

La designación de Isela Costantini al frente de Aerolíneas Argentinas es la jugada más audaz del gobierno flamante de Mauricio Macri. Porque quizás sea tan sorprendente como haber nombrado canciller a Susana Malcorra, pero en este caso se trata de una ex ejecutiva y actual funcionaria de las Naciones Unidas que va a un universo conocido: el de la diplomacia. Lo de la presidenta de General Motors es bien diferente. Deja la conducción de una multinacional líder en el mercado automotriz para arrojarse al vacío de la compañía aérea de bandera, conflictiva, altamente deficitaria y convertida durante estos años en un reservorio laboral de la militancia kirchnerista.
Ese es el escenario que se va a encontrar Isela cuando suba por el ascensor principal del edificio de Aerolíneas en la calle Bouchard. En esta misma edición, los siete gremios aeronáuticos que conviven en equilibrio inestable dentro de la empresa ya le prometen un recibimiento hostil. Está claro que hubieran preferido la continuidad del abogado kirchnerista Mariano Recalde. No es que la ejecutiva no haya tenido experiencia en negociaciones con sindicatos duros pero el diálogo con los muchachos peronistas de SMATA es una mesa de amigos al lado de lo que podría suceder si se desborda la relación con el anárquico entramado sindical al que se enfrentará.
Dicen que el nombre de Isela se le ocurrió al futuro ministro de Transporte, Guillermo Dietrich, y que tuvo la rápida aprobación de Macri. Isela cuenta a su favor con el formidable momento profesional que atraviesa, que la ubica como la ejecutiva más exitosa de la Argentina y su condición de CEO del año, un premio que le dieron sus colegas la noche del 5 de noviembre en una encuesta que hace El Cronista. Dos horas antes, los presidentes de las automotrices competidoras de GM la habían reelegido al frente de Adefa, la cámara que los agrupa. Todos esos halagos los cambió ayer por el desafío impredecible de conducir una compañía estatal con exceso de empleados y que gasta mucho más de lo que factura.
Claro que Isela Costantini no es una empresaria de apellido con prosapia y familia acaudalada, como promovía en campaña el kirchnerismo sobre cada colaborador de Macri. Aquella noche de premiación en el Hotel Plaza, Isela lució su trajecito claro habitual que distingue a las ejecutivas de carrera y se mostró familiar junto a sus padres, dos sanjuaninos que la trajeron al mundo en San Pablo. El ida y vuelta entre Brasil y la Argentina jamás le hizo perder la tonada cuyana ni el trato amable que nunca se convierte en debilidad. Temple es lo que va a necesitar para devolverle a Aerolíneas la racionalidad que la convierta en una empresa estatal eficiente, prestigiosa y orgullo de un país que necesita recuperarlo.













