"Sobreturismo": por qué el placer de viajar para algunos es una tragedia para otros
Por ser más accesible, viajar se tornó la panacea del Siglo XXI. Pero los efectos secundarios del exponencial crecimiento del turismo, el negocio más productivo del planeta, son negativas en la mayoría de los destinos de moda. La degradación ambiental, el aumento en los costos de vida y el empobrecimiento cultural, son los más destacados. El lado B de un sector que genera más de siete billones de dólares al año, el 10% de la riqueza mundial
"La playa de Kuta es la más fotografiada de Bali. Pero el año pasado las fotos no las hacían los turistas sino la prensa. Retrataban una emergencia sanitaria bastante atípica: la arena dorada y las aguas turquesas se habían sumergido bajo una montaña de desechos. La basura había devorado la playa y los voluntarios llegaron a recoger hasta 100 toneladas. La naturaleza avisaba de que el turismo desaforado que lleva años arrasando la isla era insostenible. Obviamente, nadie hizo caso". Así ilustra un informe publicado por el World Economic Forum, los efectos colaterales de lo que ya se llama "sobreturismo". La "turistificación" de las ciudades y la "turismofobia" de sus habitantes, son conceptos que hacen cada vez más masivos.
Como explica el informe, hoy viajar es barato, fácil y está de moda. En 1950 se producían 25 millones de viajes al año mientras que en 1996 se contabilizaron 560 millones. En 2016 esta cifra se dobló, y se llegó a los 1.200 millones de viajes.
La industria creció exponencialmente y se convirtió en el negocio más productivo del planeta. Una de cada 11 personas en el mundo trabaja en turismo y viajes, un sector que genera más de siete billones de dólares al año, el 10% de la riqueza mundial.
La degradación ambiental, el aumento en los costos de vida y el empobrecimiento cultural son algunos de los efectos secundarios más destacados del boom de viajar.
Vietnam es un caso emblemático. La cantidad de extranjeros que visitaron el país pasó de 1793 millones en 2010 a 5547 millones este año.
Pero entonces, ¿se debería dejar de viajar?
Especialistas explican que no es necesario ser tan extremista ya que hay medidas efectivas que son eficientes.
Ibiza, por caso, puso aforo a sus playas más populares cortando carreteras. México llegó a cerrar totalmente algunas por exceso de turismo. Filipinas y Tailandia hicieron lo propio con islas enteras, que serán reabiertas, con ciertos límites, en el futuro. No es un aporte determinante, pero es mejor que nada en un contexto en que los perjuicios son cada vez mayores.
En el WEF relatan que el año pasado, en Tanzania, las operadoras turísticas quemaron unas 185 casas de masais porque eran un estorbo para los safaris que organizaban en la zona. Dejaron más de 6.800 personas sin hogar.
En India, decenas de miles de indígenas están siendo expulsados ilegalmente de las zonas donde hay reservas de tigres para fomentar las visitas turisticas.
La expulsión de los habitantes puede no ser violenta pero igualmente dañina. En 1950 el centro histórico de Venecia tenía 179.000 habitantes. Ahora apenas quedan 49.000. Es el mayor descenso de población que haya sufrido la ciudad desde el siglo XVII, cuando hubo una epidemia de la peste. La UNESCO advirtió que si no se toman medidas extremas, la ciudad morirá.
El International Tribunal on Evictions, una organización que analiza los desalojos a nivel global, avisaba de los producidos por el turismo. Incluso Argentina fue puesta como ejemplo y caso, entre otros países como Sri Lanka, Kenia e Italia. La organización llegaba a afirmar que "el sobreturismo está atacando los derechos humanos".
Decálogo del buen turistaEn la Organización Mundial del Turismo se propuso un decálogo de buenas prácticas para el viajero llamado ¿Is it too much to ask? (es mucho pedir).
Entre sus puntos se indica evitar viajar a lugares que estén masificados. Otro, no visitar dentro de esos lugares, los monumentos o zonas más transitadas. La idea es que, aunque quede muy bien en tu Instagram, la Torre Eiffel no debería estar entre tus selfies.
Los especialistas se preguntan si en tiempos de hiperconectividad y redes sociales, el hecho de hacer fila y esperar turno para sacarse una foto ante la Mona Lisa o comprar un suvenir industrializado a indígenas que viven de ese comercio, son experiencias enriquecedoras y transformadoras.
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