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El efecto Swift funciona, pero también tiene un costo para el que sanciona

El diálogo que ayer mantuvieron representantes de los gobiernos de Rusia y Ucrania es una muestra de varias realidades que comenzaron a operar de manera simultánea en el conflicto. La primera es la rápida reacción internacional en contra de la invasión lanzada por Vladimir Putin, que incluyó la adopción por parte de China de una actitud casi neutral. La segunda es la firme actitud defensiva que mostraron los ucranianos, que frustraron la idea original de ejecutar una ofensiva relámpago sobre posiciones claves del territorio invadido. La tercera fue el impacto que causaron las sanciones económicas y financieras adoptadas por Estados Unidos y los países europeos. No por nada la decisión más dura de todo el paquete, la exclusión del sistema Swift, fue catalogada casi como un disuasivo nuclear.

Swift es la sigla que identifica a la sociedad que interconecta a 11.000 bancos en doscientos países. Es el sistema circulatorio del mundo financiero internacional, y quedar afuera de él equivale a impedir que la sangre llegue al corazón del aparato estatal y productivo ruso. La decisión afectó a varios de los principales bancos de ese país, pero no terminó allí: también se bloqueó el acceso del Banco Central a sus reservas. Cabe recordar aquí que de los u$s 640.000 millones que posee dicho organismo, 3% está en Canadá, 3% en Austria, 5% en Reino Unido, 7% en EE.UU, 10% en Alemania, 10% en Japón y 12% en Francia. Fuera del sistema Swift, hay un 14% en China y 22% en oro.

A igual cantidad de rublos y menor cantidad de reservas disponibles, la reacción del mercado fue esperable: el rublo se devaluó casi 30% en un día y varias entidades financieras comenzaron a sufrir fuertes retiros de depósitos.

El efecto Swift tiene una segunda onda expansiva: el humor de los ciudadanos rusos, que aunque estén lejos de las balas, van a padecer en su país las consecuencias de este conflicto, y podrían ejercer una presión no esperada sobre su líder político.

Sin este canal financiero, Rusia no va a poder cobrar sus exportaciones ni pagar sus importaciones. Su Banco Central no va a poder acceder a buena parte de sus reservas y sus jefes políticos, al igual que los principales amigos del poder dedicados a los negocios en el mundo, no van a poder usar sus cuentas. Un hotel en Moscú tampoco podrá cobrar a los turistas que quieran pagar con su tarjeta de crédito, y así sucesivamente. Algunos analistas advierten que los efectos de esta medida sobre la economía podrían llegar a reproducir una crisis similar a la de 1998, recordada como el "efecto Vodka".

Un dato: a Occidente esta sanción no le sale gratis, porque será el que pague más por el gas, el petróleo o los cereales. No le conviene que el conflicto sea largo, pero puede contener más tiempo la respiración. Las chances rusas de imitarlo sin infinitamente menores.

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