"La burbuja de todo": la nueva fiebre del oro refleja los temores del mundo
El precio del metal alcanzó un máximo histórico la semana pasada, impulsado por la preocupación por la inflación y la inestabilidad.
Cuando la armada holandesa remontó el estuario del Támesis en 1667 y lanzó un ataque sorpresa contra los barcos británicos, el administrador naval Samuel Pepys entró en pánico al pensar que "todo el reino está destruido". Envió a su mujer y a su padre fuera de Londres con las piezas de oro en las que guardaba sus riquezas para enterrarlas en un jardín.
Los actuales compradores chinos e indios de joyas y lingotes no son los primeros que confían en el oro como protección financiera. No da dividendos y pesa mucho, pero en periodos de guerra, crisis, inflación y agitación, es reconfortante tenerlo cerca. "Cuando ocurren cosas malas, el oro sale a relucir", afirma John Reade, estratega de mercado del Consejo Mundial del Oro.
Por eso, es un preocupante reflejo de los tiempos que corren que el oro esté volviendo tras haber sido descartado como un anacronismo por muchos inversores. El precio del oro alcanzó el martes pasado un máximo histórico de u$s2531 por onza troy, cinco veces el precio ajustado a la inflación que obtuvo el Reino Unido cuando vendió algunas reservas de oro hace un cuarto de siglo (Suiza también fue un gran vendedor de oro entonces).
El oro en precios récord: quiénes son los nuevos inversores que están empujando el rally
Los bancos centrales han vuelto a comprar oro: sobre todo los de China, Rusia y otros países que quieren reducir su dependencia del dólar estadounidense. Los inversores minoristas chinos, inquietos por la crisis inmobiliaria y la incertidumbre económica, se han lanzado a la compra del metal. Los ricos del mundo también están comprando más oro, y los hedge funds estadounidenses han seguido la tendencia del mercado.
Si esta semana ha tenido los ingredientes de otra fiebre del oro, con todo tipo de compradores apurándose para no quedarse afuera, el entusiasmo aún no ha llegado a los mineros del oro. A diferencia de lo que ocurrió en California en 1848 y en Sudáfrica en la década de 1880, las empresas de exploración y extracción han tenido dificultades para conseguir inversiones. Comerciar con oro y derivados es más fácil que extraer y refinar más metal.
"Seguimos deprimidos", me dijo Nick Brodie, CEO de Golconda Gold, una pequeña empresa minera que cotiza en la Bolsa canadiense. En mayo, Golconda empezó a producir concentrado (mineral de oro en polvo) de una parte de una mina sudafricana que adquirió cuando estaba inactiva en 2015.
El problema para las juniors como Golconda es que los costos de producción han subido y, como dice Brodie, "cada centavo que gano lo vuelvo a invertir en la mina". El concentrado de mineral debe enviarse a China para ser refinado y, aunque los precios más altos producirán algún día mayores beneficios, no alcanzará la plena producción hasta dentro de tres años. La extracción de oro no es un plan para hacerse rico rápidamente.
Ya hay oro en abundancia: las bóvedas de la Reserva Federal de Nueva York contienen 507.000 lingotes, por u$s510.000 millones a los precios de la semana pasada (el peso lo soporta el lecho rocoso de la isla de Manhattan, a 15 metros bajo el nivel del mar). Las bóvedas de Londres, incluidas las del Banco de Inglaterra, guardan otras 8650 toneladas, por u$s690.000 millones. Mucho oro se extrae de las minas y luego se vuelve a enterrar.
El oro custodiado por la Fed de Nueva York no es de su propiedad: gran parte llegó allí del mismo modo que la riqueza de Pepys fue llevada a un jardín. Durante y después de la Segunda Guerra Mundial, muchos gobiernos e inversores transportaron su oro a lo que confiaban era un refugio seguro en el extranjero. Está muy bien custodiado y muchos no han visto la necesidad de volver a trasladarlo.
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Las reservas son cada vez más preciadas, lo que habla de profundos temores entre los inversores.
El precio del oro tiende a dispararse durante las crisis, como la invasión de Rusia a Ucrania en 2022, ya que los inversores huyen de los activos de riesgo. El efecto persistió después de que los países del G7 respondieran a la invasión congelando las reservas de divisas de Rusia: el oro guardado en Rusia habría sido menos vulnerable.
Mientras países como Rusia, China, India y Kazajstán intentan 'desdolarizarse', las compras de oro por parte de los bancos centrales han aumentado en los dos últimos años. Los bancos centrales afirman que también están comprando más oro porque les preocupan los riesgos a largo plazo de una mayor inflación. No es una noticia reconfortante, dado que su trabajo es mantener controlada la inflación.
Los defensores del oro advierten escabrosamente de la devaluación de la moneda y el colapso financiero. Robert Kiyosaki, autor e inversor, escribió sobre una "burbuja de todo" el pasado mes de abril. "Sálvese a sí mismo. Por favor, compre más oro real, plata, bitcoin". Para los inquietos, ha habido mucho de qué preocuparse este año: el bitcoin también ha subido, alentado por la renovada creencia en las criptomonedas y las dudas sobre el dólar.
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Pero la memoria es corta. El oro se vio favorecido tras la crisis financiera de 2008-2009, cuando el temor a que la relajación monetaria avivara la inflación llevó al precio a superar los u$s1900 por onza en 2011 (más alto en términos reales que hoy) antes de volver a caer. El entusiasmo de la semana pasada podría resultar igualmente temporal: la inflación podría seguir cayendo y las tensiones geopolíticas amainar.
Aun así, el oro es atesorado cuando el mundo va mal. "Por la noche, mi mujer y yo... caminamos y volvemos a hablar de nuestro oro, que no estoy tranquilo de que esté a salvo", escribió Pepys unos días después del asalto holandés. Por suerte, Inglaterra resistió y él recuperó la mayor parte.
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