Cae la tarde en el estadio Castelao de Fortaleza y miles de espectadores se refriegan los ojos en las tribunas, incrédulos de lo que pasa adentro del campo de juego, donde once jugadores uruguayos corren de forma alocada detrás de unos demonios rojos disfrazados de futbolistas de Costa Rica. Esa jornada, histórica, selló en buena parte los destinos y el hambre de ambos conjuntos. Y de todo el Grupo D, que finalmente quedó en manos del conjunto costarricense, impensado verdugo de los sueños mundialista de italianos e ingleses.


Pero también fue sorprendente la historia más cercana. Esa que ya se cuenta del otro lado del río, con Oscar Tabárez otra vez como conductor de un barco que parecía tener destino de naufragio, apenas tras su primera embarcación. Sin embargo, como viejo lobo de mar, el entrenador dio un timonazo tras la dura paliza que le propinó el conjunto tico y convenció a los suyos de que podían volver a hacer historia, tras el histórico cuarto puesto en el Mundial de Sudáfrica 2010 y la coronación en la Copa América de Argentina 2011.

A priori, no era una tarea sencilla. Primero fue el turno de Inglaterra. Y Uruguay fue más, con Suárez disfrazado de salvador. Ante Italia, como era de esperarse, los ojos del mundo se posaron en la figura del goleador de Liverpool. Sin embargo, en este encuentro, el atacante charrúa no tuvo un rendimiento destacado como ante Inglaterra. Corrió, metió y hasta también mordió. Cuando faltaba poco para el final del encuentro, con Italia ya con diez por la expulsión de Marchisio, el delantero hincó sus dientes sobre un hombro de Giorgio Chiellini, pero el árbitro mexicano Marco Rodríguez no observó la agresión. Tras el partido, las redes sociales estallaron en burlas y quejas por la actitud de Suárez. Ahora habrá que esperar si la FIFA lo sanciona por su injustificable agresión. Sin misterios, Uruguay llegó a los Octavos de final, instancia en la se encontrará con Colombia, el equipo dirigido por José Pekerman. Pero esa será otra historia. Por el momento, el pueblo charrúa disfruta de una nueva clasificación histórica de la mano de un tal Tabárez, mientras cruza los dedos rogando que la FIFA no sancione una nueva falta de profesionalismo de Suárez.