

Dos datos conocidos en las últimas horas aportaron un poco más de optimismo a las proyecciones fiscales que espera cumplir el Gobierno. No son la panacea, pero para aquellos que consideran que la inflación responde al exceso de gasto que financia el Banco Central, deberían sentir cierto alivio. La recaudación impositiva mostró varios aumentos muy superiores a la inflación, lo que demuestra que sin la presencia de los ingresos adicionales que generó el blanqueo, los recursos pueden tener un sendero de crecimiento genuino.
El otro reporte identifica una nueva baja en los subsidios económicos que paga el Tesoro, la principal vía utilizada por el Poder Ejecutivo para generar un ahorro fiscal. Lo llamativo, en este segundo caso, es que empieza a notarse el efecto (moderado todavía) de la suba de las tarifas del transporte. La baja fue de 10%, una proporción moderada, que está lejos de llegar al 63% de recorte anotado en los pagos a las empresas de energía.
En materia de impuestos, con el IVA total y Ganancias creciendo casi 50% en el marzo y el denominado impuesto al cheque exhibiendo subas de 33,9%, es evidente que hay un impulso en la actividad económica que hoy le da oxígeno al Estado. Este efecto podría ser potenciado en abril con la extensión de los pagos con tarjeta de débito, una decisión que si bien aún genera resistencias debería traducirse en mayor recaudación.
Los derechos de importación también hicieron su aporte, al crecer 45% en el trimestre. Está claro que este registro puede reducir las necesidades de financiamiento y moderar las emisiones de deuda, ya que el frente más complejo de contener es el pago de intereses. La meta oficial es reducir el déficit primario a 3,2% del PBI. Si el Gobierno consigue perforar ese número, solo le permitirá compensar el mayor costo financiero, que según el Estudio Broda este año absorberá 2,5% del PBI y dejará un rojo real de 5,7%. Todo esfuerzo fiscal viene bien, pero el sendero todavía es largo.













