corazón del asunto y la acusó, directamente, de traicionar el reclamo de justicia de los 85 muertos del atentado contra la AMIA. ¿Cómo se vuelve de eso?

El precandidato todavía no lo explicó. Sin embargo, a pesar de lo que dicen los analistas clásicos, creo que una parte del electorado no se lo va a perdonar. Lo de Sergio Massa también va a tener un alto costo. En las últimas horas se viralizó una afirmación del líder del Frente Renovador en La Cornisa.

La pregunta no se la había realizado yo, sino el segundo invitado, Jorge Rial. Arrancó así: "Estoy pensando a quién voy a votar. Por eso, Sergio, si ganás ahora Las Paso y después en octubre ¿no te vas a volver a juntar con los kirchneristas no?" Massa casi no lo dejó terminar y respondió, tajante: "Nunca más. Para mi es una etapa terminada. Superada".

Rial lo interrumpió: "¿De verdad? Porque yo ya escuché a muchos…está el antecedente de las testimoniales…¿no volvés no?". Y Massa lo cruzó: "No. Ya está. Para mí ya fue. Para mí es una etapa terminada, Jorge. Y tiene que ver…te diría…con una convicción….que es sentir que no tengo nada que ver ni con Moreno, ni con D'Elía ni con La Cámpora".

Massa bien podría decir que ya no están con Cristina, ni con Alberto, ni Guillermo Moreno ni Luis D'Elía. En realidad, eso habría que confirmarlo. Pero le costará explicar por qué estuvo negociando hasta último minuto lugares en las listas con Eduardo "Wado" de Pedro y los chicos grandes de La Cámpora.

A Cristina Kirchner, en cambio, se la debe responsabilizar por lo que hizo, por lo que calló y por su incansable costumbre de tergiversar los hechos. Por la manipulación de los índices de inflación, la falsa acusación a la fallecida Ernestina Herrera de Noble de haber robado niños víctimas de la dictadura, el ocultamiento del índice de la pobreza y las piruetas dialécticas que hace para despegarse de los 13 procesamientos, seis pedidos de prisión preventiva y cinco solicitudes de desafuero; juicios, en su mayoría, donde aparece como jefa de una asociación ilícita que le robó dinero al Estado y la hizo multimillonaria.

Macri también está pagando el costo de sus promesas de campaña. Las dos más relevantes: su compromiso de alcanzar la pobreza cero y la eliminación del impuesto a las ganancias. Podrá argumentar, en su defensa, que además de reconocer que pecó de optimista, la sequía, la volatilidad de los mercados del mundo, la guerra comercial entre Estados Unidos y China y los Cuadernos de la corrupción no habían aparecido cuando prometió lo que prometió.

Pero más allá de los votos lo que se pondrá en juego, en la segunda vuelta de noviembre, es cuánto peso tendrá la mentira, la hipocresía y la devaluación de la palabra de los candidatos a la hora de elegir. Porque una sociedad que convive con la mentira, con el engaño y con el atajo está condenada al fracaso colectivo, más allá del modelo económico o el carisma de sus dirigentes.

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