

Para Guido Sandleris, la cantidad de pesos en circulación que hay en la economía es tan responsable de la inflación, como lo es la ingesta de alcohol en una borrachera. Hay una causalidad (hablando de los precios) que el mundo académico da por probada, aunque no hay unidad de criterios sobre cómo las variables que dominan esa relación se convierten en un problema administrable o estallan como una catástrofe. El titular del Banco Central lo plantea desde un punto casi empírico: donde hay un exceso de estos ingredientes, el problema está. En la Argentina, por si hace falta aclararlo, el exceso es casi la regla.
En las naciones desarrolladas, los bancos centrales utilizan el control de la emisión de moneda como si fuera una herramienta de precisión. Lo pueden hacer porque en ellos no hay inercias, no hay costos que suban dos dígitos, no hay comportamientos que generen una espiral.
En el caso argentino, la metáfora a la que acudió en una entrevista el titular del Central abre paso a otras analogías. El nuevo plan monetario viene a ser el equivalente a la ley seca, con la diferencia de que los pesos no se pueden fabricar de manera clandestina. Equivale a un tratamiento de shock que demandará rehabilitar a la sociedad, evitando que consuma (pesos). El riesgo que nadie proyectó aún es qué puede pasar con el síndrome de abstinencia.
El Gobierno está intentando un nuevo sendero discursivo: "estamos trabajando para minimizar los efectos de la crisis". Pero le cuesta explicar que su objetivo no es reactivar la economía, sino desintoxicarla de la borrachera que dispararon las sucesivas crisis cambiarias. La sociedad no entiende aún quien trajo el alcohol a la fiesta. Los terapeutas saben que la normalidad tardará en llegar.













