En su presentación de cierre del Encuentro de Líderes organizado por El Cronista, el presidente Milei se mostró intelectualmente pragmático. Acaso se trate del desenlace de una transición desde panelista severo a político. El Milei primigenio reproducía afirmaciones neoclásicas como verdades irrefutables: así, “los impuestos son un robo” y “hay que destruir el Banco Central” fueron trending topic.
Pero la Casa Rosada no es un set de televisión. Al poco tiempo, muchas de esas verdades se desvanecieron. La libertad de precios terminó ante los reclamos de la clase media alta por las subas desmedidas de la medicina prepaga. Y el Banco Central pasó de la hoguera a firmar operaciones de swaps con China y los Estados Unidos, claves para evitar una nueva crisis financiera.
Ayer, con el fin de justificar las bases del programa económico centrado en superávit fiscal, astringencia monetaria, tipo de cambio bajo y apertura de la cuenta financiera, Milei sumó flexibilidad intelectual a su pragmatismo político. En tres ocasiones repitió “no soy dogmático”; para ejemplificarlo, criticó dos de los fundamentos centrales de la teoría neoclásica: el equilibrio general de mercado y la acción racional.

Milei sostuvo que la imposibilidad de conocer las preferencias, dotaciones, tecnología y configuraciones institucionales posibles, ahora y en el futuro, hace imposible conocer el valor de equilibrio; solo puede conocerlo Dios. Por lo tanto, el tipo de cambio de equilibrio es una entelequia, ya que es imposible conocer ese precio.
También reconoció que las expectativas monetarias de los agentes económicos argentinos no se adecuan al modelo de la racionalidad estándar, debido a décadas de desmanejos monetarios y cambiarios (que incluyeron expropiaciones) que erosionaron la confianza en la moneda. Parafraseando al músico Paulinho da Viola, cuando los argentinos piensan en su futuro monetario, no se olvidan de su pasado.
De allí se desprenden dos implicancias de política: 1) si no hay un tipo de cambio de equilibrio, el valor que el gobierno postule es, en términos prácticos, válido; 2) como el precio del dólar es una variable decisiva en la configuración de las expectativas de los argentinos, administrar el nivel y la volatilidad de ese precio es clave. ¿Cómo contenerlo con progresiva apertura de la cuenta financiera? Bandas y deuda. Sumado al auge del crédito privado interno, el gobierno insiste en consolidar definitivamente la financiarización en Argentina, con estilo propio.
Llamativamente, la crítica al equilibrio general y a la racionalidad de la acción son dos pilares de la Sociología Económica, un campo que aborda los procesos económicos reconociendo su carácter histórico y concretamente situado. Para el sociólogo alemán J. Beckert, el problema con la teoría de la racionalidad no es que los agentes no quieran maximizar, sino que la complejidad del contexto hace imposible conocer el curso de acción que garantiza ese resultado. “¿Para qué van a comprar dólares –dice el gobernante– si ahora sí es diferente?” Pero la combinación de promesas fallidas que derivaron en violentas oscilaciones patrimoniales (que incluye, nobleza obliga, al propio presidente, que caracterizó como “excremento” a la moneda nacional) y la fragilidad externa activan sensibilidades muy profundas. Así, la profecía autocumplida termina configurando racionalidad. Como Eliseo le enseña a Miguel Ángel en El Encargado: el excedente, en Argentina, siempre es en dólares billete.
El alto nivel de dolarización en Argentina no refleja un comportamiento irracional, sino una racionalidad construida durante décadas de decepciones e inestabilidad. Los argentinos no somos una sociedad desviada de un modelo universal, porque ninguna lo es. Las experiencias de la convertibilidad y de Cambiemos han vuelto desconfiada a la sociedad argentina de las soluciones basadas en endeudamiento acelerado. Y el superávit actual puede convertirse en déficit ante una eventual incapacidad de “rollear” (o refinanciar) deuda doméstica. Se requieren acuerdos y compromisos duraderos ya que la confianza es un proceso colectivo.
En breve, bienvenido el reconocimiento de que gobernar la Argentina implica pensar y hacer política económica para la sociedad argentina. Confiando menos en dogmas abstractos y más en la interpretación de la historia y de las ideas enraizadas.
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