El error es inherente al ser humano. El problema surge cuando los errores se repiten y no se aprende nada de las derrotas. Algo de eso se desprende de los discursos que la Presidenta y el ministro de Economía, Axel Kicillof, improvisaron en los últimos dos días para explicar la titubeante estrategia de la Argentina luego del fallo de la Corte Suprema de EE.UU. que nos obliga a pagar 1330 millones de dólares y nos pone al borde del default. Sucede que hay entre 10.000 y 15.000 millones más en juego, pertenecientes a los bonistas más recalcitrantes que litigan contra el país: los ahora célebres fondos buitres.


Ya hemos dicho que el 23 de enero se acabó el linchamiento en ejercicio del poder conocido como vamos por todo. Ese día, el Gobierno tuvo que devaluar; después tuvo que pagarle a Repsol más de 10.000 millones de dólares en cash y bonos por las acciones que los españoles tenían en YPF y, más recientemente, se acordó pagarle toda la deuda al Club de París en cinco años y abonando intereses y punitorios que la inflaron un tercio más de su valor. El antecedente de todas esas instancias había sido la soberbia. La misma soberbia que llevó a Néstor y a Cristina Kirchner a ignorar a los acreedores que no quisieron entrar a los canjes de deuda de 2005 y 2010. La soberbia se tradujo en sucesivas derrotas judiciales y en este fallo de la Corte estadounidense que el lunes nos devolvió a las sombras de un crack financiero que creíamos superadas.


Lo insólito es que Kicillof haya condimentado sus 40 minutos de discurso de ayer con el mismo reflejo de soberbia que precipitaron sus mayores fracasos. La amenaza de cambiar los bonos de la deuda de la jurisidcción estadounidense que acordaron los Kirchner hace una década a la jurisdicción argentina tiene una sola dirección: es el camino al precipicio del default técnico. No pasarán; les vamos a mandar nuestros abogados, fanfarroneó con la mira en el juez Thomas Griesa. Y habrá que imaginar la sonrisa del neoyorquino canoso que no sólo nos falló en contra. También tiene el aval del tribunal supremo de EE.UU. y ya avisó hace un año que no está de acuerdo con la idea de un cambio de bonos para ponerlos bajo la ley argentina. Si el ministro le pregunta a la Presidenta también se enterará que el juez le libró un oficio para investigar su patrimonio y ubicarlo a tiro del embargo que hoy tiene bloqueado pero que puede liberar en cualquier momento.


La Argentina no es un país quebrado. Tiene opciones para seguir en pie y eso es lo que están aconsejando todos los candidatos presidenciables. De Daniel Scioli a Sergio Massa o a Hermes Binner. Y de Mauricio Macri a Julio Cobos o a Ernesto Sanz. Ninguno de ellos quiere pasar por la experiencia traumática del default. Ese sendero embrujado que el país recorrió en tres oportunidades y al que nos arrojó Adolfo Rodríguez Saá en el final tétrico de 2001, ovacionado por 300 legisladores que eligieron la borrachera de la euforia a la responsabilidad de enfrentar las dificultades. Sería interesante que Kicillof repase aquellas imágenes. Y guarde la soberbia para mejor ocasión. El futuro de los argentinos merece un mejor abogado que la obstinación de caminar hacia el fracaso.