
Pasaron 60 años desde que se televisó el primer debate entre los dos principales candidatos a la Casa Blanca. Algunos fueron interesantes, otros soporíferos, pero ninguno causó tanta consternación como el del martes en Ohio. Debido a las interrupciones del presidente Donald Trump, hayan sido impulsivas o planeadas para desconcentrar a su oponente demócrata Joe Biden, se trató de una velada fragmentada y desagradable que probablemente haya iluminado a pocos estadounidenses y perturbado a muchos.
Pese a la poca solidez del moderador y del horroroso fuego cruzado, el debate al menos pulió las alternativas electorales.
Está claro que Trump hace campaña con una plataforma apuntada a que se retome la actividad comercial en una economía todavía parcialmente cerrada. Biden tiende más a vigilar la pandemia. Después de una serie de hechos de violencia policial y protestas contra de la misma, el presidente se centra en la ley y el orden. Su oponente, con un guiño a la reforma policial, agrega "justicia" a ese par de sustantivos abstractos.
En cuanto a Amy Coney Barrett, la candidata de Trump para la Corte Suprema, los hombres están en desacuerdo sobre la candidata y sobre si es correcto que sea confirmada antes de que asuma el próximo presidente. En los próximos debates se abordarán sus diferencias en cuanto a China y el resto del mundo.
Sin embargo, la lección más cruda de la noche es que el temor por las elecciones tiene justificación. Trump no sólo titubeó y disimuló cuando se le preguntó si aceptaría una derrota en noviembre. También instó a sus seguidores a ir a los lugares de votación y "observar detenidamente" porque "ocurren cosas graves". Es escasa la evidencia de que el fraude electoral abunda y beneficia de manera desproporcionada a los demócratas. Pero al avivar la idea, Trump se hace de un pretexto para impugnar cualquier resultado que le sea adverso, y alienta a sus bases a tomar cartas en el asunto.
Y esto no dice nada de su inquietante y ambiguo mensaje a los nacionalistas blancos. Afirmó: "Alguien tiene que hacer algo con Antifa y la izquierda", lo que podría ser una observación general o algo mucho más oscuro. De cualquier modo, el presidente tuvo la oportunidad de ser claro en su condena a la extrema derecha, y no la aprovechó. Las encuestas tras el debate sugieren que Biden, que a menudo se lo vio frágil e irascible, "ganó el debate. Pero los votantes preocupados por la democracia estadounidense sintieron náuseas.
Los comentaristas a menudo se preguntan por la indiferencia de Trump hacia los votantes que no están con él. Definitivamente no hizo nada para atraerlos. Es un comportamiento extraño para un candidato que va perdiendo en las encuestas.
Pero este análisis siempre ha asumido que el objetivo de Trump es la victoria en el sentido convencional de la palabra. Eso parece ser cada vez más ingenuo. Podría ser que el presidente considere que su mejor chance de mantenerse en el poder sea con una elección contaminada, tal vez resuelta en los tribunales. Por lo menos, si pudiera convencer a una gran minoría de norteamericanos de que fue engañado, abriría el camino para que él o un pariente se presente en las elecciones de 2024 como parte perjudicada.
Por lo tanto, en un año con contagios letales, violencia estatal y un carnicería económica, nada de eso es considerado el gran tema en juego este noviembre. Lo que peligra es el proceso democrático estadounidense en sí mismo. El peor debate presidencial que se recuerda también es el más preocupante. Nadie lo habrá saboreado tanto como los enemigos autócratas de la nación
Traducción: Mariana Oriolo














