
Hace dos años Milagros Mac Donnell decidió meterse en un mercado que no imaginaba que, apenas unos meses más tarde, estaría en plena expansión. “Me gustaba la idea de algo exótico, un negocio que no estaba tan desarrollado en el país”, dice la emprendedora que, ante un acto de confianza, empezó a cultivar pistacho en la finca de su padre.
Y es que se trata de un negocio a largo plazo: el pistacho tarda entre siete y 10 años en empezar a ser productivo. Sin embargo, Mac Donnell se informó, habló con viveros y productores, juntó sus ahorros -alrededor de u$s 2000- y compró 140 plantas de pistacho. Las distribuyó en dos hectáreas que le cedió su padre y donde plantó otras 140 este año.
Administradora de empresas, hoy, además de encarar su proyecto, está realizando una diplomatura en comercio exterior y trabaja en un estudio contable que le permite sostener el negocio.
Las bases
Hace 33 años su padre compró una pequeña finca de 10 hectáreas en Maipú, Mendoza. Allí, en Finca La Cristina, la familia cultiva viñas y olivos que luego vende a cooperativas y pequeños productores. “Empecé a meterme un poco en el negocio ayudando a mi papá en algunos trabajos de la finca y me gustó; me gustaba trabajar con los olivos y desconectarme un poco de todo”, recuerda Mac Donnell.
“Pero apenas planté el pistacho fue el boom del chocolate Dubai y me enteré de que había gente que estaba plantando alrededor de 900 hectáreas en Mendoza. Consciente de que no tengo la capacidad para competir con ese productor, decidí armar mi marca propia, Nushka, y empezar a vender de forma minorista y mayorista”, agrega.

De hecho, en la Argentina, la superficie cultivada pasó en la última década de menos de 800 hectáreas a casi 8000, con San Juan concentrando más del 90% de la producción, y Mendoza y La Rioja, el restante.
De tal modo, mientras la emprendedora espera a que la producción dé frutos, comenzó a trabajar con productores de la zona a los que les compra pistachos que luego vende bajo su propia marca. Actualmente, Nushka abastece principalmente a cafeterías y pastelerías, además de sumar una base creciente de clientes particulares.

“Si empiezo ahora, de forma tranquila, puedo ir posicionando la marca y, cuando tenga producción propia, venderla a clientes ya establecidos. Quiero generar un buen diálogo con los clientes y proveedores, y un nivel de confianza que perdure en el tiempo”, explica la emprendedora que, indica, vende alrededor de $ 300.000 al mes a través de Whatsapp e Instagram.
A futuro proyecta, además, hacer visitas guiadas a la finca para que la gente pueda ver el proceso que hay detrás de la marca. “La idea es que la gente vaya y que nos vea a nosotros, que vea la historia que hay detrás de este emprendimiento”, dice.












