La segunda fase del Plan Milei y el rol del comercio exterior
Para que la economía no se desplome en recesión, la estrategia se apoya en el crecimiento de las exportaciones y las inversiones.
Nicolás Soldatich (*)
Tras el discurso presidencial del 15 de septiembre con motivos de la presentación del presupuesto en el congreso, los lineamientos del Presidente Javier Milei quedaron claros, un presupuesto 2025 que prioriza el equilibrio fiscal y el superávit necesario, anclando un modelo económico radicalmente distinto para Argentina, lejos del endeudamiento crónico. Sin embargo, alcanzar este superávit no será tarea sencilla, aunque venga cosechando éxitos en esta materia.
La economía argentina ha acumulado cinco décadas de déficits recurrentes y, aunque se experimentaron contados años de superávit (1991-93, 1997-98, 2003-07), estos períodos no lograron establecer bases sólidas para un crecimiento sustentable.
Argentina ha sido víctima recurrente de la "restricción externa", esa tenaza económica que surge cuando las exportaciones no generan suficientes divisas para financiar las importaciones, cubrir la deuda y el gasto público. Esta falta de ingresos en dólares provoca ciclos de inflación elevada, devaluaciones recurrentes y un deterioro de la competitividad, forzando al país a acordar con organismos internacionales para seguir adelante. Con la promesa de un superávit fiscal permanente, el nuevo plan propone enfrentar esta dependencia, ajustando todas las variables alrededor de este objetivo: reducir el déficit sin emisión ni endeudamiento.
Milei, fiel al monetarismo de Friedman, se centra en eliminar la emisión monetaria como base para reducir la inflación, un "fenómeno monetario" en su enfoque. Sin embargo, otros economistas (de Keynes a los estructuralistas latinoamericanos) argumentan que la inflación argentina es más compleja, afectada también por la demanda interna y cuellos de botella en la producción. Esta inflación estructural tiene raíces profundas en las rigideces del mercado laboral, la dependencia de importaciones y una política fiscal expansiva.
Para Milei, la solución parece clara: cortando la emisión y alcanzando superávit, se limitaría la inflación y se incentivaría la inversión, dejando a un lado la emisión y los controles monetarios como válvulas de escape.
Crecimiento sin gasto
El modelo Milei requiere un salto de fe en la capacidad del país para crecer sin depender del gasto público ni del consumo interno. Para que la economía no se desplome en recesión, el plan se apoya en el crecimiento de las exportaciones y las inversiones. En este punto, destacan dos pilares: el Régimen de Incentivos para Grandes Inversiones (RIGI) y una reciente ley de blanqueo de capitales. Ambos buscan atraer dólares y capital, levantando restricciones y cepos, con la expectativa de que los inversores vuelvan sus ojos a un mercado argentino renovado.
Sin embargo, Argentina enfrenta una restricción de escalada: si bien puede producir más, los recursos como la tierra y la tecnología tienen límites, y el impulso industrial no será suficiente sin un sistema impositivo adecuado y una política de incentivos realistas.
La promesa de competitividad depende en gran medida de exportar más, pero sin devaluaciones constantes que Milei quiere evitar, un reto que requiere reducir costos de producción y simplificar impuestos.
En teoría, la "competitividad endógena" plantea la posibilidad de que el superávit fiscal funcione como un plan económico en sí mismo. Esto implica que, con inflación controlada y menores impuestos, los productos argentinos se vuelven competitivos sin necesitar devaluaciones. A su vez, la baja inflación permitiría recomponer salarios, lo cual, a la larga, fomentaría el consumo y una recuperación económica, este es el corazón del Plan Milei.
No obstante, el proyecto no está exento de riesgos. La apertura comercial que implica el plan puede perjudicar a sectores locales al aumentar la competencia externa, poniendo en riesgo empleos y empresas, mientras algunos sectores celebran el acceso a insumos más baratos. Todo, claro, con el superávit fiscal como el único as bajo la manga.
La economía argentina se enfrenta a un paradigma sin precedentes. Los economistas deberán repensar su análisis económico tradicional de déficits y ajustes; en lugar de depender de la emisión. El enfoque de Milei exige equilibrar la balanza con un sistema autosustentable. En definitiva, pasar de un modelo rentista a uno de competitividad endógena no será fácil. La pregunta es si la realidad argentina permitirá mantener el plan en curso o si, como tantos antes, la falta de dólares y los problemas estructurales obligarán a retroceder.
Este nuevo régimen económico se presenta como una apuesta por la autonomía y el crecimiento a largo plazo, pero solo el tiempo dirá si la apuesta se traduce en una Argentina fortalecida o en otro giro en el carrusel de las crisis cíclicas recurrentes.
(*) Economista especialista en comercio exterior.
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