Pelé, el hombre conocido como el mejor jugador de fútbol de Brasil, a quien suele hacerse referencia con honores como el rey del fútbol, ingresa en la sala con aires de realeza. Se presenta en una conferencia coordinada por IESE, la escuela de negocios española, sobre los aspectos comerciales del fútbol.

Una multitud de estudiantes deseosos de sacarse una foto con él lo rodea instantáneamente. Una vez que un oficial de seguridad logra quitarlos del medio, Pelé se sienta para una entrevista.

Como era de esperar en un hombre que debe enteramente al deporte su ascenso de orígenes humildes al clamor mundial, y que ha apoyado a la FIFA desde siempre, es muy optimista en cuanto a que Brasil sea anfitrión del Mundial desde mediados de junio hasta mediados de julio y de los Juegos Olímpicos en Río de Janeiro en 2016.

Para el país, esto será algo maravilloso porque atraerá mucho turismo y muchas divisas extranjeras y promoverá a nuestro Brasil, afirma Pelé.

A pesar de su entusiasmo y el del gobierno de centro-izquierda de Brasil, primero durante el gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva, el ex presidente que lideró las campañas para que Brasil fuese anfitrión del Mundial y los Juegos Olímpicos, y luego durante el gobierno de la presidente Dilma Rousseff, el humor en el país antes del campeonato es extrañamente sombrío.

Los políticos, analistas y sponsors están considerando si se repetirán las protestas callejeras masivas que sacudieron la Copa de las Confederaciones el pasado junio, cuando un millón de brasileños salieron a las calles. Con la promesa de incalculables beneficios económicos por ser anfitrión del Mundial y un legado de mejores redes de transporte urbano, a los brasileños se los ve desilusionados por los gastos excesivos en estadios y la baja tasa de ejecución del gobierno en relación con otros servicios públicos, tales como escuelas, hospitales, subterráneos y colectivos.

La experiencia de la Copa de las Confederaciones fue reveladora, particularmente para Rousseff, cuyos niveles de popularidad record se fueron a pique luego ese acontecimiento. Desde entonces recuperó algo de terreno -aún saca ventaja (15 puntos porcentuales) a su rival más cercano en las encuestas-, pero su posición ya no está tan segura como lo estaba antes de las protestas del año pasado.

"Su nivel de popularidad tambaleó después de las protestas contra el gobierno del año pasado y nunca se recuperó verdaderamente", sostiene Capital Economics, una empresa investigadora de Londres, en un informe. "Esas protestas fueron principalmente impulsadas por quejas de favoritismo y corrupción, en especial, en torno a los preparativos para el Mundial del mes próximo."

Sin embargo, otros consideran que la caída de Rousseff en las encuestas es cíclica y que la opinión pública cambiará una vez que el Mundial haya quedado atrás siempre que las cosas salgan bien.

"Las cifras de la presidente probablemente se estabilicen durante el Mundial y se recuperen cuando la campaña electoral comience propiamente luego del campeonato", sostiene Eurasia Group, una empresa de investigación política.

Mientras que algunos protestantes acérrimos siguen enojados por el gasto público en el campeonato y están preparados para salir a manifestarse en las calles, otros son escépticos de que el público general los siga durante el Mundial. Los absorbentes naturales de la sociedad brasileña -su sentido del humor, conservadurismo, rechazo de las confrontaciones violentas y capacidad de adoptar nuevas tendencias- están quitando parte de la furia del movimiento general de protesta.

Alexandre Gama, el director general creativo para Brasil de Bartle Bogle Hegarty, la agencia de publicidad del Reino Unido, afirma que no estaba seguro de cómo reaccionarían los brasileños cuando viesen el Mundial y las manifestaciones en paralelo. "Esto es algo muy nuevo para nosotros."

Pero sostiene que la sociedad brasileña es excelente a la hora de "devorar cuestiones culturales" y convertirlas en algo no necesariamente mejor pero "sin duda distinto". Miren las protestas. Gama dice que Brasil las está convirtiendo "en otra cosa con menos peso esta en nuestra forma de tratar las diferencias".

Un ejemplo fue la semana de la moda en San Pablo este año. En general, el evento se centra exclusivamente en la alta costura, pero este año las modelos de un diseñador llevaron cruces para protestar contra temas tales como el prejuicio. El ejercicio mitigó el movimiento, utilizando personas e imágenes hermosas para transmitir claramente el mensaje, en contraposición con la violencia de los protestantes que se enfrentan con la policía en las calles.

De todos modos, sigue habiendo muchos signos de potencial conflicto. En las últimas dos semanas, por ejemplo, una multitud de personas pobres y sin techo invadieron un terreno privado vacío cerca del estadio Itaquerão de San Pablo. Se quejan de que el Mundial hizo aumentar el precio de los alquileres y terrenos en el área, que quedaron fuera de su alcance y por eso debieron crear esta nueva favela.

Uno de los invasores es Valdirene Cardoso, trabaja como asistente de chef y gana el salario mínimo de Brasil de R$ 724 (u$s 327) por mes. "l alquiler de una casa con dos habitaciones es de alrededor de R$ 600, así es que debimos elegir si queríamos comer y solo pagar el alquiler afirma.

Independientemente de lo que los brasileños sientan en relación con las injusticias asociadas el Mundial, Pelé está dispuesto de intentar persuadir a sus compatriotas para limar las asperezas una vez que el evento concluya. Pónganse detrás del equipo nacional, dice. Los jugadores no tienen nada que ver con los problemas políticos del país.