Como un esquema Ponzi: la era Boris Johnson llegó a su fin

Sobre el final, el gobierno del primer ministro se terminó pareciendo más a un esquema Ponzi que se estaba quedando sin inversores.

Les ofreció Wagner pero les dio a Offenbach. El veredicto de la Historia sobre Napoleón III sirve también como epitafio apropiado para Boris Johnson. El primer ministro le vendió a los votantes la visión de un segundo Churchill, pero sólo entregó, bueno, un primer Johnson.

Estamos en los últimos días de la era Johnson; quizás en las últimas horas. Pero se ha acabado. Las renuncias el martes de su ministro de Finanzas y del secretario de Salud iniciaron una avalancha imparable. La única pregunta sin respuesta en el momento de escribir este artículo es el mecanismo de su salida.

Al principio todo fue bastante emocionante: un caballero poco convencional abriéndose paso entre matorrales aparentemente infranqueables para "hacer el Brexit", derrotar a Jeremy Corbyn y redefinir la base conservadora [tory], llegando a los votantes de la clase trabajadora de una manera en la que el partido no había logrado desde la época de Margaret Thatcher.

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Sin embargo, en última instancia, la trivialidad de Johnson, su indiferencia por las convenciones o las normas, su deshonestidad, su ausencia de moral personal, su falta de convicciones políticas firmes y su disposición a delegar el trabajo duro en sus ayudantes, dejaron su gobierno a la deriva.

Al final, su gobierno se parecía a un esquema Ponzi que se quedaba sin inversores. Se ofrecían promesas cada vez más descabelladas para retener el apoyo de los legisladores; su círculo cercano se reducía, el grupo de talentos del gabinete se reducía a una colección cada vez más supina de arribistas tan liliputienses que la mayoría sabía que no podía confiar en nadie más para el ascenso. Es sorprendente que, aparte de los dos que renunciaron, las figuras más veteranas del partido tercerizaran la valentía a sus subalternos hasta que el resultado fuera claro. Un líder débil engendró un gabinete débil y un gobierno débil.

Si hay que buscar un momento definitorio, quizá sea la admisión del primer ministro de que "en retrospectiva" fue un error haber nombrado como jefe de la bancada a un hombre que sabía se había transformado en un borracho. En retrospectiva. Este era el problema central, que Johnson estaba aparentemente tan desprovisto de brújula moral que sólo pudo ver el error en retrospectiva.

Pero este era el carácter organizativo de su gobierno, un sistema de cortesanos en el que el único rasgo de importancia era si eras útil al rey. Pincher le ayudó a ganar y mantener el cargo. Todo lo demás era problema de otros. Y cuando el asunto estalló, se envió a ayudantes y ministros a mentir por él con la esperanza de que pudiera salir airoso.

Aunque Pincher es la causa inmediata de su caída, la verdadera razón es que sus diputados han comprendido finalmente que nada iba a cambiar. Hasta ahora, Johnson sobrevivía gracias a las dudas sobre sus sucesores y a la creencia de que los votantes no están convencidos respecto del laborismo. Pero incluso los diputados que antes eran leales acabaron por ver que el statu quo suponía un mayor riesgo para sus posibilidades en las próximas elecciones.

Los encuestadores dicen que los votantes rara vez se entusiasman por los escándalos sórdidos, ya que ven a todos los políticos con ojos de hartazgo. Pero les inquieta la competencia y este gobierno parecía no tener una misión central más allá de salvar al primer ministro. Un país que necesita desesperadamente un liderazgo serio tenía un gobierno que consideraba que llegar al final de cada semana era un logro estratégico.

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Los votantes percibieron a un líder sin dirección ni estómago para tomar decisiones difíciles, que parecía creer que se podía gastar el dinero y no preocuparse por su procedencia. Vieron a los servicios públicos luchando contra los atrasos y la escasez de mano de obra, olas de huelgas y una inflación que probablemente se mantendrá más alta y durará más que la de otros países comparables. Y, sobre todo, vieron a un gobierno sin un plan económico convincente para hacer frente a todo esto.

El juicio final sobre Johnson depende de la opinión de cada uno sobre el Brexit. Para los partidarios, este logro tendrá más peso que otros fracasos. Para los opositores, esto sigue siendo la última acusación.

Frente a los dos shocks globales, Johnson también puede atribuirse el mérito de la política de licencias temporales, el despliegue de vacunas y su postura sobre Ucrania. Pero frente a todo esto está el socavamiento de las instituciones, los engaños, los incumplimientos del confinamiento que hicieron añicos el principio de que los legisladores deben seguir sus propias leyes, las violaciones de los tratados y el constante asalto al derecho internacional.

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Los no conservadores deberían darse cuenta de que puede que lo que venga después no les resulte más atractivo; hay una facción considerable de legisladores a favor de desechar los compromisos de neutralidad de carbono y recortar el gasto; a favor de intensificar las guerras culturales y las batallas del Brexit. Johnson no se apartó de la agenda del cambio climático ni apoyó la vuelta a la austeridad. Incluso fue una fuerza de contención para los guerreros culturales en su gobierno. No se puede contar con que al menos algunos de los aspirantes serios a sucederle mantengan estas líneas.

Pero lo que todos pueden esperar es que se restablezcan las normas. En su discurso de renuncia, Sajid Javid le recordó a los tories que sus valores morales y políticos deben estar entrelazados. Aquellos que anhelan un conservadurismo fiscal más tradicional también deberían apreciar valores más fundamentales, especialmente el respeto por las instituciones y el Estado de Derecho. En el loco torbellino del Brexit muchos perdieron de vista esos valores.

El colapso de los valores no es independiente de la incompetencia. Las crisis de Johnson surgieron sobre todo de una indiferencia amoral hacia las normas que anteponía el propósito político a la realización personal, los titulares temporales a los resultados. Esto es lo que han entendido los votantes y, tardíamente, sus legisladores.

Su sucesor puede o no restaurar la suerte electoral de los tories. Pero su trabajo principal será reconstruir los principios básicos de la vida pública, tan ampliamente destrozados por Johnson.

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