

A veces, el cambio no se anuncia. Simplemente irrumpe. A comienzos del siglo XX, más de 4000 empresas fabricaban carruajes en Estados Unidos. Pero cuando llegó el automóvil, solo una -Studebaker- logró adaptarse y sobrevivir. El resto desapareció, no por falta de esfuerzo o de calidad, sino por no haber entendido que el mundo ya había cambiado.
Hoy, esa anécdota suena menos lejana de lo que parece. En todos los sectores, equipos y organizaciones enfrentan una transformación que no es solo tecnológica, sino cultural, estructural y emocional.

La inteligencia artificial, el trabajo distribuido, los nuevos liderazgos, los cambios generacionales: todo nos empuja a revisar las formas en que trabajamos, decidimos y nos vinculamos.
Y, sin embargo, muchos siguen puliendo su carruaje. Invierten tiempo y recursos en optimizar lo conocido, mientras el entorno ya opera con otras reglas. El problema no es el carruaje en sí, sino no ver que el motor ya está en marcha.

El verdadero desafío no es solo incorporar una herramienta nueva, sino adaptar la mentalidad del equipo. No se trata de saberlo todo, sino de saber qué importa: qué habilidades desarrollar, qué conversaciones abrir, qué estructuras actualizar, qué formas de trabajo dejar atrás.
Para eso, el concepto de reteaming ofrece una pista interesante: reorganizar equipos de manera intencional -sumando o rotando personas- como forma de aprender, incorporar miradas nuevas y salir del piloto automático. Pero esa práctica, como cualquier cambio, sólo es posible si hay un liderazgo que genere seguridad psicológica. Un entorno donde las personas sientan que pueden experimentar sin miedo al juicio o al error.
Los líderes que preparan a sus equipos para lo que viene no son los que tienen todas las respuestas, sino los que cultivan una cultura de aprendizaje y adaptación. Los que entienden que el conocimiento técnico no basta si no se acompaña de flexibilidad, empatía y visión compartida.
En paralelo, la velocidad del cambio plantea otro riesgo: perder el norte. En tiempos de transformación vertiginosa, es fácil confundir novedad con relevancia. Lo importante no es perseguir cada tendencia, sino tener claridad sobre el propósito que guía nuestras decisiones. ¿Qué tipo de equipo queremos ser? ¿Qué problemas buscamos resolver? ¿Qué impacto queremos generar?
La pregunta no es si el cambio va a llegar. Ya está acá. La pregunta es si nuestros equipos están listos para asumirlo como una oportunidad de crecer, repensarse y liderar con sentido.













