
El líder del país más poderoso del mundo es un ignorante peligroso. La pregunta entonces, es cómo debería responder el resto del mundo. Y la respuesta es muy difícil porque Donald Trump creó un caos. Es muy complicado negociar con él porque nadie sabe qué quieren él y su equipo. Eso simplemente no es normal.
Las acciones en materia de comercio, y las intenciones anunciadas de la administración son, en este contexto, importantes en sí y reflejan una disfunción más amplia. EE.UU. ya ha impuesto aranceles a las importaciones de paneles solares, de lavarropas, de acero y de aluminio. Si se agregan dos rondas de aranceles a China en virtud del artículo 301 de la Ley de Comercio de EE.UU. de 1974, el comercio afectado representa aproximadamente el 7% de las importaciones estadounidenses.
Si se tiene en cuenta la amenaza de represalias en contra de las represalias las cuales podrían afectar u$s 400.000 millones adicionales en importaciones desde China, así como la posibilidad de aranceles sobre u$s 275.000 millones de importaciones de automóviles y repuestos, las importaciones afectadas totales alcanzan los u$s 800.000 millones, o alrededor de un tercio de las importaciones de bienes estadounidenses. Las acciones de EE.UU. ya han ocasionado represalias.
La administración ha justificado las medidas ya vigentes sobre el acero y el aluminio haciendo referencia a la seguridad nacional. El mismo razonamiento se está utilizando en una investigación iniciada en mayo sobre las importaciones estadounidenses de automóviles. Los temores sobre ese abuso de las excepciones de seguridad son la razón por la cual las reglas de la Organización Mundial del Comercio (OMC) son restrictivas. Esas excepciones se enumeran en relación con las "materias fisionables", o con el "tráfico de armas, municiones y material de guerra, y a todo comercio de otros artículos y material destinados directa o indirectamente a asegurar el abastecimiento de las fuerzas armadas", o "aplicadas en tiempos de guerra o en caso de grave tensión internacional".
Las acciones estadounidenses en cuanto al acero, al aluminio y, aún más absurdo, a los automóviles violan claramente las normas de la OMC. Pero si Canadá es una amenaza, ¿qué país no lo es? Si los automóviles representan un problema de seguridad, ¿qué no lo es? "La protección conducirá a una gran prosperidad y fortaleza", afirmó Trump en su discurso inaugural. Y, desgraciadamente, lo dijo en serio.
El fundamento para actuar en contra de China basándose en el Artículo 301 es más complicado. A veces, la acción parece tener la intención de obligar a China a eliminar sus superávits bilaterales con EE.UU. Algunas veces su objetivo parece ser detener su programa "Hecho en China 2025". A veces parece tener la intención de remediar la transferencia de tecnología forzada. El primer objetivo es absurdo; el segundo no es negociable; el tercero es razonable, pero difícil de lograr.
Y, como si esto no fuera lo suficientemente confuso, Larry Kudlow, ostensiblemente el principal asesor económico de Trump, ha indicado que el presidente cree en un libre mercado, y que el objetivo es realmente eliminar los aranceles. De hecho, como un niño de dos años, Trump es un "disruptor" sin objetivos claros. Si él hubiera querido reequilibrar la relación con China, no se habría retirado del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP, por sus siglas en inglés) y no habría agredido a sus propios aliados. Él más bien habría confrontado a China con una poderosa coalición global. En cambio, prefirió iniciar peleas con todo el mundo.
La protección también tiende a extenderse debido a que la pedirán los usuarios de insumos protegidos, a que los sectores desprotegidos la exigirán y a que el comercio se desviará de los mercados protegidos. Las exportaciones de China, por ejemplo, se redireccionarán de los mercados estadounidenses a los de la Unión Europea (UE). La UE también podría sentirse obligada a actuar en contra de las importaciones.
Entonces, ¿dónde podría terminar todo esto? Paul Krugman, uno de los principales economistas en materia de comercio del mundo, argumenta que si lo que está sucediendo se convirtiera en una guerra comercial generalizada de "todos contra todos", el comercio mundial se podría contraer un 70%.
Sin embargo, sorprendentemente, es probable que la producción mundial no caiga en más de 3%. Estos números se basan en los supuestos de los modelos de "equilibrio general computable", los cuales ignoran la disrupción y la incertidumbre mientras se reconfigura la estructura de la economía mundial. Tampoco toman en cuenta el dinamismo perdido cuando se reduce la competencia global. Por último, pero no menos importante, los modelos no incluyen el aumento de la hostilidad que causaría una guerra proteccionista. La cooperación mundial seguramente se fragmentaría.
Trump, sin embargo, insiste en que "las guerras comerciales son buenas y fáciles de ganar". El argumento de que un país con déficit "ganará" en una guerra comercial no es absurdo. Por último, en cualquier guerra de represalia, el otro bando se quedará sin municiones comerciales antes, simplemente porque sus importaciones son menores.
Pero las represalias podrían extenderse más allá del comercio a, por ejemplo, la inversión. Una vez que se toman en cuenta las represalias y el impacto de aranceles más altos sobre los tipos de cambio, es probable que el beneficio para la producción interna agregada sea mínimo, incluso para un país con enormes déficits. Todo economista sabe que la manera efectiva de reducir un déficit comercial en un país que está cerca del pleno empleo es una recesión. Es probable que ése no sea el objetivo de EE.UU., pero podría ser el resultado de la incertidumbre creada por sus políticas.
Quizás la pregunta más importante es cómo otros países deberían responder ante la agresión proveniente de la Casa Blanca. A Trump le gusta el conflicto. Podría no responder a las represalias como lo haría una persona normal. Él incluso podría ver con buenos ojos el aumento de la protección que resultaría de una espiral de represalias.
A la misma vez, es probable que sólo las represalias puedan persuadirlo de cambiar de rumbo. Además, la mayor probabilidad de una guerra comercial podría simplemente impactar sobre las empresas estadounidenses de manera tal que las lleve a tomar una acción efectiva. La decisión de hasta dónde llevar el ciclo de represalias, entonces, no es fácil de tomar.
Yo, personalmente, tomaría represalias, no porque crea que va a funcionar sino porque la alternativa parece débil. Otra cosa que el resto del mundo debería hacer es fortalecer su cooperación. Pero lo más emocionante y arriesgado que pueden hacer otros países de altos ingresos es aceptar la oferta de Trump de tener un comercio libre de aranceles. ¿Por qué no al menos ponerlo en evidencia? ¿Quién sabe? Podría incluso funcionar.














