En la Argentina solemos discutir el tipo de cambio como si fuera un termómetro único de la economía.
Si el dólar “está barato”, hay problemas; si “está caro”, todo debería funcionar mejor (conviene aclarar al lector que cuando el dólar está caro para la gente, la Argentina está barata en pesos para el extranjero). La realidad, como casi siempre, es más incómoda.
El Decreto 877/2025 vuelve a poner el tema sobre la mesa: una reducción permanente de derechos de exportación (retenciones) para buena parte del complejo agroindustrial —desde granos hasta subproductos— con el objetivo explícito de mejorar competitividad, exportaciones e ingreso de divisas.

En términos concretos, implica bajas relevantes en los grandes rubros: el trigo pasa de niveles cercanos al 12% a alícuotas del 7,5% y 1,5% según el caso, el maíz se reduce al rango de 8,5% a 2,5%, y varios subproductos industriales bajan a tasas de entre 3% y 5%, mejorando de hecho el tipo de cambio que enfrenta el exportador sin mover un solo peso el dólar oficial.
Dicho en criollo: el Estado decide sacar un poco el pie de encima de uno de los sectores que más dólares genera. No es menor. En los primeros diez meses de 2025, las exportaciones de granos alcanzaron USD 28.875 millones y 86,5 millones de toneladas, con subas interanuales del 5% en valor y 10% en volumen, según datos oficiales. El agroindustrial, en conjunto, aporta cerca de USD 45.000 millones por año. Cada punto que se le quita a las retenciones no es ideología: es margen.
¿Por qué esto importa para el tipo de cambio real? Porque una baja de retenciones funciona, en los hechos, como una mejora del tipo de cambio efectivo que enfrenta el exportador. No se mueve el dólar nominal, pero se achica la cuña entre el precio internacional y lo que finalmente se cobra al exportar. Es un atajo menos traumático que una depreciación y, muchas veces, más eficiente.
Esto es clave hoy, cuando el índice de tipo de cambio real multilateral muestra una apreciación del peso argentino. Dicho sin vueltas: salvo frente a Estados Unidos, el peso está caro en términos históricos. Y no porque falte dólar nominal, sino porque los precios internos se lo fueron comiendo. El Central ajustó fuerte el tipo de cambio dos veces: primero en diciembre de 2023, cuando el dólar oficial pasó de $400.50 a $820, y luego en abril de 2025, con la inauguración de las bandas móviles. En ambos casos, el movimiento inicial fue potente. En ambos casos, la inflación hizo su trabajo silencioso y persistente.
Ahora bien, creer que todo se resuelve con el tipo de cambio es otro error recurrente. La evidencia empírica para la Argentina es bastante contundente: el tipo de cambio real importa, pero menos de lo que creemos y más lento de lo que necesitamos. Estudios clásicos y recientes —desde Catão y Falcetti hasta trabajos del BCRA— muestran que la balanza comercial responde mucho más al nivel de actividad que al precio relativo. Las importaciones tienen elasticidades ingreso altas: cuando el país crece, importa fuerte, aun con un dólar caro. Las exportaciones, en cambio, reaccionan poco al precio y más a la capacidad productiva. La famosa “restricción externa” no se rompe sólo “devaluando”.

Por eso, si el objetivo es ofrecer un mejor tipo de cambio real a quienes producen y exportan, hay caminos más amplios —y más sanos— que mirar solo la cotización. Mejor infraestructura portuaria, financiamiento competitivo para exportadores, menos burocracia aduanera, reglas claras, capital humano orientado a venderle al mundo, acuerdos comerciales que bajen aranceles de destino. Y sí, también la eliminación de impuestos distorsivos como los derechos de exportación.
La reducción que introduce este decreto no es el final del camino. Es un primer paso. Durante años se habló de eliminar retenciones como promesa de campaña. La diferencia hoy es que, por primera vez en mucho tiempo, aparece acompañada por un programa macro consistente y superávit fiscal. Eso no garantiza nada, pero cambia significativamente el orden de las probabilidades.
En economía, como en la vida, no alcanza con cambiar el precio del termómetro. Hay que curar la fiebre.















