OPINIÓN

El sistema evoluciona hacia un nuevo ciclo político

Las legislativas 2021 volvieron a ratificar el carácter de" elecciones cruciales" que hemos venido adjudicándoles desde el comienzo mismo del ciclo electoral que acaba de concluir. Una tipificación que deviene no de categoría de la política comparada, sino más bien de un análisis de sus efectos sobre aspectos centrales de la estructura y la dinámica del proceso política. Nada será igual, en efecto, después de las elecciones intermedias de noviembre del 2021 y sus consecuencias sobre aspectos centrales de la política argentina.

Un primer efecto puede verse con claridad en el giro profundo experimentado por la política electoral argentina, desde una orientación "desde la demanda" (supply side), centrada en los candidatos, sus propuestas y "relatos" políticos e ideológicos, hacia una orientación casi exactamente opuesta, inspirada más bien en la "demanda" surgida desde abajo hacia arriba, en función de las necesidades, expectativas y exigencias de una ciudadanía cada vez más insatisfecha, disconforme e indignada con el desempeño de la política.

Unas elecciones que en un principio comenzaron a transitar a través del andarivel cómodo y previsible para los candidatos de las imágenes publicitarias, las redes sociales, los colores, eslóganes e imágenes más bien emotivas y vacías de todo contenido, se vieron forzadas a girar, luego del shock del resultado, hacia una campaña de perfiles muy diferentes. Fue la sociedad y no la política la que impuso en el segundo tramo de la campaña un nuevo estilo y conjunto de contenidos y compromisos programáticos. Súbitamente y sin preparación alguna, los candidatos se vieron obligados a comparecer ante el tribunal de la opinión. Se vieron forzados a hablar, explicar y, sobre todo, comprometer. Muy a su pesar, la política debió improvisar y a confesar su incompetencia en temas, propuestas y debates de ideas y modelos de convivencia. Incluso con un nivel de profundidad que seguramente se proyectara mucho más allá de la contienda electoral.

Fue la bronca de la gente y no la astucia de los dirigentes la que, después del castigo en las PASO obligó a hablar de empleo, inflación pobreza, productividad, educación y salud. No solo cambio el contenido y el sentido de las campañas. Cambio sobre todo el sentido profundo de la política en sí misma. Desde una política desde la oferta hacia a una política desde la demanda. A marchas forzadas, sin margen para escurrir el bulto. Algo que, en el fondo reprodujo entre nosotros, a pesar de candidatos y aparatos de campaña una presión profunda que experimenta la política democrática en todo el mundo, a pesar de los esfuerzos de la dirigencia para hacerse cargo.

Un segundo efecto de los resultados electorales es su impacto sobre la percepción que los dirigentes políticos tienen de las reglas de juego. Una vez más, las PASO estuvieron lejos de su propósito institucional de proteger el bipartidismo y blindarlo contra las presiones del pluralismo. Por debajo y por encima, mucha más allá de los límites de la argentina partidocratica, la sociedad canalizó sus demandas desde opciones múltiples. Muchas energías quedaron sin representación parlamentaria. Sin embargo, todas presionan por igual sobre las endebles estructuras y dinámicas de la representación electoral.

Desde un principio , tanto el Presidente como los principales referentes del gobierno y la oposición han dado señales de haber escuchado el mensaje. El ciclo de la selección a dedo de candidatos parece haber llegado a su fin. El subterfugio de las PASO conspira contra la salud del sistema. Las fuerzas y espacios políticos deberán a partir de ahora elegir sus candidatos conformes a reglas cualitativamente más eficientes. Esto es , más democráticas, más transparentes y adecuadas a los nuevos patrones de la competencia electoral.

La propia dificultad del Gobierno y de la oposición de garantizar la unidad de sus respectivos bloques parlamentarios es una evidencia suplementaria de esta presión desde la demanda de la sociedad sobre estructuras oligárquicas cada vez más incapaces de garantizar la continuidad de sus compromisos.

Las diferencias en los bloques opositores son naturales y no deben verse como síntomas de debilidad. Muy por el contrario, demuestran la fuerza y autenticidad de los factores diferenciales. Hay, en efecto, un PRO que representa la continuidad de la experiencia macrista en el poder, de la misma manera que hay otros PRO que reflejan fenómenos nuevos tales como la fuerza de las fuerzas regionales y provinciales o las urgencias de una nueva clase política, nacida de las ONG, los think tanks porteños o las fracciones ex peronistas, ex radicales y conservadores que se le han sumado desde sus éxitos iniciales en la Ciudad de Buenos Aires. Del mismo modo, uno es el radicalismo de la burocracia central y otros son los radicalismos de los gobernadores e intendentes de todo el resto del país. Tan diferentes a su vez como los que se expresan en los gobiernos y oposiciones multipartidarias en muchas provincias como Corrientes, Jujuy, Mendoza, Santa Fe o Santiago del Estero. ¿Qué podría forzar a la unidad a este espectro amplio de fuerzas políticas tan diferentes? Solo la invención de un relato artificioso y la construcción de un enemigo externo de proporciones amenazantes.

Por el lado del oficialismo las partes suman también mucho más que el todo y suscitan idénticas preguntas acerca de la unidad que se pretende. Hay una docena de peronismos diferentes que pugnan por hacer valer sus diferencias. ¿Por qué habrían de forzar una identidad artificial? ¿Solo por la necesidad de preservar los privilegios de minorías facciosas o los privilegios ya inadmisibles de la burocracia sindical?

Es difícil que en un escenario de distensión ideológica y de empate institucional vuelvan a presentarse razones suficientes para la polarización. Lo normal y esperable es que las fuerzas políticas reafirmen su identidad, articulen formas de representación diferentes y vuelvan a ofrecerle a la sociedad un cono de opciones también diferentes.

Algo que se parezca, por fin, a una sociedad plural y democrática, con pluralidad de opciones, capaz de emprender un camino de reconstrucción institucional como el que ha quedado perfilado después del resultado de las últimas elecciones.

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