

Tratar de anticiparse al futuro es un juego que en la Argentina practican sin cesar inversores, analistas, empresarios y políticos. Nadie se rinde a la tentación de creer que hay certezas que pueden ser captadas por lo que revela una encuesta, o por las señales que a veces da la sociedad cuando se acercan los procesos electorales.
Por eso a nivel local las preguntas sobre qué pasará con las variables económicas se vuelven inevitables. Lo más importante, sin embargo, es qué podemos esperar como respuesta y cuánto puede cambiar o no las percepciones que se construyen con estos datos.
En el mundo, esta pretensión se ha vuelto cada vez más relativa.
La volatilidad no es un fenómeno argentino, claramente.
Y algunos hechos recientes lo dejan a la vista. Pocos esperaban que Donald Trump llegara a la Casa Blanca y borrara muchas de las políticas acuñadas por Barack Obama. Tampoco se advirtió la fortaleza que ganó el Brexit en el Reino Unido, ni la aparición de un presidente francés que le devolviera vitalidad a Europa.
Las empresas de gran porte no piensan en plazos cortos. Un plan de negocios no se improvisa, por lo cual si les interesa la Argentina es porque el país ya tiene las condiciones para absorber un nuevo desarrollo. Una elección legislativa no alterará el rumbo de una gestión que trabajó un año y medio con minoría en el Congreso.
Incluso algunos creen que la pulseada entre Cambiemos y el kirchnerismo le dará al Gobierno la posibilidad de instalar una suerte de plebiscito que despeje el sendero que la Argentina quiere para su futuro. Si se da una suerte de empate, el virus de la incertidumbre permanecerá en el ambiente.
Pero si hay pronunciamientos más definidos, la expectativa compartida por los empresarios es que los cambios se aceleren.













