Hace quince años que el gobierno chino habla de mejorar la calidad del aire de Beijing y, según sus propias mediciones, parece haber hecho un buen trabajo.

Desde que la ciudad inició una campaña en 1998 para limpiar la atmósfera, la cantidad de “días despejados” registrados por el gobierno subió todos los años hasta 2011, cuando marcó un récord de 286 días con aire supuestamente limpio, comparado con 100 en 1998.

Durante el fin de semana, las lecturas de contaminación ambiental fueron las peores desde que comenzó seguimiento de las mismas hace cuatro años. La concentración de partículas finas llegó a un nivel 75 veces superior al considerado saludable, según los últimos estándares norteamericanos. Una espesa capa de niebla tóxica cubrió Beijing durante días, por lo que se recomendó a los residentes que evitaran salir a calle.

Pese a años de retórica oficial y algunos períodos en que era palpable la menor contaminación ambiental, la calidad del aire parece estar empeorando y hasta podría provocar una crisis de credibilidad a la nueva administración de Xi Jinping. Los expertos chinos y de otros países sostienen que uno de los grandes problemas que enfrenta el gobierno es que los funcionarios, cualquier sea su jerarquía, prefieren sacrificar la cuestión ambiental en pos del crecimiento económico del país. La falta de transparencia, la debilidad de las agencias encargadas de seguir el tema y la facilidad con la que se manipulan los datos son factores que empeoran aún más la situación.

“Los líderes nacionales de china ordenaron mejorar la calidad del aire; pero como los niveles más bajos del gobierno informan mal y manipulan los datos, en general no tienen conocimiento de la gravedad del problema,” señaló Steven Andrews, asesor que expuso la manipulación oficial de los datos de contaminación ambiental en Beijing en las previas a los Juegos Olímpicos de 2008.

Como el cumplimiento de los estándares de emisiones implica enfrentar a las poderosas empresas estatales y productores de energía, muchos funcionarios prefieren modificar los datos, explicó Andrews.

Los científicos chinos que realizaron estudios independientes aseguran que para que los números muestren mejorías en la calidad del aire, las autoridades recurren a todo tipo de trampas. Entre ellas se encuentra desde el burdo cambio de las lecturas hasta la ubicación de estaciones de monitoreo en lugares donde la contaminación es menor, como en los parques.

Otro problema es que la definición de “niveles de polución no saludables” fue redactada para quitarle importancia al tema. La concentración más alta de partículas tóxicas considerada “excelente” en China es tres veces superior a la que Estados Unidos considera saludable.

Que muchos residentes sean más concientes de lo perjudicial que es respirar “la niebla” también representa un gran avance comparado con el año pasado.

En esta misma época del año pasado, Beijing, presionado por los vecinos, aceptó informar las concentraciones de pm2.5 (la medición más peligrosa para la salud humana). Antes, lo hacía sólo cuando llegaba a pm10, un nivel menos dañino, y los datos eran considerados muy poco confiables.

A partir de 2008, la embajada de EE.UU. en Beijing empezó a publicar online sus mediciones de concentraciones pm2.5 usando equipos instalados sobre su propio techo. Fueron tales las discrepancias con los datos oficiales chinos que el director del departamento de calidad de aire informó que la ciudad ya no informaría los niveles.