Tallando el tema de la transición económica 2015-16, la cuestión del cepo cambiario suscita una bulla notoria. En rigor, el cepo es sólo un componente no menor del denso complejo que será el centro gravitacional macroeconómico (al que deberán remitir especialmente las demás variables) de esa transición en su arranque, integrado por la restricción externa, el tópico cambiario, la miscelánea de mercados de cambio y el propio cepo.

El cepo cambiario nace como reverso de la mala señal asignativa del retraso cambiario real (con el cambio nominal pisado relativamente), ligada al esquema macroeconómico aplicado a partir de 2010. Percutor clave de la instalación de la restricción externa o falta de dólares. El cepo, no es más que el extendido racionamiento de divisas impuesto básicamente por vía oficial en las tres cuentas del frente externo (capital, corriente, comercial), expresando el correlato por el lado de la demanda interna de dólares (racionada) de la escasez de oferta de éstos, devenida esencialmente de la citada señal, en medio de la desconexión financiera externa afrontada por el país. Señal que, por su parte, y con una economía mundial lánguida, daña nuestra presencia exportadora, racionándose así respecto de nuestros productos la demanda externa, lo que, precisamente, nos priva de dólares.

O sea: el tema del cepo, y del complejo que lo abarca, no se entiende sin remitirlo a la lógica de un equilibrio de racionamiento (de racionamientos que se cruzan), donde el lado corto del mercado es el insuficiente poder generador de dólares de la economía debido, en particular, al atraso cambiario. Como todo lado corto, fija restrictivamente el nivel de desempeño efectivo de la economía. Por eso, cepo y generación de divisas van de la mano, y el debate sobre el levantamiento del mismo, los tiempos, y demás, imbrica a ambos. En el límite, se plantea la disyunción sobre que es lo primero: el huevo o la gallina. ¿Primero se levanta el cepo, o primero se tienen los dólares?

Por lo dicho, en principio, es evidente que estos dos elementos encajan uno con otro, y, por ende, deben tratarse de modo conjunto. La señal asignativa que decantó en el hipodólar, quebrando la fluidez de divisas afín al esquema de dólar alto de 2003(02)-07, es el resorte medular que catapultó el disfuncional racionamiento interno de dólares o cepo, el cual, en sus diversas expresiones -como se mencionó, por las tres cuentas externas (incluyendo la admisión de algunas excepciones discutibles)-, tiende a disturbar la performance general de la economía y a reciclar el faltante de divisas. Sólo es levantable el cepo si se readecua el valor de la señal asignativa de manera tal que, en las condiciones mundiales operantes, mejore visiblemente el estímulo para generar los dólares requeridos por nuestra economía claree el mercado de dólares; y, a la par, esa readecuación exige el destrabe de las cortapisas que pone el cepo a la demanda de dólares, porque interesan las referencias de ésta.

Aquí, la gallina y el huevo juegan de consuno. Lo expuesto puede sonar muy tajante. Alentar, por ejemplo, la idea de un shock, vía un dólar flotante, respecto del cual, los necesarios anclajes antiexplosivos asomarían tan duros como difíciles. Cabrían, entonces, matices: vgr., empezar por un mercado cambiario formalmente dual, usar bonos para remesas pendientes, cesar restricciones comerciales según una secuencia, etc...

Están los que arreglarían todo con un supuesto aluvión de capitales externos (y de dólares financieros). Canonizarían, así, al hipodólar quizás, con algo de devaluación fiscal, haciendo peligrar vastos rubros industriales. Igual, una opción como ésta, no es seguro que zafe, al inicio, de un overshooting.

En fin, el tema da para mucho; sobran variantes. Lo básico: que el cepo y el generar dólares son temas simbióticos, que aquél es una distorsión a levantar, y que si se tarda mucho en esto, el desgaste pude ser desvastador.