

El futuro industrial presenta desafíos en múltiples niveles. Desde las necesidades coyunturales, hasta la capacidad de adaptación a los cambios productivos que se dan a escala global. Las más de 600.000 pymes del país son protagonistas de este reto, tienen en su ADN la adaptabilidad y la innovación, activos imprescindibles para insertarnos en el mundo desde nuestras fortalezas productivas.
La principal virtud con la que cuentan las pymes es su velocidad de reacción y la menor resistencia al cambio. De esta manera, logran comprender los cambios como oportunidades para adecuarse a las necesidades de sus clientes. En un mundo que tiende a producir de manera personalizada, entender qué productos demandan los clientes, pasa a ser el activo fundacional de una estrategia de inserción.
En la incorporación de nuevas y mejores tecnologías se producen diálogos más fluidos entre actores del circuito productivo que antes no tenían una interacción tan profunda. Ese diálogo permite que los productores sepan cómo se utilizan los bienes que ellos fabrican y, además, les permite ajustar la producción para fabricar bienes que estén en línea con las necesidades de sus consumidores. Aquí, las pymes empiezan a cobrar relevancia, ya que tienen contacto directo con los usuarios, pudiendo identificar con mayor precisión sus demandas.
Otro activo de las pymes es que cuentan con estructuras menos rígidas que las de las grandes empresas. Esta mayor flexibilidad es un vector indispensable para hacer sintonía fina certera, tanto en los modos de organización de la producción, como internos en las diversas compañías.
Uno de los grandes desafíos para las pymes argentinas es poder mantenerse y crecer. En Argentina, de cada 100 pequeñas empresas que se crearon en el último lustro, sólo cinco lograron crecer a medianas, 58 se mantuvieron igual y 37 se achicaron o cerraron generando un alto impacto en el entramado social. Para llegar al objetivo del millón de empresas es necesario aumentar la natalidad, pero también promover el crecimiento de las ya existentes.
La actualidad del sector ofrece un panorama complejo sobre el que debemos trabajar para que el largo plazo no sea un entelequia inviable: caída en la actividad, altas tasas de interés que dificultan el financiamiento productivo, superposición tributaria que penaliza la producción son algunos de los vectores que debemos abordar más temprano que tarde si queremos que las pymes encarnen ese protagonismo productivo.
En el país se lograron avances importantes en esta dirección como la Ley PyME y el sistema de ON Simple, pero no es suficiente. Existen múltiples ejemplos de políticas que pueden impulsarse para solucionar estos problemas. Desde Chile que introdujo una Simplificación en el Régimen Tributario para pymes, el caso de Irlanda que ofrece flexibilidades para que las pymes puedan acceder al sistema financiero, el crédito productivo a tasas competitivas como el existente en Brasil, o las políticas para fomentar la internacionalización de las empresas en Alemania.
Está claro que las pymes están llamadas a ser protagonistas de nuestro entramado industrial en pos del futuro productivo. Su integración con grandes industrias, el empuje emprendedor que encarnan, la generación de empleo y su extensión a lo largo de todo el país son algunos de los motivos por los cuales trabajar en pos de su crecimiento es una tarea impostergable.













