Un año que oscilará entre las elecciones y las dudas sobre la macro
La gran pregunta es si el peronismo se resignará a una derrota casi segura o intentará de alguna manera recuperar la competitividad
Apoco menos de un año para las presidenciales, la Argentina ha entrado ya en la carrera electoral. Si bien las definiciones de las candidaturas no llegarán hasta entrado el segundo trimestre de 2023, no hay que esperar de la política otra cosa más que especulaciones respecto a la cuestión electoral. Todo esto con un ojo puesto en la dinámica macroeconómica, especialmente en cuatro variables: tipo de cambio, reservas, inflación y crecimiento; que son las claves que seguramente definirán la suerte del gobierno. El Frente de Todos (FDT) ha logrado hasta ahora frenar la dinámica caótica que experimentamos hasta comienzos de agosto, pero no logra despejar las dudas que producen los desequilibrios acumulados, sobre todo el atraso cambiario. Más aún, no está claro si podrá evitar corregirlos y trasladar esa responsabilidad al próximo gobierno, como ocurrió en 2015.
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Si bien es muy prematuro para comprender la dinámica que tendrá el proceso electoral, la mayoría de los sondeos sugieren que el FDT (si es que mantiene esta marca tan erosionada) podría sufrir una dura derrota en manos de la oposición, que lidera Juntos por el Cambio (JxC). Es cierto que algunos estudios marcan un ascenso de Milei, pero se trata del único candidato ya instalado (el resto de las fuerzas están lejos de haber definido los suyos), con lo cual debe tomarse ese dato con prudencia. Mirado en términos comparados, si las elecciones fueran hoy, el peronismo podría sufrir una derrota humillante, tal vez la peor de su historia. En efecto, en estas cuatro décadas de democracia, el justicialismo (que siempre compitió con partidos aliados) perdió tres elecciones presidenciales: en 1983, Ítalo Luder obtuvo el 40%; en 1999, Eduardo Duhalde, el 38%; y en la primera vuelta de 2015, Daniel Scioli, el candidato más votado, cosechó el 37% (con un Sergio Massa que compitió por fuera y sacó el 21%). El antecedente más reciente es desalentador para el gobierno: en las legislativas del año pasado el FDT apenas superó el 34% a nivel nacional. Aunque no son directamente equiparables, marca una tendencia desalentadora para el oficialismo. Si repite esa marca efectivamente se tratará de la peor elección presidencial. Según un sondeo reciente de D´Alessio-IROL/Berensztein, si las elecciones fueran ahora, JxC obtendría el 42% de los votos, mientras que el FdT apenas el 28% (no se preguntó por candidatos sino por coalición).
Derrota casi segura
Con la economía en general y la inflación en particular como principal tema de preocupación, y teniendo en cuenta este duro panorama que enfrenta el oficialismo, la gran pregunta es, entonces, si el peronismo se resignará a una derrota casi segura o intentará de algún modo recuperar la competitividad perdida. Los propios funcionarios del gobierno reconocen que, con la actual dinámica, sobre todo con la caída del consumo y el ingreso en un contexto de desaceleración por falta de insumos y caída en los stocks, es virtualmente imposible mejorar las perspectivas de cara a los comicios. En este sentido, lo que no se hizo hasta ahora por prejuicio o ideologización, puede que se contemple por simple desesperación: el horizonte de una derrota no solo inevitable, sino que contundente, con el riesgo de perder provincias claves, puede constituir un factor disuasivo poderoso para convencer a CFK y los sectores más radicalizados que tanto la veneran de ir más a fondo e implementar de una vez por todas un plan de estabilización que intente al menos revertir las expectativas.
El antecedente histórico que debe tenerse en cuenta (y que Massa conoce muy bien) es el Plan Real presentado en julio de 1994, durante la presidencia de Itamar Franco en Brasil. Su ideólogo, el ministro de Hacienda Fernando Henrique Cardoso, ganó las elecciones presidenciales en octubre de ese mismo año gracias al impacto positivo que tuvo en la población el cambio de expectativas respecto de la inflación. Vale la pena recordar que su principal rival era un joven y aguerrido dirigente sindical, un tal Lula da Silva. ¿Se atreverá Massa a impulsar un programa similar? ¿El giro pragmático que mostró CFK, que respaldó públicamente a su ministro de Economía, incluye acaso la posibilidad de avanzar en esta dirección?
Parches para ganar tiempo
El escenario de mayor probabilidad es que el gobierno se resigne a "seguir aguantando" con parches para ganar tiempo y llegar a los comicios sin grandes turbulencias. El beneficio marginal de cada medida micro que inventa el Gobierno en el contexto de semejantes distorsiones macro es cada vez más acotado. Aun así, si la sequía no juega una mala pasada, podría evitarse el peor desenlace (una salida caótica del gobierno), pero con poco margen para la recuperación económica. El oficialismo llegaría a las elecciones muy debilitado y con escasa competitividad. No sería la primera vez que el kirchnerismo aplica el plan "aguantar", ya lo hizo en 2015 y no le resultó bien. Hay dos obstáculos económicos por superar: la escasez de reservas del BCRA y la dinámica del financiamiento en pesos. Y una duda política: ¿Podrá CFK imponer su voluntad y decidir a dedo, como más le gusta, la fórmula presidencial?
Como sugerimos antes, también debe contemplarse la alternativa de un "giro racional", aunque esto conspire con la lógica de polarización y diferenciación con la oposición que intenta implantar el kirchnerismo duro en esta precampaña. Es que, asediado por el crecimiento de la izquierda, en el Instituto Patria consideran muy riesgoso perder las credenciales simbólicas y ceder frente a la narrativa del ajuste fiscal. Por otro lado, está el riesgo de que las diferencias internas en el oficialismo, las dificultades objetivas que implica convivir con desequilibrios macro tan profundos y las debilidades en materia de reservas y financiamiento conformen un cóctel explosivo y vivamos un cimbronazo de gran impacto político y electoral. En el caso de un giro racional relativamente exitoso, el FDT podría mejorar parcialmente sus pretensiones electorales. En el segundo caso, no debe descartarse una derrota de proporciones homéricas.
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