Hay un factor de la política económica que a los gobiernos le cuesta valorar: la generación de expectativas. Está claro que no es un elemento esencial de un programa económico, pero tiene la particularidad de que es esencial para darle credibilidad a las metas oficiales.

Los gobiernos ponen mucho énfasis en los anuncios de medidas, porque involucran mucho trabajo interno y están ligados a los objetivos de campaña. En términos de comunicación, se los consideran como grandes faros. Y probablemente lo sean, pero tienen una contraindicación: utilizados en exceso, generan el efecto contrario. Va un ejemplo: en el final de su gestión, Cristina Kirchner padeció el "síndrome de la cadena nacional". Su equipo programaba actos con una mucha frecuencia desde la Casa Rosada, pero era difícil recordar su motivo formal: las frases de la mandataria siempre opacaban cualquier obra.

Las expectativas no se pueden sostener solo con anuncios. Si se las comparara con un puente, su rol sería equivalente al de los pilotes intermedios. Esos pilares son las pequeñas acciones o hechos que refuerzan el sendero oficial. Cuando esas líneas comienzan a abrirse y surgen brechas, las expectativas se convierten en un líquido corrosivo que actúa sobre la credibilidad de los anuncios.

El Gobierno alcanzó un paso importante en su gestión, como lo es el acuerdo para reestructurar la deuda en moneda extranjera. Los reacomodamientos de precio que tuvieron los activos financieros en los últimos días muestran hasta qué punto las expectativas estaban desalineadas con lo que terminó sucediendo. Mucho más si se lo compara con todo lo que imaginaban los inversores cuando Alberto Fernández se impuso en las PASO de 2019 y sobrevino un nuevo shock cambiario que terminó de complicar aún más el escenario económico.

Es positivo que con la noticia del consenso arribado con los grandes fondos (que ahora debe ser plasmado en los papeles) haya descendido la brecha cambiaria y el riesgo país. Pero ahora hay que dibujar el escenario de los cinco meses que restan para terminar el año, y tratar de que ese camino sea definido de una manera consistente. Del mismo modo, las acciones que tiene que tomar el Gobierno tienen que ser congruentes con esa planificación.

Si hay una luz amarilla que todos los agentes económicos miran con preocupación, es la inflación. Hay un caudal de emisión alto, una política fiscal atada a esos aportes de pesos, y una política cambiaria que impacta en los tres frentes. En este momento, las empresas están tomando sus previsiones sobre cómo sigue esta película, pero sin tener muy claro el guión oficial. Y no se trata solo de prometer reactivación, sino de ofrecer respuestas lo más realistas posibles, para que alguna vez las expectativas jueguen a favor.