

Si Verónica Cantero Burroni, Ian Fleschler o Paula Wachter hubieran nacido en algún otro de la mayoría de los casi 200 países del mundo, serían personalidades con amplio reconocimiento público en su tierra. Pero nacieron en la Argentina.
Verónica tiene 15 años, es de Campana, provincia de Buenos Aires. Cursa todavía el ciclo secundario. Por su cuento El ladrón de sombras, en 2016 ganó en Italia el prestigioso premio literario Elsa Morante. Verónica padece un tipo de parálisis cerebral que no le impide elaborar una obra como la premiada.
Ian, de 17 años, estudiante de electrónica, ganó la medalla de oro en la Olimpiada Internacional de Matemáticas (OIM) de 2017; el año pasado había obtenido el oro en la Olimpíada Iberoamericana. Ian proyecta dedicarse a la investigación.
Y Paula, una emprendedora que está por recibirse de abogada, en 2016 ganó el Primer Premio a las Innovaciones Sociales en Derechos Humanos en Latinoamérica, otorgado por Ashoka Changemakers y la Fundación Ford, por su programa interdisciplinario Haciéndonos Cargo, contra el abuso sexual en la infancia.
Estos talentos no son muy mencionados en el país porque es habitual que los argentinos ganen premios individuales. Esto determina que en el mundo haya admiración por las capacidades de los argentinos pero no por la Argentina que, por el contrario, se destaca en rankings de penosa reputación: corrupción, pobreza estructural, inflaciónà
En la Argentina hay cientos de individuos como los citados, pero el país no puede torcer su derrotero de decadencia, que lleva décadas. El problema radica en el deterioro de su clase dirigente, consecuencia de dos calamidades: una dictadura que golpeó fuerte a talentos e instituciones, y el populismo.
Para elevar un poco la autoestima nacional, quizá sirva ver cuánto han logrado una pila de científicos argentinos, limitándonos a algunos primeros premios internacionales de 2016 y 2017: antropóloga Hebe Vessuri, Premio Jolin D. Bernal de la Society for Social Studies of Science; investigador Ernesto Calvo, concurso Mentes Brillantes, en Holanda; bióloga y hematóloga Julia Etulain, bioquímica y viróloga Andrea Gamarnik e ingeniera Fabiana Gennari, becas LOréal-Unesco Por las mujeres en la ciencia; bioquímica Carolina Cristina, Premio a Publicaciones Científicas de la Sociedad de Endocrinología del Reino Unido; ingeniera agrónoma Cecilia Easdale, Premio al Científico Joven de la Sociedad Internacional de Técnicos de Caña de Azúcar; médico investigador Juan Iovanna, Premio Jean Valade, en Francia; físico Daniel de Florian Reconocimiento de la Fundación Alexander von Humbold, y su colega Guillermo Kaufmann, Premio Galileo Galilei de la International Commission for Optics.
En artes y en otras disciplinas -sin hablar de deportes-argentinos también han recibidos honras; entre otros, los actores Darín, Oscar Martínez y Francella; las actrices Natalia Oreiro, uruguaya formada en Argentina, y Dolores Fonzi, y los cineastas Eduardo Teddy Williams y Nele Wohlatz. Los escritores María Cecilia Barbetta, Liliana Villanueva, Ariel Urquiza, Eduardo Sacheri, Marcelo Luján y Víctor Goldgel. Martín Caparrós obtuvo varios premios como escritor y como periodista. Otros periodistas distinguidos fueron Marcelo Bonelli y el reportero gráfico Rodrigo Abd. En arquitectura, el arquitecto Nicolás Campodónico, y en artes plásticas, Marta Minujín.
Es conmovedor ver como cada año crece el reconocimiento, más allá de los cinco premios Nobel nacionales y de los consagrados de siempre (Favaloro, Pelli, Baremboim, Argerich, Julio Bocca, el Papa Francisco).
Argentina también tiene a dos de los científicos más importantes de la actualidad: el físico Juan Martín Maldacena, incluido en 2016 en el estudio Las mentes científicas más influyentes del mundo de la Unidad de Intellectual Property & Science de Thomson Reuters, y la bióloga Sandra Myrna Díaz, ganadora este año del Premio Ramon Margalef de Ecología. En 2007 integró el Grupo Intergubernamental de Expertos en Cambio Climático que recibió el Premio Nóbel de la Paz.
Como se ve, por la riqueza de sus individuos Argentina podría volver a estar entre las naciones más poderosas y festejarlo a los saltos, quizá no tan plásticos como los de la mejor bailarina del mundo: Ludmila Pagliero, primera figura del ballet de la Ópera de París, ganadora en 2017 del Premio Benois de la Danse, el Nóbel de la danza clásica. Es argentina, claro. Para ello, acaso el joven inventor Gino Tubaro deba hacer con su impresora 3D algunas de sus manos mágicas que permitan poner manos a la obra a la reconstrucción de una clase dirigente que ayude a concretar el sueño de una Argentina desarrollada.












