

¿Es posible una Argentina moderna sin un renovado paradigma político que sustente cambios en el mediano plazo, pero pensados para el futuro de una verdadera Nación?
Analizar o desmenuzar entonces la relación existente entre el poder del Estado y el poder de las instituciones, resulta vital en un país erosionado jurídica y socialmente. Acostumbrados al desordenado y avasallante crecimiento de las instituciones y a su rol magnánimo, lo que debemos hacer es volver a poner la mirada y la participación en ese lugar donde el bien de todos debe ser regulado: el Estado.
Lo que necesita la Argentina de los próximos 20 años, no es solamente un debate entre la vieja y la nueva política como decía Ortega y Gasset. Es la discusión de la nueva política haciéndose a sí misma lo que marcará el cambio. Capitalizando recursos económicos sí, pero fundamentalmente humanos. Llenar de contenido la única herramienta no perecedera y sin bandera política con la que de verdad contamos todos. Creando estrategias a futuro que no se apeguen a modas o problemas pasajeros. Cuya proyección alcance la etapa adulta y vejez de los niños del presente. Priorizando necesidades atemporales que actúen como un verdadero cimiento de transformación. Definitivas, contundentes, visibles y demostrables.
Este nuevo paradigma va mucho más allá. Es la autentica oportunidad de afianzar una dirigencia transparente que pueda conducir la Nación por un desarrollo sostenido y permanente en velocidad crucero. Una vuelta de las instituciones a su cauce sostenedor y mediador, herramienta útil y accesible de los ciudadanos. Fiel a su génesis, como representantes de los diferentes sectores, realizando el trabajo para el que han sido confiados.
El poder de las instituciones debe nutrirse ahora de empuje, fuerza, valores y un compromiso por el bien común. Sindicatos, empresarios, Iglesia, Asociaciones Intermedias, Medios de Comunicación y participación ciudadana a través de redes sociales. Deben salir del espacio de comodidad en el que su responsabilidad se diluye para generar desafíos y devolverle a la gente esa confianza que les dio el primer espaldarazo. Pasar del terreno discursivo a la acción. Y trabajar para eso.
Necesitamos madurar y encontrar ese punto de equilibrio en el que la desmesura, el avasallamiento y el unicato, perezcan. Para que a conciencia podamos cuidar y fortalecer una semilla que crezca a la luz de todos y lejos de cualquier custodia ideológica que desee adueñársela, con la intención de deformar su libertad y sana controversia.
Es tiempo de que las relaciones de poder definan y expliciten su rol y contribución frente al Estado. Si mirar de frente o darle la espalda es la gran decisión. A esta altura de los acontecimientos, la irrupción de este nuevo paradigma es un hecho. Porque es la ciudadanía la que perdió el miedo a decir lo que piensa y pedir lo que necesita. La que se hizo de las redes sociales como una herramienta por la que todo el tiempo miran, juzgan y sacan conclusiones de lo que sucede. Otro poder silencioso, fugaz, cambiante y ecléctico, cuyo gran valor es siempre estar ahí, presentes. Para sacar conclusiones, comprobar y cuestionar verdades y pedir explicaciones. Ha llegado la hora de dejar de hacer marcas en la tierra y comenzar a dejar las huellas que forjarán el camino hacia nuestro destino a largo plazo como país. Somos la generación llamada para ello.













