Cuando Bear Stearns liquidó una subsidiaria de hedge funds especializada en activos hipotecarios en agosto de 2007, se olía algo raro. Pero luego una importante institución norteamericana de préstamos hipotecarios quebró y el banco francés BNP Paribas congeló tres fondos vinculados a hipotecas. Algo estaba yendo muy mal con el crédito para viviendas en Estados Unidos. La pregunta era quién tenía exposición y en qué medida. Los que se pusieron a averiguar se encontraron con algo aterrador: nadie parecía saber.

Esa opacidad ayudó a transformar el estallido de una burbuja de activos en una crisis de crédito global. En los años anteriores, los desequilibrios globales y las bajas tasas de interés reales hacían que el capital se abalanzara sobre el mercado inmobiliario estadounidense, que era considerado una apuesta segura. La industria de securitización de activos hipotecarios, que se encontraba en sus primeras etapas de vida, había convertido el capital adeudado en títulos valores muy líquidos pero algo confusos.

Cuando los precios de las viviendas tambalearon, quedó claro que era difícil estimar el valor de esos títulos valores, o incluso quién se suponía que absorbía las pérdidas. Los participantes del mercado podían sólo concluir que era peligroso tener títulos valores de bancos en general u otorgar crédito incluso de corto plazo. El congelamiento de los mercados de dinero golpeó a los bancos globales que habían apalancado sus balances a niveles increíbles. No pudieron soportar la tensión.

El resto los rescates financieros de bancos, la recesión, la intervención de los bancos centrales es historia y todavía se está presentando, y no sólo en la política monetaria blanda y en los balances inflados de los bancos centrales. La semana pasada, dos compañías de alquiler de viviendas norteamericanas anunciaron que se fusionarán para formar una compañía de u$s 20.000 millones. Entre ellas, las firmas colocaron alquileres de 82.000 viviendas, la mayoría en Florida y en el suroeste del país, los epicentros de la crisis. Eso no es casual. Los financistas compraron muchas de las viviendas en subastas judiciales por quiebra después de la crisis. La fusión consolidará sus enormes ganancias.

Las crisis financieras terminan porque se establecen precios de mercado para los activos afectados y el crédito vuelve a fluir. En ese caso, eso fue posible sólo por la drástica acción del gobierno. La fusión es un pequeño ejemplo del éxito de esa intervención. Los grupos de materias primas que casi se fueron a pique ahora están en un momento óptimo, y las empresas de infraestructura disfrutan de costos de financiación mínimos. Las utilidades de las compañías están casi en sus niveles más altos de todos los tiempos.

Sin embargo, el legado de la crisis y la respuesta también tienen un aspecto más oscuro. La gente que era dueña de esas viviendas de alquiler hace una década, y las perdieron en la crisis, tuvieron diez años malos. El empleo creció en Estados unidos, pero los salarios reales se han estancado. La producción del país es una quinta o sexta parte inferior al nivel que tendría sin la crisis. El crecimiento de la productividad fue débil. Este patrón económico básico se mantiene en gran parte del mundo occidental. La delirante suba de los mercados de bonos y acciones ayudó poco a las personas más perjudicadas.

Mientras tanto, el sistema financiero se parece mucho al que había antes de la crisis financiera. Sí, los bancos están mejor capitalizados que antes, y las entidades dedicadas puramente a la banca de inversión que dependían de la financiación de corto plazo ya no existen y fueron absorbidas por instituciones que se financian con los depósitos. Pero pese a los años de gran preocupación por los "demasiados grandes para quebrar", los bancos grandes son más dominantes que nunca. Si la actitud ilícita tuvo un rol en la crisis, prácticamente nadie fue procesado por ello. Los miles de millones que los bancos acordaron pagar por su mal comportamiento disminuyeron poco la sensación de que nadie se hizo responsable.

La irregular naturaleza de la recuperación agrava el legado más importante de la crisis. Los méritos morales del capitalismo perdieron brillo. El libre comercio y la globalización dejan dudas a muchos líderes de derecha y de izquierda. Disminuyó la confianza en las élites políticas, financieras y económicas, y el populismo parece haberse convertido en un elemento permanente de la cultura política de Occidente.

El capitalismo invita a la crisis y trae fuertes cambios. Fueron reales los fracasos del liderazgo, de las previsiones y de la administración anteriores a la crisis. Sin embargo, el capitalismo abierto es el único camino a seguir y requiere de un liderazgo que reconozca las alternativas difíciles. La crisis financiera ha terminado. La crisis de legitimidad sigue adelante.