El tabú de la reforma laboral en tiempos preelectorales

La reforma laboral tiene pésima prensa en las campañas electorales, a pesar de que conforma uno de los pilares del futuro de la Argentina. Cada uno de los candidatos y de los protagonistas participa con un enunciado que implica en el fondo alguna falacia. Es verdaderamente exótica la habilidad para esquivar la responsabilidad de afrontar las propuestas que hoy exigen las circunstancias, y la multiplicidad de recursos para ocultar o simular la realidad.

En los avatares del supuesto pacto social se habla de coincidencias iniciales entre las empresas y los sindicatos. Pero en los mismos enunciados afloran las trampas, las contradicciones y sobre todo, la falta de convicción.

Curiosamente la industria asume compromisos que nada tienen que ver con sus reivindicaciones, como el respeto por la libertad sindical, por la visión tripartita del derecho laboral colectivo (Estado-Sindicatos-Empresas) y la necesidad de revisar los estatutos especiales. Ahora, con la CTA dentro de la CGT, y los movimientos sociales y los grupos de izquierda aspirando a lugares específicos del poder real, existe muy baja probabilidad de que los que se dice se pueda concretar en hechos reales.

Se menciona como prioridad la disposición general a la incorporación de las nuevas tecnologías, que en sí mismas entrañan graves conflictos intrasindicales en procura de la representación.

La Unión Informática, otros sindicatos meramente inscriptos, enfrentan a las áreas específicas de gremios como el de bancarios, empleados de comercio, y desarrollo de software que se han convertido en una fuente habitual de conflicto. Nada se dice de las nuevas formas de organizar el trabajo a través de la economía colaborativa como son el caso de Uber, Cabify, Pídalo ya, Glovo, y otros.

Se dice que los grandes sindicatos están dispuestos a modernizar los viejos convenios colectivos de trabajo, sin embargo, la mayoría de estas normas implican renunciar a antiguas conquistas, que los trabajadores y sus dirigentes no están dispuestos a abandonar. En los hechos, parecen proclives a reformular algunas pautas de los convenios colectivos de trabajo a cambio de la conformidad empresaria de no hacer ningún cambio en la Ley de Contrato de Trabajo, y en las normas de fondo.

La necesidad de abrir la negociación en tiempos difíciles genera alguna expectativa de concreción de cambios importantes, sin embargo, la mayoría de los dirigentes está aferrado al convenio colectivo de la actividad y hablan de la subordinación articulada de convenios de empresa que atiendan necesidades por rama o por empresa.

Esta alternativa encierra una trampa, como la intangibilidad planteada de la legislación de fondo.

Tres principios condicionan a las empresas:

1- DE IRRENUNCIABILIDAD

Es nulo y sin valor todo acuerdo de partes que vulnere o comprometa los derechos del trabajador originados en la ley en los convenios colectivos y en el contrato individual de trabajo.

2- DE PROGRESIVIDAD

Por medio del cual todo trabajador tiene derecho a ir mejorando sus derechos en forma progresiva y, al contrario, no debería sufrir ninguna reducción o pérdida de los derechos adquiridos.

3- PROTECTORIO

Garantiza el In dubio pro operari que ante cualquier duda se debe estar a favor del trabajador, la norma más favorable cuando existen dos más leyes en conflicto, y la condición más favorable cuando sobre una misma norma existen dos o más interpretaciones.

En todos los casos, se debe estar a favor del trabajador, y se debe dejar de lado la interpretación en perjuicio del mismo.

En materia de salarios se afirma que en períodos de retracción económica como el actual en donde reina la estanflación, habrá que operar sobre los ingresos en forma gradual y moderada, esperando que en un proceso de crecimiento se puedan reformular los ingresos de modo paulatino.

Nadie se anima a hablar de congelamiento salarial y crecimiento por área o por sector. Esta postura ha sido impugnada por los gremios más combativos, que forman parte del ala dura del cristinismo, y que piensan disputar en el próximo agosto de 2020 la conducción actual y tradicional de la Confederación General del Trabajo que actualmente está siendo conducida desde los gremios mayoritarios y más moderados.

Los modelos de EE.UU., Corea del Sur y China que fueron tomas como ejemplo por la industria son incompatibles con el modelo argentino. En nuestro país se pretende una reducción de la jornada. En China la jornada llega a operar entre 60 y 80 horas semanales. En los tres países no hay un régimen de protección frente al despido.

No se discutieron los temas centrales. El que más llamó la atención es el relacionado con la justicia del trabajo y el efecto destructivo de los fallos en lo que hace a la subsistencia de las pequeñas y medianas empresas (pymes) que representan el 80% o más del empleo en nuestro país. Tampoco se comentó el tema de las cargas sociales y del trabajo en negro y un eventual blanqueo. Se omitió expresamente hablar de cambios legislativos en la ley de asociaciones gremiales, en la de convenios colectivos y en la de obras sociales.

Si bien todavía no se sabe quién ganará las elecciones del 27 próximo, los dos candidatos prometieron lo que no cumplieron en sus respectivos mandatos. Bajar los impuestos al trabajo, fomentar el crecimiento, favorecer la empleabilidad, y favorecer con incentivos la contratación de nuevos trabajadores. Ahora los presidenciales prometen crecimiento sin fundamento fáctico ni viabilidad, y por lo poco que se sabe las condiciones críticas de la economía argentina no han cambiado, por ende están apelando otra vez al pensamiento mágico y a la fantasía de sus seguidores.

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