Opinión

Gobierno de coalición: consensos necesarios para estabilizar y crecer

Si bien la mayoría de los actores están enfrascados en la campaña electoral y en la coyuntura, debemos también poner en foco como implementar un plan económico que estabilice la economía y siente las bases de un crecimiento sostenido.

Las corrientes principales de la economía señalan dos causas de crisis, la ortodoxa que se centra en la cuestión fiscal y los factores monetarios asociados y la heterodoxa que pone el acento en la restricción externa, derivada de una estructura productiva desequilibrada. También se señalan los problemas de financiamiento, el bimonetarismo y el nivel de endeudamiento.

Julio Olivera describía en 2001 que a su entender el principal problema de la economía no era ni la brecha fiscal ni la externa, sino la productiva y en particular la brecha de provisión de bienes públicos (salud, educación, seguridad y justicia). En el fondo remarcaba que el principal problema era de índole política.

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Sin desmerecer la imperiosa necesidad de un plan técnicamente bien concebido y consistente, el principal problema en Argentina es resolver la grieta política que impide consensos básicos y genera un péndulo violento en las políticas que impide que todos los ciudadanos, no solamente los inversores, puedan tomar decisiones económicas con un margen razonable de certeza.

El pueblo argentino el 13 de agosto hizo un profundo llamado de atención a su clase política. No yendo a votar o haciéndolo como lo haya hecho. No hay dudas que estamos a las puertas de un cambio de época, gane quien gane las elecciones y se requerirá un abordaje nuevo, para solucionar problemas que llevan décadas, en un contexto de guerra geopolítica y profundo cambio tecnológico que cambia las formas de producción y empleo. Y un tema clave es la gobernabilidad.

Hace pocos días se cumplieron 50 años del triunfo electoral de Perón en 1973 con una amplia mayoría electoral del 62% que no alcanzó para cimentar un gobierno sólido e implosionó tras el fallecimiento del líder. Otro país hubiéramos tenido si se constituía el acuerdo político entre Perón y Balbín.

Cincuenta años después, la magnitud de los problemas económicos es muy superior en todos los planos. No hay líderes indiscutidos ni tampoco partidos fuertes. Pero es claro que parafraseando al líder justicialista "A esto lo arreglamos entre (casi) todos o no lo arregla nadie". Gane quien gane las elecciones, el oficialismo de turno será minoría y será clave un gran acuerdo político para gobernar.

En tal sentido Sergio Massa convocó a un gobierno de unidad nacional. Los formatos pueden ser diversos; de máxima producir una coalición que garantice mayoría parlamentaria, de mínima acordar un "núcleo de coincidencias básicas" entre el peronismo en su conjunto, radicalismo, socialismo y parte del PRO. Antecedentes de acuerdos amplios son el pacto Likud-Laborismo de 1985 que erradicó la hiperinflación israelí y las diversas coaliciones socialdemócrata-democristiana en Alemania.

Hablamos de un acuerdo que potencie la soberanía y concilie los valores de progreso y libertad con la solidaridad y cohesión social, que asegure como decía Willy Brandt "tanto mercado como sea posible y tanto Estado como sea necesario".

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En todos los casos para que los acuerdos sean posibles y sustentables y no sean percibidos como un mero reparto de cargos de oportunismo espúreo, debe haber acuerdos programáticos claros y explícitos de cara a la ciudadanía.

Una versión posible acuerdo de mínima para acometer los desafíos de la elevada inflación, bimonetarismo, endeudamiento, crisis de los bienes públicos, falta de productividad de sectores productivos, resolución de la puja distributiva, reforma monetaria, Pacto Fiscal sostenible y una reforma tributaria integral es un marco para sancionar leyes consensuadas tras las elecciones, tal como propuse en una nota anterior del Cronista.

No hay programa de estabilización y crecimiento que pueda sostenerse sobre la base de imposiciones, ni violencia, como no pudo imponerse un modelo de país negando a la "otra mitad" como el trágico péndulo argentino demostró en décadas. La alternativa es la de mayores y graves enfrentamientos y una crisis mayor. Una inmensa mayoría de argentinos de diferentes tradiciones partidarias coincide en cuestiones fundamentales y ve con miedo un salto al vacío. Quiere cambios reales en las políticas, pero sin fomentar la violencia, ni destruir instituciones. El pueblo quiere ser libre y vivir seguro y dignamente en una sociedad cohesionada, abierta y tolerante.

Solo un amplio consenso que establezca políticas de estado que instrumente ese núcleo de consensos básicos (Mercosur, soberanía de Malvinas, multipolaridad en relaciones internacionales, desarrollo de cadenas productivas con valor agregado, un pacto social entre empresarios y trabajadores, un Estado presente y eficiente dando adecuados bienes públicos, erradicación de la indigencia y pobreza extrema, defensa de la democracia y derechos humanos, civiles y sociales, entre otros).

Hay que encontrar una diagonal entre fijar todo (demasiado rígido) y los cambios permanentes (incertidumbre, luchas constantes) Este consenso debe tener flexibilidad dentro de un rango en cuestiones donde haya matices entre el "ala conservadora y el ala popular/progresista".

Un ejemplo dentro del consenso de un Estado presente de tamaño variable es fijar un rango de alícuotas impositivas que permita establecer niveles más bajos para gobiernos conservadores y más elevados para gobiernos progresistas. Pero un rango donde quede establecido que no será ni más ni menos que lo acordado y se termine una eterna discusión donde con cada gobierno cambia todo en forma dramática.

Se trata de salir del laberinto de polarizaciones extremas por arriba, reconociendo el "progresismo/nacionalismo popular" la importancia de bajar la inflación y los equilibrios económicos y los conservadores la necesidad de cuidar el balance social y no buscar equilibrios macro a cualquier costo.

Si la clase política brinda tras la primera vuelta esta poderosa señal de acuerdo y convivencia política, que la mayoría de la ciudadanía apoyaría sin dudas, habrá un horizonte de salida y los problemas económicos empezarán a solucionarse en forma genuina. No se trata de soluciones mágicas sino de construir credibilidad y confianza.

No importa la velocidad al punto de llegada sino la certeza de que se recorre un camino donde todos los sectores sientan que sus razonables derechos e intereses se consideran, dando prioridad a los más necesitados en el marco de la construcción de un necesario bienestar general, lejos de violencia y extremismos. Sin esa muestra de grandeza de parte de la dirigencia puede volviendo a Perón "tronar el escarmiento".

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