

La masacre del viernes 13 en París se produce en el marco de una creciente ola de inestabilidad mundial cuyas consecuencias no pueden sino afectar al conjunto de la comunidad global. La gravedad de los hechos obliga a detenernos a analizar en qué contexto tienen tan desgraciados sucesos y qué lecciones dejan para el futuro.
Hace poco menos de cinco años, el mundo vio con una mezcla de asombro y expectativa una serie de revoluciones en países del Medio Oriente y el norte de Africa que pasarían a la historia con el nombre de "Primavera árabe". Regímenes políticos establecidos durante décadas fueron cayendo, uno tras otro, en países como Túnez, Libia y Egipto.
En estos casos, las dictaduras depuestas fueron reemplazadas por regímenes absolutistas fundamentalistas -tal el caso de la llegada al poder de la Hermandad Musulmana en Egipto- o seguidas por una dramática guerra civil como en el caso libio. Los hechos demostraron que tal grado de optimismo, una vez más, era exagerado.
La caída de gobiernos despóticos y corruptos fue celebrada con ingenuidad en las capitales occidentales, sin advertir qué vendría después. Dictaduras laicas y seculares fueron reemplazadas por regímenes teocráticos. Tiranías militares fueron sucedidas por interminables guerras civiles como en Siria.
En ese contexto, surgió el llamado ISIS (Estado Islámico en Siria e Irak) cuya extensión y vocación de ejercer el control territorial en vastas regiones exceden la voluntad clásica de organizaciones terroristas. En tanto, el final del verano de este año 2015 mostró la cara más dramática de la crisis siria.
El drama fue advertido por el gran público en septiembre cuando decenas de miles de refugiados sirios intentaron llegar a Europa. Es en este plano en que deben leerse las divergentes posturas de los Estados Unidos y Rusia frente al caso sirio. Las autoridades norteamericanas acusaron a Rusia de abastecer militarmente al régimen de Bashar Al Assad mientras que el Kremlin sostuvo que al desestabilizar a Damasco las fuerzas occidentales solo habían conseguido complicar gravemente la situación con el consiguiente surgimiento de ISIS a gran escala.
Inicialmente, la gravedad de la crisis interna en Siria y el drama de millones de refugiados parecieron acercar a Rusia y los EE.UU. Después de todo, ambos países compartían un enemigo: el extremismo islámico representado por el ISIS.
La última Asamblea General de las Naciones Unidas, a fines de septiembre, ofreció el escenario en el que quedaron de manifiesto ambas posiciones: el presidente Vladimir Putin explicó que su país "no tiene una política expansionista pero no tolera el uso del terror". El líder ruso criticó la "exportaciones de las llamadas revoluciones democráticas a escala global". Citó las revoluciones en Medio Oriente y se preguntó: "¿Qué vino después?"
Putin remarcó que "en lugar de democracia, tenemos violencia y desastre social" y le preguntó a la Asamblea, "¿Son conscientes de lo que hicieron?".
Por su parte, horas antes, el Presidente Barack Obama había admitido que su país buscaría "trabajar en conjunto con Rusia e Irán para encontrar soluciones a la crisis siria". Obama volvió a cuestionar a Al Assad. En tanto, el último día de septiembre, Rusia inició una ofensiva contra objetivos militares de ISIS en Siria a través del uso de la fuerza aérea rusa, pero con aviones piloteados por sirios.
Se trató de la primera incursión rusa fuera del territorio ex-soviético en más de treinta años (la anterior fue la invasión a Afganistán decidida por el Politburó de Brezhnev en la Navidad de 1979 y cuyas conscuencias serían dramáticas para la Unión Soviética).
Por su parte, ISIS continuó con su irrefrenable ola de terror. Un avión comercial ruso que había partido de Sharm al Sheik (Egipto) explotó en el aire cuando volaba hacia San Petersburgo semanas más tarde. Más de doscientas personas perdieron la vida. En su mayoría, eran rusos y si bien las autoridades de Moscú inicialmente negaron que se tratara de un atentado, con el correr de los días esa versión ganó credibilidad.
La participación de Rusia en el conflicto sirio confirmó las grandes tendencias de la época: por un lado, mostró a Putin y a su gobierno como un gran actor global, al desplegar su potencial político y militar de gran potencia, y en segundo término, volvió a poner de manifiesto las divergencias entre Moscú y Washington. Además reiteró una realidad: mientras al presidente ruso se lo ve "decidido" y "osado" al americano se lo ve "vacilante", tal como tituló la habitualmente anti-putinista The Economist en su primer ejemplar de octubre.
La importancia de la realidad
Los hechos del viernes 13, con una serie de atentados simultáneos en Paris terminaron salvajemente con la vida de más de 120 inocentes. ISIS se atribuyó la autoría de la masacre. La debacle de Irak y las promesas incumplidas de la llamada "Primavera Arabe" crean el ámbito en el que se desarrollan los acontecimientos actuales.
Una atmósfera como tal no puede sino revalorizar la importancia de la realidad en el análisis del siempre complejo escenario global. Simplemente, la idea sencilla pero inexcusable de que las nociones de geografía, historia y cultura no pueden ser soslayadas.
Ello no me lleva a descreer en las motivaciones altruistas y bien-pensantes de quienes impulsan políticas por razones morales pero la experiencia ha indicado, una vez más, el riesgo que esos lujos implican en el terreno de los hechos.. No basta más que ver el desastre en que ha derivado la llamada primavera para comprobar tal afirmación..
El colapso del imperio soviético, hace 25 años, había provocado otra ola de optimismo. Los sucesos de 1989-91 dieron paso a una profundización del relativismo en el plano cultural y a una creencia voluntarista de que el modelo de democracia liberal era posible de ser exportado a todo el mundo.
En 2010-11 esas ensoñaciones llevaron a imaginar una ola democratizadora en Medio Oriente. La ilusión de creer que Occidente podía imponer sus reglas de la noche a la mañana chocaron una vez más contra la realidad. Los hechos, verdaderos tiranos de la historia, demostraron que esa ilusión era exagerada y equivocada.
Los valores occidentales nuevamente aparecen amenazados, tanto por factores externos como son el extremismo islámico como por las propias equivocaciones de los líderes de sus países, a menudo inclinados a la retórica de verdaderos catálogos de ilusiones.
Dice Kissinger: "un estadista debe elegir cómo maniobrar para conseguir aproximarse en la mayor medida posible a sus objetivos de largo plazo en un marco de opciones limitadas y en un contexto que no elige y que está determinado por fuerzas externas".
Los mejores intereses de Occidente -es decir, respeto a los derechos humanos, economías abiertas y gobiernos limitados- serán atendidos por liderazgos que procuren entender qué opciones son las más beneficiosas dentro de un mundo que es como es y no como pretendemos que sea.













